Una década de esfuerzo persistente

Mitsue Enomoto, Japón
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[© Seikyo Shimbun]

El 11 de marzo de 2021 se conmemoraron los diez años desde el Gran terremoto del este de Japón. Más de 15 000 personas perdieron la vida en el terremoto y el posterior tsunami que arrasó la región de Tohoku. Mitsue Enomoto, miembro de la Soka Gakkai en la ciudad de Kesennuma, prefectura de Miyagi, recuerda aquel día y reflexiona sobre su trayectoria vital.

Los diez años desde el Gran terremoto que el 11 de marzo de 2011 azotó el este de Japón se me han pasado volando. Fueron años turbulentos entremezclados con el dolor, pero, así y todo, he tenido muchos momentos de alegría también. A partir del devastador terremoto, cada día ha sido una batalla y al mismo tiempo, la razón por la cual he apreciado cada día al máximo, con la determinación de vivir sin ningún arrepentimiento.

Permanecí inmóvil, sin pronunciar palabra alguna, abrumada ante la visión de un paisaje, cambiado por completo a causa de la fuerza devastadora de la naturaleza, que escapaba a mi comprensión.

Había empezado a preparar la cena cuando sentí un fuerte temblor, mucho mayor de los que había vivido hasta entonces. Poco después de que se calmara el terremoto, se activó el sistema digital de alerta de desastres. No podía escuchar bien lo que se estaba anunciando, probablemente por el fuerte viento que soplaba. A través de la ventana pude ver a los vecinos que huían hacia zonas más elevadas. Yo también me desplacé de prisa a un lugar alto junto con mi hija embarazada y su marido que vivían cerca. Creo que, recién entonces, llegué a entender que el sistema de alerta estaba avisando la inminencia del tsunami.

Tengo muy presente el olor penetrante del aceite quemado y el humo negro elevándose en el aire a medida que el tsunami arrasaba la ciudad. En ese momento, permanecí inmóvil, sin pronunciar palabra alguna, abrumada ante la visión de un paisaje, cambiado por completo a causa de la fuerza devastadora de la naturaleza, que escapaba a mi comprensión.

Recuerdo claramente la sensación de pánico al no poder contactar por teléfono con mi esposo y mi hijo. Para colmo, empezó a nevar. Nadie se movió, todo el mundo se quedó inmóvil en medio del frío.

Cuando la salud de mi hija embarazada empezaba a preocuparme, nos encontramos con un miembro de la Soka Gakkai que nos ofreció su ayuda, proponiéndonos ir juntos a la casa de su hermana situada en lo alto de una colina. Nos sentimos conmovidos por su amabilidad y la hospitalidad que nos brindó su familia, ya que estábamos congelados y agotados tanto física como mentalmente.

Reencuentro

Un hombre en medio de una extensa área de escombros en un paisaje arrasado
Revisando las consecuencias del tsunami entre las ruinas [© Chris McGrath/Getty Images]

Al día siguiente volví a encontrarme con mi marido y mi hijo, sanos y salvos, en nuestra casa. Aunque la vivienda no había sido arrasada el tsunami, la sensación de alivio no duró mucho: tuvimos que ocuparnos inmediatamente de la limpieza de nuestro hogar dañado, sin electricidad, sin agua. Más tarde, nuestra casa se convirtió en el lugar designado para recibir los primeros suministros enviados por la Soka Gakkai.

El terremoto transformó Kesennuma por completo, convirtiéndola en un lugar en ruinas con montañas de escombros que, también, bloqueaban las carreteras, impidiendo la circulación de vehículos. Las líneas telefónicas tampoco funcionaban. No había manera de contactar con nadie para saber de su paradero.

Mitsuo Saijo, entonces encargado de uno de los distritos de la Soka Gakkai, se ofreció a asumir la responsabilidad de constatar la seguridad de los miembros de la zona, diciéndonos: «Las carreteras están llenas de escombros, son sumamente peligrosas y las réplicas aún continúan, así que iré yo. Llevo botas de seguridad, estaré bien». Y salió a confirmar el estado de nuestros compañeros. A causa de los escombros, lo que normalmente solía ser un trayecto de diez minutos a pie le llevó casi dos horas. El señor Saijo caminó por la zona en busca de puntos de encuentro de la población evacuada, donde los miembros podrían haber buscado refugio. Cada vez que localizaba y se reencontraba con alguien sentía una gran alegría y alivio al mismo tiempo.

Consecuencias

Con el transcurrir de los días, recibía más información sobre las consecuencias del terremoto. Cada vez que escuchaba que un amigo o familiar de los compañeros de clase de mis hijos había fallecido, se me rompía el corazón al pensar en su familia. El dolor causado por la pérdida imprevista de un familiar o un ser querido es inimaginable.

En esa época, yo lideraba el grupo de mujeres de cabildo en la organización local de la Soka Gakkai, pero no era capaz de alentar a nadie. Lo único que podía hacer era acompañar y escuchar. Sin saber qué otra acción podía tomar, me dedicaba solamente a orar cada día.

