La fuerza más poderosa en la habitación

Mira McEwan, EE. UU.
Una mujer sonriente en uniforme de enfermera
Fotografía cortesía de Kate Deatrich

Descubrir la naturaleza de Buda inherente a su vida le dio a Mira McEwan una perspectiva completamente nueva sobre su trabajo, las relaciones personales y su capacidad para generar un impacto positivo en el mundo que la rodea.

Al igual que hago con todos los pacientes que ingresan en nuestro centro médico, antes de conocer a Wilma en persona, leí su historia clínica: mujer de unos setenta años con enfermedad pulmonar obstructiva. Esta enfermedad, y lo puedo decir por mi experiencia como enfermera, provoca a quienes la padecen un mal estado de salud generalizado. Por eso, me sorprendió cuando en 2017 llegó a nuestro centro manteniendo conversaciones animadas, paseándose por las instalaciones, jugando al bingo y ayudando a otras personas. Desprendía una energía que literalmente «elevaba» a la gente a su alrededor; pensé: «tiene chispa». Nos pusimos a hablar y enseguida la conversación giró en torno al budismo que ella practicaba desde hacía muchos años.

Me di cuenta de que buscaba respuestas fuera de mí, en dioses o en fuerzas ajenas a mi control.

En ese momento, tenía muchas dificultades en mi vida. Mi marido luchaba contra una depresión, las relaciones familiares eran complicadas, y, además, en el trabajo estaba siendo injustamente acusada de dispensar narcóticos, y como consecuencia, podía perder mi habilitación profesional como enfermera. Recurrí entonces a varias tradiciones y prácticas religiosas en búsqueda de sabiduría para afrontar tales retos. Sin embargo, al hablar con Wilma, me di cuenta de que buscaba respuestas fuera de mí, en dioses o en fuerzas ajenas a mi control. El budismo, me explicó, enseña que el estado más precioso y más digno de respeto, el estado de budeidad, existe en uno mismo, y se activa al entonar Nam-myoho-renge-kyo.

Comencé entonces a realizar esta práctica y la forma en que enfocaba las circunstancias por las que estaba pasando, también comenzó a cambiar. La salud de mi marido, las disputas familiares y las acusaciones en el trabajo se dilucidaron en cuestión de meses. Pero lo más significativo fue el nuevo sentido que el budismo dio a mi labor.

Una nueva manera de cuidar

Durante los 20 años que he sido enfermera, mi ocupación ha consistido en servir a los demás. Pero, hasta el encuentro con el budismo Nichiren, lo llevaba a cabo desde la perspectiva de dos realidades diferenciadas: yo era la enfermera y ellos los pacientes. La filosofía budista me aportó una nueva dimensión: mis pacientes eran personas con las que yo tenía una conexión desde existencias anteriores. La enfermería pasó de ser un medio adecuado para vivir, a convertirse en una parte importante de mi camino espiritual. El trabajo se transformó en el lugar donde avanzar con aquellas personas con quienes compartía profundos lazos kármicos.

Los cambios que llegan con la edad y las enfermedades suelen causar desesperanza y vergüenza entre mis pacientes. Comencé a considerar esos sentimientos como velos que empañaban su naturaleza de Buda. Entonces, cada interacción, ya fuera con un compañero de trabajo o un residente, se convirtió en una oportunidad de invitar a la persona que tenía delante a que se respetara a sí misma profundamente.

Con el inicio de la pandemia en 2020, todos los desafíos que plantea trabajar en un centro de atención médica como el nuestro se intensificaron. Todas las residencias de nuestra zona «se cerraron», lo que significó que nadie podía realizar visitas. Los usuarios estaban aislados en sus habitaciones: no había actividades ni comidas comunes ni socialización alguna. Es difícil transmitir el horror que eso significó. Lo único que los residentes podían hacer era ver televisión, que constantemente emitía informes de las elevadas cifras de fallecidos por COVID-19, sobre todo en las residencias de ancianos.

Recitaba… para que cuando entrase en cualquier habitación, la budeidad fuera la fuerza más poderosa allí presente

Recitar Nam-myoho-renge-kyo era el combustible que me mantenía en marcha. Lo hacía para extraer la sabiduría que me permitiera mostrar mi naturaleza de Buda a todas las personas con las que me encontrara; para que cuando entrase en cualquier habitación, la budeidad fuera la fuerza más poderosa allí presente.

A menudo, con aquellos pacientes con complicaciones, altos niveles de ansiedad o confusión, ello significaba, simplemente, sentarme a su lado y cogerles la mano. En varias ocasiones tuve el privilegio de estar con alguno mientras fallecía. Al padecer enfermedades en fase terminal (no solo por COVID-19, ni siquiera principalmente por este virus), el aislamiento incrementó la mortalidad entre los residentes de manera significativa.

En particular, pasé mucho tiempo junto a una mujer joven con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), cuya enfermedad avanzaba muy rápidamente. Estaba determinada a conectar con ella, pero se comunicaba muy despacio. Lo que necesitaba era tiempo, un bien que suele escasear en la atención sanitaria. Decidí crearlo, así que llegaba más temprano para poder escucharla y mostrarle que, lo que ella tenía para decir, era importante para mí. Volví una y otra vez sobre el concepto budista de la inseparabilidad del individuo y el medio ambiente, y me repetía que, si mi karma fuera diferente, podría ser yo la que batallara contra la enfermedad y estuviera en una cama de hospital.

Reconocer esto de forma visceral me ayudó a ponerme en sintonía con las otras personas, con sus inseguridades, deseos y necesidades. Desde este lugar, podía intuir cuál era la línea de acción positiva que, en realidad, tanto con esta joven como con otros pacientes, no era nada del otro mundo; a veces era tan simple como una broma oportuna: ella se reía, yo me reía y me daba cuenta de que estábamos en el camino adecuado. Nos alineábamos con la naturaleza de Buda.

Comenzar mis mañanas entonando Nam-myoho-renge-kyo y este esfuerzo extra de dar alegría a esta joven, cambió la forma en la que yo interactuaba con los demás durante el resto del día. Incluso en medio de las horribles condiciones de la pandemia, descubrí que podía ser alegre y hasta divertida. Tenía la capacidad de brindar tranquilidad a los demás, tanto residentes como trabajadores. Los esfuerzos que realicé dieron sus frutos: la gente se involucró de forma más distendida.

Antes de superar la pandemia, el concepto de kosen-rufu o paz mundial a través de los ideales del budismo Nichiren, lo entendía como algo distante. Pero gracias a realizar el juramento de compartir los sufrimientos y alegrías con mis pacientes en tiempos de crisis, llegué a apreciar más profundamente su significado. Pude ver de primera mano cómo mi oración decidida se trasladaba a mi entorno, y se extendía y elevaba a los que estaban sufriendo intensamente.

Si semejantes cambios son posibles bajo aquellas condiciones, estoy convencida de que se pueden realizar en cualquier lugar.

Adaptado de un artículo del 14 de enero de 2022 en el World Tribune SGI-USA.