De la ansiedad a servir a los demás: el camino que me llevó a ser abogada

por Juliet Asiamah Ateko, Ghana
Una joven de pie sonríe a la cámara con la mano en la cadera y la cabeza ladeada.
[© Juliet Asiamah Ateko]

Durante su infancia, Juliet Asiamah Ateko vivió atrapada por la ansiedad y la inseguridad paralizantes. Los exámenes la dejaban inmovilizada por el miedo y estaba convencida de que no llegaría a nada. En la actualidad, es una abogada reconocida en su país natal, Ghana. En este relato recuerda cómo su práctica budista la ayudó a transformar las creencias que la limitaban y a alcanzar metas que jamás habría imaginado posibles.

Ansiosa por todo

Crecí en una familia de la Soka Gakkai, pero lo que realmente me llevó a empezar a practicar el budismo fue el deseo de enfrentar mis temores. Todo me daba miedo y eso afectaba cada aspecto de mi vida. En la escuela, nunca conseguía terminar los exámenes porque pasaba la mayor parte del tiempo dudando de mis respuestas. Me resultaba desgarrador comprobar después que las respuestas de las había dudado eran, en realidad, las correctas. Cada vez que me sentaba a hacer una prueba, dudaba de mí misma, sudaba mucho y sentía que el corazón se me aceleraba. Esta lucha afectó profundamente mi rendimiento escolar.

Pensaba que nunca podría ser como ellos.

En las reuniones de la Soka Gakkai, me inspiraban los relatos de los miembros sobre cómo se apoyaban en la práctica y la filosofía del budismo para afrontar sus retos, pero yo seguía sintiéndome insignificante; pensaba que nunca podría ser como ellos. Admiraba su determinación y deseaba poder mostrar la valentía como ellos.

Me sentí aún más abatida cuando no pude ingresar en la escuela de enseñanza media superior que había elegido porque no aprobé una asignatura troncal. Me sentí tonta y decepcionada de nuevo, sobre todo porque había estudiado mucho y sabía, en el fondo, que podría haber aprobado si no fuera por las dudas y los miedos que me paralizaron durante los exámenes.

Admiraba su determinación y deseaba poder mostrar ese mismo coraje.

Gracias al apoyo de mi padre, finalmente conseguí entrar en otra escuela, aunque nunca me había gustado. Estudié mucho, pero seguía agobiada por innumerables miedos. Mis compañeros de clase no entendían por qué siempre estaba tan nerviosa durante los exámenes, ya que me iba bien en clase y les explicaba las cosas con claridad. Sin embargo, volví a suspender una asignatura troncal y no pude ingresar en la universidad. Ese fue mi punto de inflexión, porque confirmó mis dudas: estaba convencida de que no valía para nada.

Una intervención

Mi familia se dio cuenta de lo decepcionada y deprimida que estaba y comenzó a orar intensamente por mí. Mis padres me animaron y me enviaron a casa de una tía que daba clases en una escuela politécnica para que me ayudara a salir de esa situación. Recuerdo que lloré durante todo el camino.

Una familia de siete personas de pie sonríe para una fotografía conmemorativa.
En una reunión familiar [© Juliet Asiamah Ateko]

Cuando llegué a la escuela, mi tía estaba dando clase. Me llevó a su despacho y luego regresó al aula. Durante todo el tiempo que estuvo fuera, oré para ser tan feliz como las jóvenes que compartían sus experiencias en las reuniones de la Soka Gakkai a las que había asistido, y para convertirme en alguien capaz de cuidar con esmero de cada persona que se encontrara frente a mí.

Cuando mi tía volvió, llevaba en la mano mi boletín de notas y un periódico. Me miró directamente a los ojos y me dijo: «Solo has suspendido matemáticas, todas las demás notas son buenas. No eres una mala estudiante». ¡Incluso me sugirió que podía llegar a ser abogada! Me pregunté con quién creía que estaba hablando para decir algo así. Lo único que pude responder fue: «No puedo». «Tú» –dijo mi tía con firmeza– puedes convertirte en lo que te propongas».

Puedes convertirte en lo que te propongas.

