Parte 2: La revolución humana
Capítulo 20: Aliento para los jóvenes [20.18]

20.18 «El conocimiento es luz; la ignorancia es oscuridad»

Los que siguen aprendiendo toda su vida conservan siempre la juventud. El presidente Ikeda reflexiona sobre la importancia de nutrir, en la época juvenil, el ansia y el hábito del estudio.

Hay un dicho ruso que dice: «El conocimiento es luz; la ignorancia es oscuridad». Desde luego, aquí el «conocimiento» no se refiere solo al saber académico que uno adquiere en las aulas. En sentido más amplio, el conocimiento es autosuperación, y la ignorancia es estancamiento. La disposición al aprendizaje conduce a la paz, al progreso y a la prosperidad, mientras que la ignorancia desemboca en el sufrimiento, la desventura y la pobreza.

Cuando era joven, estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. La época más dura de mi vida fue alrededor de 1950, cuando la empresa de mi maestro Josei Toda atravesaba serios problemas y en lo personal sufría por cuestiones de salud. Y sin embargo, no recuerdo haber sido infeliz. Pasaba las jornadas trabajando al lado de la persona que había elegido como mentor, por eso no tenía nada que lamentar. Mi única frustración era no poder estudiar todo lo que quería.

Como si hubiese leído mis pensamientos, el señor Toda me dijo un día: «No te preocupes. Yo te enseñaré todo lo que podrías aprender en la universidad. Ten paciencia. Deja que me ocupe de tu educación».

A partir de entonces, comencé a pasar los domingos enteros en la casa del señor Toda, tomando clases particulares con él. Era un profesor tan instruido y culto, que [lejos de limitarse a las Matemáticas, que eran su especialidad académica,] sabía sobre Economía, Administración Pública, Literatura, Física, Astronomía y otras disciplinas. Resultó ser el maestro perfecto, dispuesto a impartirme todo el conocimiento adquirido a lo largo de su vida.

Cuando los domingos no fueron suficientes, extendió el horario y comenzó a darme clases todas las mañanas, antes de empezar la jornada laboral. El señor Toda, como profesor, era extremadamente exigente. Esa capacitación que me brindó, en medio de nuestra lucha sin cuartel, construyó los cimientos de mi vida.

Él siempre estaba estudiando… Dos semanas antes de morir, me preguntó con tono estricto qué estaba leyendo en esos días, y agregó: «Nunca olvides de leer. En este momento, yo voy por el tomo III del Compendio de las Dieciocho Historias [una obra clásica china de la Antigüedad]». Estaba consumido y ya no podía sostenerse en pie ni caminar sin ayuda. Pero la intensa resonancia de su voz, de su profundo mensaje sigue reverberando con fuerza en mis oídos hasta el día de hoy.

Los que nunca dejan de aprender y conservan la mente siempre activa y ocupada se mantienen eternamente jóvenes. Las personas que crecen y mejoran día tras día son como el agua siempre pura y refrescante de los ríos, que fluye sin cesar.

De las muchas personas con quienes tuve oportunidad de dialogar, quien más me impresionó por su compromiso absoluto con el estudio fue el gran historiador británico Arnold J. Toynbee.

Al cabo de varias invitaciones que me hizo llegar, tuve ocasión de encontrarme con él en persona y de mantener un prolongado diálogo durante 1972 y 1973, que abarcó cuarenta horas de conversación distribuidas a lo largo de diez jornadas. El contenido de ese diálogo se publicó en 1975. Desde entonces, la obra se tradujo al inglés, con el título Choose Life, y a otras lenguas como el francés, alemán [y español] y ha tenido una excelente recepción en todo el mundo. Esto me hace muy dichoso, en la medida en que podría ser una forma de corresponder a la sinceridad del profesor Toynbee, quien dedicó todo ese tiempo a dialogar con un hombre como yo, muchos años más joven que él.

Un año después de concluir nuestro intercambio, quedó postrado a causa de una enfermedad. Por desventura, el pronóstico no era bueno y, al parecer, no recuperó por completo todas sus facultades. En una carta que me escribió su esposa Verónica, me contó que incluso en ese estado de salud, el profesor Toynbee le pedía libros, y aunque era poco probable que fuese capaz de leer, daba vuelta las páginas como si pudiera hacerlo.

Enterarme de esto me conmovió profundamente. Aun privado de sus plenas funciones cognitivas, la dedicación laboriosa del doctor Toynbee a la investigación se había convertido en una expresión de su vida misma: siempre quería aprender y aspirar a algo más. En mi opinión, fue un modelo de grandeza; mereció en cada aspecto el enorme reconocimiento que le concedió la sociedad como uno de los pensadores más lúcidos del siglo xx.

Es muy fácil declamar sobre las virtudes del aprendizaje continuo. Ahora que el Japón se ha consolidado como superpotencia económica, la gente dispone de más tiempo libre y cultiva toda clase de pasatiempos. Pero uno no va a adquirir riqueza interior por el solo hecho de disponer de más tiempo y de asistir a clases en algún lugar. La clave está en tener un deseo proactivo de mejorar y de crecer interiormente.

El profesor Toynbee siempre estaba rodeado de libros, incluso cuando ya no podía salir de la cama. Para él, el estudio se había convertido en un hábito, en una sana costumbre. Los que adquieren el hábito de la lectura en su juventud son personas muy afortunadas.

En el lugar de trabajo y en el hogar, así como en la vida cotidiana, siempre podemos encontrar valiosas oportunidades para expandir nuestro conocimiento. Hay gente muy ocupada, que aprovecha ratos breves —aunque sea cinco minutos— para leer un periódico, abrir un libro, escuchar las noticias o aprender algo de un encuentro con otra persona. Aunque uno piense que vive en un incesante ajetreo, esa postura les permite transformar una vida de ocupaciones en una existencia de aprendizaje. La indolencia es el primer paso hacia el estancamiento. Vivamos enriquecidos por la abundante vertiente del amor al saber, manteniendo siempre un vivo interés y una activa curiosidad por todo lo que existe.

De Kokoro no Shiki (Las cuatro estaciones del corazón), publicada en japonés en mayo de 1993.

La sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.