En los primeros momentos, los compañeros miembros no conseguían hacernos llegar el diario de nuestra organización, el Seikyo Shimbun, pero fue un gran aliento cuando los responsables de la Soka Gakkai nos trajeron varios ejemplares y compartieron con nosotros los mensajes del presidente Daisaku Ikeda.

«Nada puede destruir los tesoros del corazón». ¡Cuanto coraje me brindó esta frase! Cada vez que el presidente Ikeda nos enviaba un mensaje de aliento, podía sentir que los miembros de Tohoku estábamos en su corazón. Al pensar que oraba por nosotros me daba fuerzas y me hacía surgir la determinación de no ser vencida. He sobrevivido hasta ahora gracias a que ese aliento me instó a seguir adelante. Lo que siento es una enorme gratitud.

La Sra. Enomoto en una pequeña sala, rodeada de una veintena de hombres, mujeres y niños sentados
Mitsue Enomoto, en el centro, infunde aliento a sus compañeros miembros de la Soka Gakkai en la primera reunión de diálogo tras el terremoto [© Seikyo Shimbun]

Dos meses después del terremoto, al fin, pudimos celebrar nuestra reunión de diálogo local de la Soka Gakkai. Unos veinte miembros acudieron al encuentro, muchos de ellos llegaron desde los distantes centros de evacuación. Fue un gran aliento ver la cara de cada uno y saber que estaban bien. Durante el encuentro contuve las lágrimas, pero nada más empezar a orar juntos, no pude parar de llorar. Estaba tan emocionada que hasta me quedé sin voz. Luego volví a llorar al escuchar a cada uno hablar sobre sus circunstancias. Sentí profunda gratitud por ser una integrante de una comunidad unida por la determinación compartida de no ser vencidos y que cuenta con el apoyo de un mentor.

Vida y muerte

Gracias a mis compañeros miembros de Kesennuma, he aprendido mucho sobre la fe.

Una mujer mayor perdió a su hija en el tsunami, quedó al cuidado de su nieto en edad escolar y se dedicó a su crianza con toda energía. Nunca la escuché pronunciar una sola queja; más bien siempre se la veía radiante, con una sonrisa en su rostro. Su nieto se graduó de la escuela secundaria, fue admitido en una escuela de formación profesional y, así, dio un paso más hacia la realización de su sueño.

Los camaradas de fe en Kesennuma han vivido cada día esforzándose al máximo.

Otra mujer mayor que sufrió la pérdida de su marido, actuó con valentía delante de todos, sin derramar una sola lágrima. Cuatro años después del terremoto, su hijo falleció en un accidente. De pie frente a su ataúd, declaró: «No me dejaré vencer». Cuando la escuché pronunciar esas palabras desde lo más profundo de su corazón, sentí que veía su verdadera fortaleza interior como ser humano, una fuerza que emana de una fe genuina.

Más tarde, yo también perdí a mi esposo. Murió después de luchar valientemente durante un año y cuatro meses contra un cáncer de páncreas. Mientras estuvo hospitalizado, muchas personas le visitaron, lo que le infundió gran aliento. Al escucharlos, yo también me sentí profundamente alentada y empoderada a través de sus palabras.

Después de la partida de mi esposo, mi yerno decidió unirse a la Soka Gakkai diciendo: «Le prometí a papá que lo haría». Me sorprendió su determinación, creo que mi esposo le había hablado de esta práctica antes de su fallecimiento. Esto me demostró que, con la fuerza proveniente de la fe, había luchado hasta el final contra su enfermedad.

Cada vez que nacían mis nietos, mi felicidad se ha intensificado aún más. Ahora soy la abuela de cinco nietos. Oro todos los días, también en nombre de mi esposo, por la felicidad de ellos y para que cada uno se convierta en una persona que pueda contribuir a la paz del mundo.

Han pasado diez años desde el terremoto. No creo que el tiempo lo cure todo. El hecho de que haya pasado diez años no significa necesariamente que haya habido algún cambio significativo ni marca un antes y un después. Lo que puedo decir es que los camaradas de fe en Kesennuma han vivido cada día esforzándose al máximo. Con el espíritu de «transformar el veneno en medicina», hemos avanzado poco a poco, a lo largo de esta década transformando en alegría el sufrimiento causado por el devastador terremoto.

Durante este tiempo, me di cuenta de que la oración y el aliento son la fuerza impulsora necesaria para seguir adelante. Por eso no hemos sido vencidos.

Una foto grupal de unas 200 personas sonrientes en el exterior de un centro de la Soka Gakkai
Miembros de la Soka Gakkai de Kesennuma en la inauguración de su nuevo centro cultural de la Soka Gakkai en 2017 [© Seikyo Shimbun]

Adaptado de la edición de marzo 2021 del Daibyakurenge, Soka Gakkai de Japón