Después llamó a un número que aparecía en el anuncio del periódico: era la escuela de Derecho de una universidad privada que promocionaba su carrera de cuatro años. Mi tía nunca se rindió e hizo todo lo posible para ayudarme. Gracias a ella, pude ingresar en la universidad para estudiar abogacía.

Sentí renacer la esperanza y la determinación de triunfar.

El éxito y el apoyo a los demás

Para llegar a ser abogada, tenía que graduarme tanto en la escuela de Derecho como en la universidad. La matrícula era cara, así que, mientras estudiaba en la universidad, trabajaba a tiempo parcial para ahorrar dinero para la escuela de Derecho.

La universidad estaba en Accra, por lo que me mudé allí y me convertí en la responsable del grupo de mujeres jóvenes de mi zona local de la Soka Gakkai. Puse mi empeño en asegurarme de que todas las jóvenes con las que me encontraba fueran muy felices y continuaran con su práctica budista. Hoy en día, sus experiencias me inspiran enormemente.

Un grupo de mujeres jóvenes sonrientes saludan con la mano, de pie frente a un edificio.
Juliet con algunas de sus amigas de la Soka Gakkai [©Juliet Asiamah Ateko]

Me esforcé por poner en práctica el aliento de Daisaku Ikeda que nos insta a ser un alegre sol de felicidad. Participé en muchas actividades de la Soka Gakkai; era una alegría trabajar entre bastidores por la felicidad de los miembros. No me di cuenta de cuánto había transformado mi vida esa práctica hasta llegar a mi último año en la universidad. Aprobé todos mis exámenes sin ningún temor ni duda y me gradué como una de las mejores estudiantes de mi grupo.

Esta experiencia fue un trampolín para mi éxito posterior en la escuela de Derecho. Mis compañeros acudían a mí para que les explicara las asignaturas difíciles, y yo siempre me sorprendía de cómo encontraba la sabiduría necesaria para comprender los temas y explicarlos con claridad. Aprobé los exámenes de acceso a abogacía y tuve la oportunidad de formarme en un prestigioso bufete de abogados y en la Comisión de Tierras, donde adquirí una gran experiencia profesional que me ha beneficiado hasta el día de hoy.

Una jefa que me impulsó con grandes retos

Dos mujeres vestidas con ropa formal en una oficina frente a unas estanterías llenas de libros.
Juliet con su empleadora [© Juliet Asiamah Ateko]

El bufete de abogados al que me incorporé, y en el que trabajo actualmente, era todavía nuevo y contaba con tan solo una abogada: la socia gerente. Además, prácticamente no tenía clientes. Lo que me hizo quedarme fue la profunda conexión que sentí con mi jefa; era un sentimiento mutuo. Al mirar atrás, no tengo ninguna duda de que cuando recitamos Nam-myoho-renge-kyo y trabajamos por la felicidad de los demás, nuestra vida avanza en una dirección positiva.

El bufete es el lugar que me ha permitido adquirir una vasta e inestimable experiencia como abogada. Aunque no exentos de estrés, estos tres años de ejercicio de la abogacía me parecen treinta. Durante mi primer año, tuvimos muchas recomendaciones de nuevos clientes, con casos en diversas y complejas áreas del derecho. Fui la abogada principal en todos ellos. Mi jefa me planteó desafíos tan grandes que llegué a ser capaz de llevar juicios y negociaciones comerciales complejas sin ayuda. Ella siempre me expresa su agradecimiento por mi compromiso.

Aunque a menudo me sentía agotada, nunca perdí la oportunidad de animar a las jóvenes a las que apoyo. Pensando en ellas, me esfuerzo por acercarme, reunirme y participar en encuentros solo para asegurarme de que nunca se rindan y de que sean felices.

El budismo Nichiren es una filosofía que da esperanza. Al fin y al cabo, yo, que antes era indecisa y carecía del valor necesario para dar un solo paso adelante, he podido convertirme en una abogada dedicada a servir a los demás.

Un grupo de jóvenes sonrientes abrazándose ante la cámara.
Juliet y otros miembros del grupo cultural Shikome, que actúa en eventos comunitarios [© Juliet Asiamah Ateko]

Adaptado de un artículo publicado el 28 de julio de 2024 en Seikyo Shimbun, Soka Gakkai, Japón.