Determinación y transformación tras la pérdida de mi hermana

Desde niña, la relación de Szi Hean con su familia había sido distante. Pero, después de la trágica pérdida de su hermana menor, en plena etapa de duelo, decidió dejar de eludir sus responsabilidades familiares y construir la armonía en su hogar, empezando por cambiar ella misma.
Un cambio repentino y devastador
En 2017, mis hermanos y yo planeamos el primer viaje al extranjero con nuestros padres, el destino era Japón. Sin embargo, apenas diez días antes de la salida, mi querida hermana menor —mi gran confidente— falleció repentinamente.
El dolor que sentimos es indescriptible, no hay palabras para expresar la desesperación de la que fuimos presa al recibir la noticia. El sufrimiento abrumador nos sumió en una angustia insoportable.
De pie frente a su ataúd, el corazón se me llenó de ira, hacia ella por dejarnos y hacia mí misma por no haberla salvado a tiempo de la depresión.
Tras el funeral, los miembros jóvenes de la Soka Gakkai venían a casa todos los días, lloviera o hiciera sol, para recitar Nam-myoho-renge-kyo conmigo y mi familia. Durante esas agónicas jornadas, agradecí profundamente su aliento y cálida compañía.
Después de varios diálogos profundos y sinceros, decidimos seguir adelante con el viaje a Japón. El día del cumpleaños de mi hermana, participamos en Tokio en un encuentro de oración junto con otros miembros de la Soka Gakkai que estaban de visita en la ciudad, y allí oramos por su felicidad eterna. Ese día tomé una firme decisión: aseguraría la dicha de toda la familia en nombre de mi hermana, porque sabía que eso era lo que ella habría deseado en lo más profundo de su corazón.
Donde el distanciamiento comenzó
En 1988, cuando yo tenía tres años, mi padre trasladó nuestra familia de cinco miembros a una casa de madera en un pueblo situado a unos diecisiete kilómetros de donde vivíamos, y abrió allí un taller de reparación de motocicletas. Le costaba sacar adelante su negocio. Un día, un amigo le habló del budismo Nichiren y de la Soka Gakkai. A partir de entonces, toda la familia abrazó la práctica y la situación económica fue mejorando gradualmente.
Sin embargo, la crisis financiera de 1997 provocó un fuerte bajón en su negocio. Para colmo, unos promotores inmobiliarios reclamaron el terreno donde se encontraba nuestra casa, lo que nos obligó a mudarnos.
Recuerdo el día en que las excavadoras llegaron a la puerta de casa. Mis padres, junto con numerosos vecinos, fueron arrestados por protestar. Durante esos difíciles momentos, la comunidad local de la Soka Gakkai nos brindó un gran apoyo.
Aunque yo agradecía sus esfuerzos, en mi familia prácticamente no había comunicación.
Mi madre consiguió varios empleos de limpieza y trabajó sin descanso para sostener a la familia. En casa, mis padres discutían a menudo por cuestiones económicas.
Aunque yo agradecía sus esfuerzos, en mi familia prácticamente no había comunicación. A medida que fui creciendo, cada vez me resultaba incómodo estar en casa y cuando estaba allí me encerraba en mi habitación.
Al graduarme de la escuela secundaria, empecé a trabajar por las mañanas y a estudiar en la escuela nocturna, y eso me servía de excusa para no pasar tiempo con mi familia. Una vez que conseguí un empleo a tiempo completo, pensé que con darle a mi madre algo de dinero cada mes era suficiente para cumplir con mi deber como hija, y rara vez me preocupaba por los asuntos domésticos. En aquella época, la relación con mis padres se parecía más a la de un casero y una inquilina.
Tenía miedo de tomar decisiones y evitaba asumir la responsabilidad de un posible error.
Aunque tenía una hermana mayor, y una hermana y dos hermanos menores, nunca asumí lo que me correspondía como segunda hija.
Esta actitud no cambió ni siquiera cuando la mayor se fue a trabajar a Singapur. Pasara lo que pasara, mi hermana menor era siempre la primera persona a la que recurría: ella se encargaba de casi todo lo relacionado con la familia. Me cuidaba de muchísimas maneras.
Mirando atrás, me di cuenta de que me faltaba confianza: tenía miedo de tomar decisiones y evitaba asumir la responsabilidad de un posible error. Siempre dejaba los asuntos familiares en manos de mis hermanas, en lugar de ser yo la que se ocupara de ellos.
El comienzo del cambio
Después de la muerte de mi hermana menor, supe que tenía que cambiar. Sin embargo, los patrones de interacción que se habían arraigado en mi familia durante años no podían transformarse de la noche a la mañana.
Al regresar de Japón, la realidad se impuso: el insoportable dolor de haber perdido a mi hermana nos seguía atormentando a todos.
Daisaku Ikeda dijo en una ocasión: «Perder a un familiar querido es un acontecimiento triste y doloroso. Aunque lo entendamos […], a las emociones y al corazón le lleva tiempo aceptar la realidad. Cada persona necesita un tiempo distinto para asimilar la muerte de un ser querido. El Daishonin [Nichiren] enseña que debemos entonar Nam-myoho-renge-kyo por los fallecidos tanto como podamos».
No sabía por dónde empezar. Comencé orando fervientemente cada mañana y cada noche.
Esta cita me animó a orar con seriedad todos los días. Mis padres también aceptaron poco a poco el dolor de perder a su hija y continuaron orando cada día.
Siempre he sido de naturaleza pasiva y eso se reflejaba en mi práctica budista. Antes, era mi hermana menor quien me alentaba y apoyaba en la práctica; además era la persona en quien más confiaba.
Como había decidido cuidar de mi familia tal y como lo había hecho ella, tenía que desarrollar la misma fortaleza interior. Pero no sabía por dónde empezar. Comencé orando fervientemente cada mañana y cada noche. También aprendí a gestionar los asuntos familiares.
Anteriormente solía evitar el trato con ella, porque no sabía cómo interactuar.
El proceso de cambio no fue fácil: me costó mucho adaptarme a la vida sin mi hermana. Cada vez que algo me preocupaba, lloraba sola en mi habitación, pensando constantemente: «Ojalá estuviera aquí».
El mayor desafío fue la relación con mi madre. Ella también sufría depresión y, a menudo, perdía el control de sus emociones y se comportaba de modo irracional. Anteriormente solía evitar el trato con ella, porque no sabía cómo interactuar.
Incapaz de lidiar con sus impredecibles arrebatos emocionales, discutía mucho con ella. Como no podía entender sus dificultades, me frustraba y sentía que usaba la depresión como excusa para sus desbordes anímicos. Una vez, incluso le espeté enfadada: «¿Solo porque no estás bien, crees que puedes ser irracional? ¿Estar enferma significa que puedes hacer lo que quieras?».
Amanece en mi corazón
A pesar de mis esfuerzos por cambiar, la situación familiar no mejoró; de hecho, durante la pandemia, las cosas empeoraron. En marzo de 2021, mi madre sufrió una grave crisis emocional y no tuve más remedio que llamar a la policía para que la llevaran al hospital.
Ver cómo se la llevaban fue tan doloroso que no puedo expresarlo con palabras. Me sentí completamente impotente, incapaz de hacer nada por ella.

