Vivir cada momento al máximo

Hazel Williams, Reino Unido
Una mujer sentada en un sofá.
[Fotografía cortesía de Linda Owen Hicks]

Hazel Williams, del Reino Unido, relata su viaje personal con una enfermedad rara, y explica cómo su práctica budista la ayuda a descubrir alegría cada día.

Conocí el budismo Nichiren hace unos 12 años gracias a un caballero increíble que era totalmente ciego y una verdadera inspiración para los demás. Cuando charlamos, algo resonó en mi interior. Quería tener un poco de su positividad, su alegre actitud de búsqueda y su entusiasmo por la vida.

Comencé a asistir a las reuniones de estudio y de diálogo, donde podía profundizar mi comprensión de la filosofía budista y hablar de la vida, lo cual me llenó de una nueva y vibrante energía y de entusiasmo que no había sentido antes, y me di cuenta de que podía dar un giro a mi vida, como efectivamente lo he hecho.

Durante los años siguientes, fui a todas las reuniones de la SGI del Reino Unido que pude. Percibía la energía dinámica y rebosante de los miembros, su perseverancia, su valentía, su fortaleza, así como la sensación de auténtica alegría y felicidad. Eran, para mí, linternas guía en la oscuridad, que iluminaban mi camino, y su apoyo era como las raíces interconectadas de un árbol.

Fue muy bello entablar conversaciones de corazón a corazón y significativos diálogos. Me encantaban los encuentros de diálogo, descubrir cómo los miembros habían aplicado la práctica budista en su vida cotidiana para superar difíciles retos y seguir con su actitud positiva.

Afrontar una enfermedad incurable

A lo largo de mi vida he tenido bastantes problemas de salud. Hace seis años, mi fortaleza física empeoró rápidamente y, al cabo de dos años, el médico me dijo que no había cura y que todo lo que podía hacer era ponerme lo más cómoda posible. Tengo una enfermedad rara llamada síndrome de la cabeza caída. No puedo despegar la cabeza del pecho y apenas 15 cm de la columna vertebral tiene flexibilidad que va decreciendo. Llevo seis años confinada en casa con la atención de cuidadores que vienen a ayudarme dos veces al día.

Después de estar participando activamente en mi comunidad budista, no poder asistir a las reuniones fue un golpe duro. Aunque los miembros de esta comunidad intentaron ayudarme haciendo cuanto estaba a su alcance, pasé una época de mucha soledad. Podría haberme rendido, pero sabía que la respuesta pasaba por reforzar mi práctica budista. Tenía que encontrar la manera de establecer conexiones abiertas y sinceras aunque sea por otras vías.

En febrero de 2020, me diagnosticaron epilepsia, causada por la falta de oxígeno que llega al cerebro. Fue una situación aterradora. Me informaron de que estos ataques podrían ocurrir, con mayor probabilidad, durante la noche, mientras dormía, y que, por lo tanto, era posible que una mañana no me despertara.

En abril de ese año, acabé en el hospital justo al comienzo del confinamiento por el COVID-19. Durante tres días estuve en régimen de aislamiento. Ni siquiera los especialistas entraban en la habitación, sino que se quedaban en la puerta. Lo único que llevaba conmigo era mi teléfono móvil, pero no había señal. Recuerdo que pensé: «¿Y ahora qué hago? Quizá lo mejor sea que empiece a orar». Esto me dio fuerza, valentía y un sentimiento de conexión con mis amigos budistas.

Gracias por un día más

Finalmente, cuando se confirmó que no tenía COVID-19, me trasladaron a una sala del hospital. Dialogando con el especialista, fuimos conscientes de que, en caso de necesidad, no se me podía hacer una reanimación cardiopulmonar. Esto me hizo comprender cuán valioso era vivir cada momento al máximo en lugar de lamentarme por lo que antes solía hacer y ahora no puedo.

Me dijeron que era probable que volviera pronto al hospital y que no podían hacer nada más desde el punto de vista médico. Así pues, se trata de mantenerme o deteriorarme, y estoy decidida a conservar mi estado físico actual el mayor tiempo posible. No he vuelto al hospital en 18 meses, que no es lo que habían previsto. Es asombroso, y sé que se debe a mi práctica budista.

Mi espíritu nunca ha sido tan positivo. Tengo verdadera pasión por vivir

Para mí, una de las grandes ventajas del confinamiento fue que las reuniones de la SGI del Reino Unido se celebraron en línea. La primera actividad virtual a la que asistí fue muy emotiva. Sentí como si hubiera regresado y estuviera de nuevo en casa. Desde entonces, no he dejado de participar en ningún encuentro.

¿Cómo llevo a cabo esta práctica budista en mi vida cotidiana? Nada más levantarme, de pie en la puerta de mi casa, doy gracias por otro día y sonrío al mundo. Mi espíritu nunca ha sido tan positivo. Tengo verdadera pasión por vivir. Después de todo, ¡mi segundo nombre es Alegría! La vida es maravillosa, realmente alegre y feliz.

Hay tantas pequeñas cosas que apreciar y por las que sentirme agradecida. Muchas personas, incluidos mis cuidadores, me preguntan cómo soy capaz de mantenerme tan positiva, y con gran orgullo les digo que es porque practico el budismo Nichiren.

El lugar idóneo en el que estar

A la mañana recito Nam-myoho-renge-kyo. Siendo realista, mi capacidad pulmonar debería estar disminuyendo, pero creo que al entonar daimoku se ha fortalecido no solo mi capacidad pulmonar, sino también mi voz.

Todas las noches, encuentro una cita inspiradora que se relaciona con esta práctica para enviarla a más de 60 personas a la mañana siguiente con un pequeño aliento personal. Estoy muy agradecida a todos los que reciben estos mensajes, ya que me mantienen en el buen camino y me dan una razón para aprender más sobre el budismo Nichiren cada día. Al enviarlo imagino a la persona que lo recibe y recito Nam-myoho-renge-kyo por ella.

Nadie sabe el momento en el que va a morir. Yo tengo el privilegio de tener conocimiento de que mi vida va a ser más breve de lo que esperaba. Así que para mí se trata de vivir al máximo cada momento. He planeado mi ceremonia de entierro, y va a ser un funeral budista colorido, feliz, alegre y llena de música. ¡Allí estaré!

Ya estoy orando por las cosas que quiero lograr en mi próxima vida. Mientras tanto, sin ninguna duda, voy a aprovechar al máximo esta alegre existencia. Sé que es aquí donde debo estar. Por fin comprendo que soy un Buda tal y como soy. Me gustaría terminar con una cita del presidente Daisaku Ikeda:

«Todo en el universo es una lucha continua. Lo mismo ocurre con el crecimiento de las plantas y los árboles. Estos brotan y florecen, gracias a que triunfan.

»En los anillos de crecimiento de este roble está grabada la historia de todas sus penurias, todas sus luchas y todos sus gloriosos triunfos. Se registran inviernos en los que las ramas se inclinan bajo el peso de la nieve, así como veranos de alegre profusión.

»Las grietas de su corteza le dan el aspecto de la piel arrugada y bronceada de un hombre maduro. A este árbol le pregunto en mi corazón: “¿No te gustaría irte algún día a otro sitio?”

»Pero el árbol parece sonreír cálidamente y responder: “¡Claro que no! ¡Este es mi lugar! ¡Aquí es donde he luchado y ganado! ¿Puede haber otro mejor que este?”.

[Al momento de la publicación en este sitio web, Hazel no ha vuelto al hospital desde hace tres años].

Adaptado de la edición de septiembre de 2022 de Art of Living, SGI-UK.