¿A quién llamamos “Buda”?
Para muchos, la imagen que evoca el término Buda es la de un ser sobrenatural, alejado tranquilamente de los asuntos mundanos. A través de la meditación, este ser ha alcanzado el estado de “nirvana”, lo que le permitirá alejarse de este mundo y de sus sufrimientos continuos –fruto de la ilusión y deseos del ser humano.
Sin embargo, esta imagen no refleja la realidad de la vida de Shakyamuni , fundador del budismo, quien vivió en India hace unos 2.500 años. Él fue un hombre de profunda compasión que rechazó los extremos tanto del ascetismo como del apego y continuamente se relacionaba con los demás, con el deseo de que todas las personas pudieran compartir la verdad que él había descubierto.
Buda significa literalmente “el iluminado”. La iluminación es un estado completamente despierto a la inmensa sabiduría que permite comprender y disfrutar de la realidad, en toda su complejidad. Cualquier ser humano que haya despertado a la verdad fundamental de la vida puede llamarse Buda.
El Sutra del loto explica que la budeidad existe de por sí en toda vida.
No obstante, muchas escuelas budistas han enseñado que se puede acceder a la iluminación únicamente tras haber llevado a cabo un arduo proceso a lo largo de un periodo inimaginablemente largo – de hecho, tras muchas vidas. En un radical contraste el Sutra del loto, considerado como la enseñanza suprema de Shakyamuni, explica que la budeidad existe de por sí en toda vida. Esta enseña la igualdad absoluta y subraya que, incluso en la vida de alguien aparentemente dominado por el demonio, existe la joya en bruto de la naturaleza de Buda. Nadie nos la da o decide si la “merecemos”.
Como oro escondido en una sucia bolsa, o la flor de loto que emerge de un estanque fangoso, primero tenemos que creer en que nuestra naturaleza de Buda está ahí, y luego despertar a ella y desarrollarla o “pulirla”. En el budismo Nichiren, esto se puede hacer a través de la devoción a la ley contenida en el Sutra del loto y la entonación de la frase “Nam-myoho-renge-kyo”.
Pero la budeidad no es una condición estática o un estado en el que uno pueda descansar de forma complaciente. Más bien, se trata de una experiencia dinámica y un viaje de continuo desarrollo y descubrimiento.
Cuando fortalecemos continuamente la budeidad en nuestras vidas, cada vez estamos menos dominados por el egoísmo (o la avaricia), la ira y la estupidez –lo que el budismo denomina “los tres venenos”. Al fusionar nuestras vidas con el estado vital iluminado del Buda, podemos emplear nuestro potencial inherente y cambiar nosotros mismos de manera fundamental.
A medida que esta condición de budeidad inherente se fortalece, desarrollamos también una entereza que nos permite capear las tormentas más tempestuosas. Si nos iluminamos a la verdadera e inmutable naturaleza de la vida, podremos navegar entre las olas de la dificultad que azotan nuestras vidas, generando algo de valor de cualquier situación. De esta manera aflora nuestro “verdadero yo”, y encontramos en nuestro interior enormes reservas de coraje, amor compasivo, sabiduría y energía o fuerza vital. Encontramos que nos volvemos más activos y sentimos una profunda libertad interior. Y, mientras experimentamos un creciente sentido de unión con el universo, el aislamiento y la marginación que tanto sufrimiento causa, se evaporan. Reducimos el apego a nuestro pequeño y egoísta yo, y en cambio, tomamos conciencia de la interconexión de toda vida. Gradualmente vemos que nuestras vidas se abren hacia la vida de los demás, deseando su felicidad tanto como la nuestra propia.
Sin embargo, mientras que es fácil creer en que todos nosotros poseemos los estados de vida bajos descritos en las enseñanzas budistas (infierno, hambre, animalidad, ira, etc.), creer en que posemos la budeidad es mucho más difícil. Pero la lucha por desarrollar y fortalecer continuamente este estado en el interior de nuestras vidas merece la pena..
En palabras de Daisaku Ikeda “[La budeidad] es la mayor de las alegrías. El nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte dejan de ser sufrimientos y se convierten en parte de la alegría de vivir. La luz de la sabiduría ilumina el universo entero, disipando la oscuridad innata de la vida. El espacio vital del Buda se une y fusiona con el universo. El yo se convierte en el cosmos y, en un instante, el flujo vital se extiende para abarcar todo lo que es pasado y todo lo que es futuro. En cada momento del presente, la eterna fuerza vital del cosmos emana tal cual una fuente gigante de energía”.
[Cortesía de la entrega del SGI Quarterly de julio de 1998].