En el hospital, me quedé a su lado todo el tiempo. En su estado de angustia, perdió el control y me lanzó palabras duras: me reñía sin piedad. Pero, increíblemente, no me enfadé para nada. Tampoco sentí vergüenza cuando los vecinos vieron cómo se la llevaban: era mi madre y estaba realmente enferma.
Una vez más, cuando nuestra familia enfrentaba un momento difícil, los miembros de Soka Gakkai vinieron a alentarme. Oré aún con más fervor, y reflexioné profundamente sobre todo lo que estaba pasando. Tomé la firme decisión de empezar por mi propia revolución humana, por mi propio cambio interior para crear una familia armoniosa.
Mientras el sol siga saliendo, la oscuridad desaparecerá.
Daisaku Ikeda dice: «¿Cómo podemos lograr la armonía familiar que representa la paz mundial en miniatura? En primer lugar, nosotros mismos debemos esforzarnos por ser una presencia brillante en nuestros hogares, envolviendo a todos los miembros de nuestra familia en la luz del amor compasivo».
Leí esta frase una y otra vez y me alenté a mí misma a convertirme en un sol: Mientras el sol siga saliendo, la oscuridad desaparecerá. Debo continuar creciendo y ser la luz de esperanza para mi familia.
Debido al empeoramiento de la pandemia, el hospital no pudo continuar con el tratamiento de mi madre, así que la traje de vuelta a casa. Me di cuenta de que estaba comprendiendo mejor su condición y aceptándola. Me propuse emprender cambios específicos en mi vida diaria.

Por ejemplo, en vez de irme al trabajo sin decir nada como hacía antes, comencé a saludarla cada mañana con alegría. Por la noche, en lugar de encerrarme en mi habitación, buscaba intencionadamente sentarme con ella a ver la televisión y charlar con tranquilidad. También empecé a abrazarla algunas veces.
Aunque todavía discutimos de vez en cuando, mis hermanos menores suelen intervenir para mediar entre nosotras y serenar el ambiente.
En los años transcurridos desde el fallecimiento de mi hermana, gracias a mi dedicación a la práctica de Nam-myoho-renge-kyo y a la participación en las actividades de la Soka Gakkai, junto con el constante aliento de los miembros con más experiencia, he aprendido a enfrentar mis propios retos y debilidades.
Lo más importante es que ya no tengo miedo a tomar decisiones: me he armado de valor y he fortalecido el sentido de la responsabilidad necesarios para aceptar las consecuencias de mis elecciones.
Estoy decidida a ser una joven digna de confianza, capaz de brindar esperanza a los demás.
Adaptado de un artículo publicado en el número de enero de 2025 de Cosmic, Soka Gakkai Malasia.





