En la parálisis encontré la vitalidad para vivir

Seiji Ittogi, Japón
Un hombre en silla de ruedas con su familia bajo los cerezos en flor de un parque.
Seiji Ittogi junto a su familia bajo los cerezos en el parque donde solía jugar de niño con sus hermanos. [Foto cortesía de Seiji Ittogi]

La vida de Seiji Ittogi cambió para siempre cuando sufrió un accidente automovilístico que lo dejó paralítico. Desde entonces ha debido afrontar enormes desafíos físicos y emocionales, pero gracias a su firme determinación y al apoyo de su familia y su comunidad budista, reconstruyó su vida como un verdadero héroe.

El 9 de mayo de 2015, cuando tenía 19 años, viajaba en el asiento trasero de un coche que chocó de frente con otro vehículo. El impacto me dejó inconsciente. Cuando recobré la conciencia, me encontré en un helicóptero rumbo al hospital. No podía moverme ni respirar con facilidad, pero recuerdo que cuando los paramédicos me preguntaron mi nombre, respondí con sorprendente calma. Tenía un solo pensamiento: quiero vivir.

Vivía una lucha diaria contra el miedo a la muerte. El dolor era indescriptible: era como cargar con el sufrimiento de toda una vida.

Mi cuello estaba dislocado. La cirugía de emergencia, en la que me colocaron tornillos de sujeción, duró cinco horas. Toda mi familia es miembro de la Soka Gakkai y recitó Nam-myoho-renge-kyo a lo largo de la operación y, más tarde, supe que muchos amigos budistas también estaban orando por mí. Percibí la calidez de la comunidad de Soka Gakkai y me sentí profundamente agradecido.

Luchando contra el miedo a la muerte

Aunque me habían salvado la vida, los nervios estaban tan dañados que necesité una traqueotomía para respirar con la ayuda de una cánula. Como no podía comer, me alimentaban por vía intravenosa y con una sonda que iba de la nariz al estómago. Finalmente, me conectaron a un respirador. Cada día perdía peso y fuerzas, además tenía escalofríos y mucha fiebre. No sabía qué iba a pasar. Temía que, si me dormía, no me despertaría por la mañana. Vivía una lucha diaria contra el miedo a la muerte. El dolor era indescriptible: era como cargar con el sufrimiento de toda una vida.

¿Para qué vivir?

A pesar de las dificultades que surgían continuamente, estaba desesperado por vivir, así que no tenía tiempo que perder sintiendo ansiedad por mi futuro. Pasé días dolorosos, uno tras otro, mirando fijamente el techo blanco del hospital, atrapado en un cuerpo que no podía sentir ni mover. A veces me preguntaba si valía la pena vivir así. Pero, al ver a mi familia junto a mí todos los días, hallaba enorme consuelo. Poco a poco, sus sonrisas alegres y su oración continua me dieron esperanza, y finalmente, me recuperé lo suficiente como para ser trasladado a una unidad de rehabilitación.

Rehabilitación: logros y victorias

Una foto en primer plano de un hombre habla con una sonrisa.
[Foto cortesía de Seiji Ittogi]

Al inicio, no podía levantarme de la cama y, si intentaba ponerme de pie, me desmayaba a los diez segundos. Aún así, me entregué por completo a la rehabilitación. En enero de 2016, nueve meses después del accidente, ya podía sentarme y manejar una silla de ruedas eléctrica.

Como al principio de mi recuperación no podía usar las manos, aprendí a escribir algunos caracteres sujetando un pincel de caligrafía con la boca.

Gracias a la rehabilitación, recuperé la movilidad de la mano izquierda y seguí entrenándome para utilizar el teclado del ordenador y comer solo. Más tarde, me trasladaron a un hospital especializado donde tuve la suerte de contar con médicos y enfermeras excepcionales y trabé amistad con personas que vivían situaciones parecidas. Pasé dos años en dicho hospital. Durante ese tiempo me aferré a mi fe y reforcé mi determinación de vivir bien: mi habitación se hizo famosa entre el personal por ser un lugar de extraordinaria alegría y luminosidad.

Construyendo una nueva vida: diversidad e inclusión

En febrero de 2017, por fin pude volver a casa, pero como todavía estaba en silla de ruedas y en rehabilitación, tenía que pensar qué hacer con mi vida. Con el apoyo incondicional de mis padres, empecé una carrera a distancia en la Universidad Soka. Después de graduarme, hice cursos de informática y contabilidad y oré para superar los infinitos obstáculos que la parálisis me imponía.

Un día le pregunté a mi jefe por qué me habían contratado; él me respondió: ‘Sentí que no había nadie más que tú’. En ese momento comprendí el gran beneficio de no haberme rendido ante las numerosas dificultades que había experimentado hasta llegar allí.

En 2023, mi perseverancia y determinación dieron sus frutos y logré mi objetivo principal, que era conseguir empleo. Una empresa multinacional me contrató para ocupar un puesto en el departamento de Recursos Humanos, en el equipo de Diversidad e Inclusión. Trabajo desde mi silla de ruedas en casa y asisto a reuniones virtuales en las que, a veces, tengo que hacer presentaciones en inglés. Conté mi historia en una de estas reuniones y algunos participantes se emocionaron hasta las lágrimas. Para mí es una gran oportunidad de crecer en un entorno que valora la diversidad y ofrece un lugar donde las personas pueden desempeñar un papel activo, independientemente de sus desafíos.

En menos de un año me ofrecieron dirigir el equipo. Un día le pregunté a mi jefe por qué me habían contratado; él me respondió: «Sentí que no había nadie más que tú». En ese momento comprendí el gran beneficio de no haberme rendido ante las numerosas dificultades que había experimentado hasta llegar allí.

Hacer que el «yo del pasado» se sienta orgulloso

Una familia posa para una fotografía junto a un pariente en silla de ruedas, con el monte Fuji al fondo.
Foto familiar de recuerdo, con el monte Fuji de fondo, tomada durante la ceremonia de mayoría de edad de la hermana de Seiji Ittogi. [Foto cortesía de Seiji Ittogi]

Mi vida estuvo en peligro en muchas ocasiones, pero, gracias a mi práctica budista, he podido transformar el miedo y el pesimismo en esperanza. Hoy sigo enfrentando preocupaciones sobre mi cuerpo, mi vida y mi trabajo, pero, gracias a la fe, aprendí a convertirlas en energía, en vitalidad para vivir. Sea cual sea tu capacidad física, tu mente puede liberarse recitando Nam-myoho-renge-kyo. Ahora soy capaz de valorar profundamente a las personas que me rodean.

Por último, hay algo en lo que he estado pensando recientemente. He estado viendo fotos de cuando era niño, y quiero llevar una existencia de la que él se sienta orgulloso. Seguiré dando lo mejor de mí para afrontar todas las pruebas que se me presenten en el futuro.

Adaptado de la edición de enero de 2025 de Art of Living, SGI-UK.