Reconstruir mi negocio con los tesoros del corazón

Kevin Gan Chun Kiat creía que la felicidad llegaría por sí sola siempre y cuando trabajara duro y alcanzara la libertad financiera. Sin embargo, tras una serie de dolorosos reveses en los negocios y en la vida personal, se dio cuenta de que el verdadero éxito no se mide por la riqueza o el estatus, sino por el cultivo de «tesoros del corazón»: cualidades como la compasión, el coraje y la esperanza.
«Éxito»: auge y caída
Un impulso por la libertad financiera
Durante la mayor parte de mi infancia, fui criado por mi madre. Mi padre luchaba con una adicción al juego que provocó la ruptura de nuestra familia y graves dificultades económicas. Desde muy joven, mi mayor objetivo en la vida fue lograr la independencia económica.
Todo parecía encaminarse hacia el tipo de vida que la gente envidiaría.
A los 23 años, inicié mi propio negocio, trabajé mucho y lo vi crecer rápidamente. Al año siguiente, compré mi primera casa. A los 25 me casé y un año después fui padre. Tenía un coche, una casa, una familia y un negocio próspero: todo parecía encaminarse hacia ese tipo de vida que suele despertar la envidia de los demás.
Como todo marchaba tan bien, estaba convencido de que había encontrado la fórmula del éxito. Mientras trabajara mucho, no cometiera errores y siguiera aprendiendo, estaba destinado al éxito.
El exceso de confianza y la amenaza de la quiebra
Sin embargo, poco a poco me convertí en alguien arrogante y codicioso, y comencé a hacer inversiones de alto riesgo. Estaba lleno de confianza en mí mismo y me negaba a escuchar los consejos de los demás, me volví cada vez más irascible. Mis empleados sufrían bajo mi liderazgo y, mirando atrás, me doy cuenta de que debía ser realmente insoportable.
En 2014, comenzaron mis problemas de verdad. Las malas decisiones de inversión provocaron la necesidad de solicitar más préstamos bancarios… yo me tranquilizaba pensando que las inversiones siempre conllevan riesgos y que aún podía manejar la situación. Pero solo me hundía más en las dificultades financieras.
Incluso, en el fondo no podía ver mis errores.
La situación me perturbaba tanto que empecé a gestionar mal mi empresa. Mi rígido trato hacia los empleados alejó de la empresa el talento y los negocios, lo que llevó a que diera continuas pérdidas.
Después de dos años de lucha, me vi obligado a vender mi casa y mudarme a un piso alquilado para obtener dinero en efectivo.
Pensé que si evitaba inversiones imprudentes y me enfocaba en el negocio lograría cambiar la situación, pero la realidad demostró lo contrario. Para 2019, ya no podía pagar a mis empleados, mucho menos saldar las deudas con los proveedores o los préstamos bancarios. El resultado era claro: no podría evitar la bancarrota y el cierre del negocio.
El budismo despierta el valor para reflexionar
Mi lucha en perspectiva
Yo seguía en negación, convencido de que no había hecho nada malo. Me recuerdo sentado junto a la ventana preguntándome: «¿Cómo he llegado hasta este punto? ¿En qué me equivoqué?».
Incluso en el fondo del abismo, era incapaz de reconocer mis errores. Aunque nunca le conté a mi madre sobre mi desesperada situación, ella lo intuyó. Durante toda mi lucha, fue ella quien más se preocupó y sufrió. Todos los días recitaba con fervor Nam-myoho-renge-kyo por mi bienestar.
‘¿Alguna vez has ayudado a otros?’ Era una pregunta normal, pero me llegó al corazón.
Hacía cerca de 19 años que no asistía a una reunión de la Soka Gakkai y siempre rechazaba esas invitaciones. Habiendo construido mi negocio con mis propias manos, no veía la necesidad de la religión. Pero un día de diciembre de 2019, recibí una llamada de un miembro invitándome a encontrarnos. Me contó su lucha a vida o muerte contra una enfermedad, y quedé profundamente conmovido. En comparación con lo que él había sufrido, mis dificultades parecían insignificantes.
Entonces, me abrí y le confié lo que estaba pasando. Él me escuchó y, sencilla pero firmemente, me animó a orar y me dijo que sin duda superaría la situación.
Luego me preguntó: «¿Alguna vez has ayudado a otros?». Era una pregunta normal, pero me llegó al corazón.
Mirando atrás, creo que lo que me llevó a aceptar esa invitación fueron las poderosas oraciones de mi madre.
Una nueva comprensión
Cuando inicié mi negocio, mi objetivo era brindar una mejor vida a mi madre y mi familia. Pero después de lograr la independencia económica, me volví egoísta, codicioso y arrogante. Dejé de preocuparme por los demás.
Mi padre también había sido empresario. Su adicción al juego lo llevó a acumular deudas enormes, vender los bienes familiares y, finalmente, arrastrar a mi madre, su aval, con él. Yo estaba yendo por el mismo camino.
Esa noche, al llegar a casa, entendí por fin mis errores. Empecé a orar, reflexionando profundamente sobre mí mismo.
Salvar mi empresa transformándome a mí mismo
Una gestión basada en la compasión
Con la oración constante, encontré el valor para mantener mi negocio en marcha en lugar de cerrarlo. Por muy grave que fuera la situación, decidí transformar mi karma.
También empecé a leer libros del presidente Daisaku Ikeda y encontré un gran aliento. Me aferré firmemente a estas palabras suyas: «las personas que más han sufrido son las que tienen más derecho a ser felices».

