Impulsar el cambio: la misión de un ingeniero eléctrico de alumbrar el futuro

Santiago Quinto Lapa, Perú
Tres hombres en una zona montañosa con instrumentos topográficos para la instalación de una línea de alta tensión.
Santiago Quinto Lapa (centro) con miembros de su equipo y un instrumental topográfico a punto de trazar la posición de una línea de transmisión primaria que llevará electricidad a 14 localidades del distrito Santa Rosa, en el departamento de Puno (2011) [© PSGI]

Nacido poco después de la Segunda Guerra Mundial, Santiago Quinto Lapa de Perú echa una mirada retrospectiva a sus setenta y siete años de vida, que estuvo marcada por la determinación de iluminar la vida de las personas, llevando electricidad a sus casas y vecindarios y, pasara lo que pasara, de no ser vencido jamás, siguiendo adelante con claridad de propósito.

Nací en octubre de 1947 en una hacienda en Perú gestionada por estadounidenses, donde mis abuelos se dedicaban a la producción de leche. Me separaron de mi madre cuando tenía dos años y nunca conocí a mi padre, por lo que quedé bajo el cuidado de mi abuela.

Debido a la hambruna y las dificultades en el país tras la Segunda Guerra Mundial, tuve que comenzar a trabajar siendo un niño. Cursé la enseñanza primaria en una escuela nocturna mientras trabajaba durante el día. En la secundaria, me matriculé en una escuela técnica donde aprendí electricidad hasta graduarme en 1968.

Mi encuentro con el budismo

En 1974, conocí el budismo gracias a la señora que me ofrecía el almuerzo en el lugar donde vivía cuando estaba trabajando en la construcción civil. Me dijo que podía conseguir «todo lo que quisiera» entonando Nam-myoho-renge-kyo, por cuanto empecé a practicar con la esperanza de mejorar mi vida.

Fortalecí mi práctica y tomé profunda conciencia de los problemas sociales, especialmente aquellos relacionados con la desigualdad. Al participar en las actividades de la Soka Gakkai, llegué a comprender la importancia de tener metas concretas y de estudiar para servir más y mejor a la comunidad…

Un día, en una reunión de la Soka Gakkai, me conmovió el sincero aliento de un responsable que atendía el encuentro. Habló sobre el Gohonzon —el objeto de devoción para la práctica del budismo Nichiren que tiene inscrito Nam-myoho-renge-kyo en el centro— y la importancia de desafiarse a uno mismo a través de la fe. Sus palabras resonaron en mí de tal manera que decidí ingresar como miembro de la organización. Estuve entre los ocho miembros con quienes se formó el primer grupo de la Soka Gakkai en Huancayo.

Ese mismo año, mi abuela y otros familiares también, alentados por mi convicción, decidieron comenzar la práctica del budismo. Cada día transmitía esta práctica a los demás con el deseo de brindar felicidad a todos para que pudieran transformar su vida como yo lo había hecho.

Con los años, fortalecí mi práctica y tomé profunda conciencia de los problemas sociales, especialmente aquellos relacionados con la desigualdad. Al participar en las actividades de la Soka Gakkai, llegué a comprender la importancia de tener metas concretas y de estudiar para servir más y mejor a la comunidad, tal como nos alienta el presidente Daisaku Ikeda.

Continuar mi formación en estudios superiores

Acceder a la universidad era un desafío increíblemente difícil, pero empecé a entonar Nam-myoho-renge-kyo con la determinación de conseguirlo. Aunque no disponía de los medios para la preparación académica, tomé todos mis libros e inicié mis estudios solo. Me esforcé al máximo tanto en mi práctica budista como en mi vida cotidiana. Con el apoyo de muchas personas, fui aceptado en la Facultad de Ingeniería Eléctrica y Electrónica de la Universidad Nacional del Centro del Perú.

Coincidiendo con el ingreso en la universidad, conseguí un empleo en una empresa donde pasaba jornadas de hasta doce horas al día durante los ocho años que tardé en graduarme. Gracias a aquel trabajo y al denodado esfuerzo pude finalizar mis estudios.

Pasaba jornadas de hasta doce horas al día durante los ocho años que tardé en graduarme. Gracias a aquel trabajo y al esfuerzo pude finalizar mis estudios.

Durante los años que pasé en la universidad, seguí participando con entusiasmo en las actividades de la Soka Gakkai y, junto con otros miembros, organizamos varios eventos culturales abiertos a la sociedad: por ejemplo, uno de ellos en un centro educativo y otro en la Biblioteca de la Municipalidad de Huancayo. Al mismo tiempo, les hablé de budismo a las personas de mi entorno.

En 1976, a los dos años de haber empezado a practicar, me atropelló un coche cuando iba al trabajo en bicicleta. Estuve inconsciente durante más de tres días, tenía heridas en la cara y tuve que ser operado de la nariz. A pesar de este infortunio, en ningún momento me desalenté y continué entonando Nam-myoho-renge-kyo.

Decidido a contribuir

En 1984, durante la tercera visita del presidente Daisaku Ikeda a Perú, nos alentó a los jóvenes –como representantes de la Soka Gakkai y practicantes del budismo Nichiren– a contribuir a la sociedad y llegar a ser miembros de confianza de la comunidad. Sus palabras me motivaron a emprender iniciativas que contribuyeran a profundizar la comprensión de la Soka Gakkai y promover la paz en la ciudad de Huancayo, donde vivía.

