Superar el duelo para cumplir mi propósito

Lucie Gbakayoro, Costa de Marfil
Un grupo de siete mujeres sonrientes junto a productos alimenticios.
Lucie (en el centro) junto a sus compañeras emprendedoras [© Seikyo Shimbun]

Lucie Gbakayoro supera un dolor inimaginable para vivir una vida dedicada a la contribución.

En Abiyán, la ciudad más grande de Costa de Marfil, dirijo una fábrica que procesa, entre otros productos, harina de mandioca local, ingrediente principal del acheke, un plato nacional muy popular. Además, soy presidenta de una cooperativa agrícola.

La cooperativa está formada por unas cien mujeres dedicadas a la agricultura. Mi misión es garantizar que tengan un lugar donde vender sus productos. En 2003, junto con una amiga, creamos esta agrupación para resolver el problema de los productos que se echaban a perder antes de que las vendedoras pudieran encontrarles salida en el mercado.

Al pasar por ese dolor, he adquirido valentía y confianza para enfrentar cualquier dificultad sin tratar de evadirla

Lo que hicimos fue establecer una red de ventas que conecta a supermercados y minoristas con nuestras miembros, quienes les proveen productos frescos. También instalamos una fábrica destinada a procesar los remanentes de alimentos para obtener productos como harina de la mandioca, y conseguir así reducir los excedentes.

Mis esfuerzos para crear valor en la comunidad se inspiran en la práctica budista y en el aliento del presidente Daisaku Ikeda.

Una nueva visión

Nací en una familia que cultivaba café, cacao y arroz, y desde pequeña ayudaba a mis padres con el trabajo del campo. Recuerdo con cariño cómo ahuyentaba a los pájaros que venían a comerse el arroz. A los 17 años, conocí a mi marido, nos casamos y tuvimos cuatro hijos.

Escuché por primera vez acerca del budismo Nichiren en 1984, cuando una amiga me dijo que esta era una filosofía que podía transformar la humanidad.
Por ese entonces, yo no practicaba ninguna religión y no tenía ningún problema o preocupación especial. Sin embargo, cuando escuché el concepto de la «revolución humana» y la idea de que un cambio positivo en la vida de un solo individuo repercute en toda la comunidad y el mundo entero, supe en mi fuero interno que esta era una práctica indicada para mí. A mi marido también le interesó la filosofía, y los dos ingresamos como miembros.

La práctica del budismo propició mejoras en nuestra vida; por ejemplo, mi marido fue nombrado director de sucursal del banco en el que trabajaba, nos pudimos comprar una casa y, en mi caso, dedicarme completamente a las actividades de la organización.

En 2010, mientras estaba en Japón, se me presentó la inesperada oportunidad de conocer al presidente Ikeda. Él me abrazó como un padre y me conmovió su compasión. Así que me comprometí a no abandonar la práctica, pasara lo que pasara.

Por un túnel oscuro

Poco después de volver de Japón, mi vida se hizo pedazos de manera imprevista.
Mi hermano cayó en un coma inexplicable y murió unos días más tarde. Al año siguiente, mi hija mayor falleció con 34 años, dejando dos hijos de ocho y once años.

Luego, en 2013, mi hermana, que era también mi mejor amiga y confidente, perdió la vida a causa de una enfermedad.
La pérdida de tres familiares en un lapso tan breve fue como caminar por un túnel largo y oscuro sin luz a la vista.

Lo único que podía hacer era entonar Nam-myoho-renge-kyo. Lo hacía recordando las palabras de Nichiren Daishonin: «Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase.»

No es que el sufrimiento desapareciera de súbito, pero, curiosamente, poco a poco, comencé a sentirme mejor.

Con el tiempo, pude aceptar la realidad de mi situación y me dije: «Sí, ellos se fueron antes que yo, pero ésta es mi vida». Y, finalmente, encontré la paz. Me di cuenta de que ellos están conmigo, en mi corazón, y me alegro viendo el desarrollo de mis nietos quienes se graduaron de la universidad sin problemas.

Un niño, una mujer, una niña y un hombre sentados en un sofá
Lucie con sus nietos y su marido [© Seikyo Shimbun]

Al pasar por ese dolor, he adquirido valentía y confianza para enfrentar cualquier dificultad sin tratar de evadirla. Con el corazón lleno de gratitud, ahora avanzo junto con los miembros de la Soka Gakkai de Costa de Marfil como responsable nacional de mujeres.

En enero de 2021, me nominaron para la presidencia de una plataforma de mujeres del sector alimentario, una asociación de cincuenta organizaciones y cinco mil miembros de Costa de Marfil.

Esta plataforma se estableció para promover la distribución local de productos de las cosechas del país y generar un entorno más rentable para las mujeres que se dedican a la agricultura. También realiza proyectos para potenciar su autonomía económica.

Habiendo superado lo peor, mi determinación es seguir contribuyendo al florecimiento de mi tierra a través de la construcción de un entorno propicio para las mujeres marfileñas y la amplificación de sus voces.

Adaptación de un artículo del Seikyo Shimbun, Soka Gakkai, Japón.