Al mismo tiempo, comencé a trabajar en mi revolución humana. A medida que entonaba daimoku, mi estado vital cambiaba y también comenzó a transformarse mi entorno. Controlé mi temperamento y abandoné el estilo de liderazgo punitivo. Decidí, en cambio, escuchar a mis empleados de forma paciente y humilde. Como consecuencia, la moral de la empresa mejoró dramáticamente.
El problema más acuciante era el flujo de caja. Sin embargo, llegaron una serie de pequeños pedidos inesperados, todos con pago por adelantado, lo que resolvió las necesidades financieras urgentes, como el salario de los empleados.
Un cuidado genuino hacia mis empleados
En marzo de 2020, decidí comprometerme con la práctica y recibí el Gohonzon, objeto de devoción para la práctica del budismo Nichiren que tiene escrito Nam-myoho-renge-kyo en el centro.
Poco después, llegó la pandemia de COVID-19 y Malasia entró en confinamiento, que se dio en llamar Orden de Control de Movimientos (MCO, por sus siglas en inglés), y que exigía el cierre de los negocios no esenciales. Dado que mi empresa se centraba en el mobiliario de oficina y el diseño de interiores, el MCO supuso, en la práctica, un cierre forzoso.
A pesar de la crisis, mantuve la decisión de proteger a mis empleados, orando de todo corazón por su bienestar. Mi oración era clara: no recortar salarios ni despedir a nadie.
Aun teniendo deudas crecientes, me concedieron un préstamo gubernamental a bajo interés. Más sorprendente aún, durante la MCO llegó un gran proyecto y el cliente accedió a pagar un anticipo antes incluso de que comenzaran los trabajos.
Sentí que mis empleados habían recuperado la confianza en mí, y algunos incluso invitaron a antiguos compañeros a volver. Ya no era un jefe autoritario, sino uno que se preocupaba de verdad por sus trabajadores.
En 2021, la empresa volvió a ser rentable y retomó el rumbo.
Felicidad no solo para mí
Verdadera felicidad mediante compasión y conexión
Nunca he olvidado cómo una simple pregunta sincera de una persona amable despertó en mí el deseo de ayudar a los demás.
Entre los miembros de mi familia, soy el único que sigue en contacto con mi padre. Lo que comenzó como el sentido del deber de cuidarlo se ha transformado poco a poco en una expresión de sincera gratitud y devoción filial. Nuestra relación pasó de basarse en silencios incómodos a fundarse en conversaciones abiertas. En 2020, él también comenzó a entonar daimoku y, finalmente, volvió a conectar con su esposa, sus hijos y sus nietos.
En 2022, mi empresa alcanzó el mayor volumen de ingresos y, por fin, pude comprar una nueva casa.
Aunque mi situación económica mejoró, seguí firme en mi compromiso de brindar ayuda a los demás. Les hablé de la práctica a mi primo y a mi hermano –que residen en Estados Unidos– con la esperanza de que, al igual que yo, pudieran transformar su vida y la manera en que se relacionan con los demás.
He dejado atrás la arrogancia y el apego a tener siempre la razón.
Mi hermano tuvo que dejar su trabajo para cuidar de su hijo que está dentro del espectro autista. Tanto él como su esposa estaban sometidos a un gran estrés emocional y financiero. A menudo hacíamos videollamadas para sostenerles emocionalmente. Finalmente, mi hermano consiguió un trabajo a distancia que le permitía ganar un sueldo mientras cuidaba a su hijo. En la actualidad es un miembro activo de la SGI de Estados Unidos y su vida ha mejorado considerablemente.
Desde que retomé la práctica, he dejado atrás la arrogancia y la necesidad de tener siempre la razón. Ahora, procuro llevar a la vida diaria lo que aprendo de los escritos de Nichiren, los libros del presidente Ikeda y los principios del humanismo budista.
He llegado a comprender que acumular lo que llamamos «tesoros del corazón», compasión, coraje y esperanza, me ha llevado a darme cuenta de que mi verdadera misión en la vida es generar alegría tanto en mí mismo como en los demás. Al fin y al cabo, la verdadera felicidad cobra más sentido cuando se comparte.

Adaptado de la edición china de noviembre de 2024 de Cosmic, Soka Gakkai Malasia.