Gracias a las relaciones de confianza que había entablado con mis profesores mientras estudiaba, logré contactar con funcionarios de la universidad quienes nos ayudaron a organizar exposiciones de la Soka Gakkai en el campus universitario, entre ellas, la que se titulaba Hacia un Nuevo Humanismo. En esta muestra se presentaron los libros del presidente Ikeda y sus encuentros con personalidades del mundo. Años después, en 1999, mi universidad confirió un doctorado honoris causa al presidente Ikeda en reconocimiento a su labor por la paz.

Una convicción más fuerte que el miedo: encontrar mi misión

Durante los años 80, Perú enfrentó una época marcada por el terrorismo, por lo que todos enfrentamos grandes adversidades. Con la determinación de hacer todo lo que estuviera en mis manos para contribuir a la sociedad, comencé a trabajar en proyectos que formaban parte de la electrificación del país.

Un hombre con casco y chaqueta vaquera montado en una mula junto a un río en Perú.
Dirigiéndose de Yanahuanca al pueblo de Independencia, un viaje de 18 kilómetros [© PSGI]

Viajé a distintos pueblos clasificados como «zonas rojas» —lugares que nadie quería acercarse debido a las actividades de grupos guerrilleros—. Sin embargo, mi convicción era más fuerte que mis temores, y consideré que era mi misión instalar luz eléctrica en estos lugares.

También me dediqué de lleno a los proyectos de electrificación en pueblos de diferentes ciudades y localidades del departamento de Junín y en muchas otras. En el departamento de Huancavelica, por ejemplo, ayudé a instalar el servicio de electricidad en dieciséis centros poblados, diez en el departamento de Ayacucho y ocho en la provincia de Yauyos, departamento de Lima. Todos estos proyectos recibieron financiación del Fondo de Cooperación para el Desarrollo Social (FONCODES).

Dos hombres con casco junto a un transformador en el campo, con cielos despejados y amplios campos de fondo.
Santiago (izquierda) frente a un transformador instalado en el distrito de Carhuacayán, departamento de Junín (2012) [© PSGI]

De la misma manera que me desafiaba en el ámbito laboral, me esforcé al máximo en mi organización local de la Soka Gakkai. La organización también empezó a crecer en otras regiones, y continuábamos promoviendo la cultura y la educación a través de exposiciones.

Impertérrito

En 1991, me casé y formé una familia con tres hijos, que también abrazan el budismo Nichiren.

En 2010, trabajando en una planta trituradora de chatarra, tuve un grave accidente en el que recibí una descarga eléctrica de 22 900 voltios. Me quemó toda la cara y mi mano derecha se vio afectada terriblemente. Los médicos, asombrados de que hubiera sobrevivido, me dijeron que jamás me recuperaría del todo. Sin embargo, continué entonando Nam-myoho-renge-kyo cada día para mejorar cuanto antes fuese posible.

A pesar del accidente, seguía determinado en llevar electricidad a los pueblos sin luz eléctrica. Presenciar la alegría y el entusiasmo de los habitantes del pueblo cuando la veían por primera vez era algo que me motivaba a continuar con mi misión. Esta es la razón por la que nada me detuvo y pude completar el plan de electrificación de doce localidades en la ciudad de Piura, veinticuatro en el departamento de Cerro de Pasco, ocho en el departamento de Chiclayo y sesenta y cuatro en el departamento de Cajamarca, todas ellas financiadas por el Ministerio de Energía y Minas de Perú.

Hombres transportando un poste de madera cuesta arriba por un campo rodeado de un paisaje montañoso.
Santiago guiando el transporte de un poste para una línea de transmisión en Yanahuanca, en el centro de Perú (2013) [© PSGI]

Un nuevo propósito

En noviembre de 2021, fui hospitalizado por un malestar constante y pérdida del apetito. Los médicos me comunicaron que me quedaban cuarenta y ocho horas de vida. Mi tensión arterial era tan alta que ellos decían que podría haber muerto mientras dormía. Me diagnosticaron una insuficiencia renal y me sometieron a un tratamiento de hemodiálisis durante quince días, para después continuar con diálisis domiciliaria.

Gracias a mi práctica budista, a la determinación inquebrantable que pude extraer de ella y a un buen tratamiento médico, poco a poco pude reducir las sesiones de diálisis. Mis riñones mejoraron y comenzaron a funcionar un catorce por ciento, lo que posibilitó a los doctores ajustar el tratamiento de diálisis y realizarlo cada dos días.

Cinco personas posan para una foto de familia al aire libre en un día soleado, la mujer de la derecha sostiene un perro negro.
Santiago (centro) con su familia [© PSGI]

A pesar de la enfermedad, no me he dejado vencer ni desalentar. He empezado a apreciar cada momento de mi vida y a disfrutar del tiempo que paso con mi familia. Las actividades de la Soka Gakkai me llenan de energía, junto con mi práctica budista diaria, me ayudan a seguir adelante.

Sin lugar a duda, todo lo que he superado y logrado —tanto en lo personal como en la familia— es gracias a mi práctica budista, la Soka Gakkai y el aliento de mi maestro, el presidente Ikeda. Llevándolo siempre en mi corazón, estoy decidido a llevar la luz de la alegría a los demás transmitiendo el budismo Nichiren y lograr victorias aún más grandes en mi vida.

Adaptado del artículo publicado en la edición septiembre-octubre 2024 de la revista Nueva Era de la Asociación Peruana de la SGI.