Amplificar las voces de los «hibakusha» para el desarme nuclear: una conversación con la embajadora jamaicana Shorna-Kay M. Richards

Ante la creciente inquietud que genera el riesgo del uso de las armas nucleares, se ha vuelto más urgente que nunca salvaguardar la paz y la seguridad mundiales. Shorna-Kay M. Richards, embajadora de Jamaica en Japón y presidenta de la Junta Consultiva en Asuntos de Desarme, que asesora al secretario general de las Naciones Unidas, explica qué la impulsa a comprometerse con la causa de un mundo libre de estas armas: las voces y vivencias de los hibakusha, supervivientes de las bombas atómicas. Nos recuerda que toda acción o voz, por pequeña que sea, puede tener impacto y que el desarme siempre se ha centrado en las personas, y así ha de continuar.
El legado de paz y activismo de Jamaica
Usted comenzó a desempeñar su cargo como embajadora de Jamaica en Japón en el 2020. Por favor, ¿podría hablarnos de su país?
Jamaica es un pequeño país insular del Caribe. Es el hogar del mundialmente célebre café Jamaica Blue Mountain y la cuna del reggae, un estilo musical que la UNESCO declaró patrimonio cultural inmaterial.

El reggae, que transmite un potente mensaje de amor, paz, solidaridad, derechos humanos e igualdad, se popularizó en la década de los setenta gracias a músicos famosos como Bob Marley y Peter Tosh quienes se valieron de sus canciones para desafiar el statu quo y plantear interrogantes. Este género musical ha sido una forma de activismo y protesta. Con frecuencia, Marley y Tosh cantaron sobre los peligros de la guerra nuclear. Y Tosh, de hecho, hizo un llamamiento a la humanidad para que evitara semejante catástrofe en su álbum de 1987, titulado No Nuclear War.
En Jamaica existe un dicho: «Wi likkle, but wi tallawah» («Somos pequeños, pero tenemos una voluntad indomable»). Jamaica se independizó en agosto de 1962. Como Estado marcado por la herencia del colonialismo y la esclavitud, su pueblo siempre ha estado dispuesto a alzar la voz contra la injusticia.
En octubre de 1962, dada su proximidad a Cuba, Jamaica vivió la tensión de la crisis de los misiles que se dio entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a causa del envío de misiles nucleares soviéticos a la isla. Este hecho marcó su trayectoria como un país que alerta al mundo sobre la amenaza de una guerra nuclear.
Una promesa hecha a los hibakusha
¿Qué la llevó a trabajar en temas relacionados con el desarme nuclear? ¿Hubo alguna experiencia personal o algún momento decisivo que la impulsara a dedicarse a esta causa?
Mi labor por el desarme comenzó hace veinte años. En 2005, fui una de las treinta personas seleccionadas para participar en el Programa de Becas de las Naciones Unidas sobre Desarme, coordinado por la Oficina de Asuntos de Desarme para jóvenes diplomáticos de diversos países. Gracias a este programa, tuve la oportunidad de visitar Hiroshima y Nagasaki, Japón, donde me encontré por primera vez con hibakusha, supervivientes de la bomba atómica. Esta experiencia definió mi futuro rumbo profesional en favor del desarme.
Me prometí que, si llegaba el momento de trabajar en la Misión Permanente de Jamaica ante las Naciones Unidas, haría todo lo posible por contribuir a la abolición de las armas nucleares, llevando en mi corazón el llamamiento de los «hibakusha»: “¡Nunca más!”.
En el Parque de la Paz, el Hipocentro de la bomba atómica y el Salón Conmemorativo Nacional por la Paz para las Víctimas de la Bomba Atómica en Nagasaki, y en el Parque Conmemorativo de la Paz, que incluye la Cúpula de la Bomba Atómica, el Monumento a la Paz de los Niños y el Museo Conmemorativo de la Paz en Hiroshima, aprendí sobre las terribles consecuencias y la catástrofe que supone el uso de armas nucleares. Allí tuve la oportunidad de escuchar de primera mano las desgarradoras vivencias de los hibakusha. Me inspiró su valiente y audaz labor, y su determinación de no guardar silencio, sino ponerse de pie, plantar cara a las dificultades y sacar la voz para compartir su sufrimiento, con el fin de que la humanidad nunca más tenga que soportar lo que ellos vivieron.
Me prometí que, si llegaba el momento de trabajar en la Misión Permanente de Jamaica ante las Naciones Unidas, haría todo lo posible por contribuir a la abolición de las armas nucleares, llevando en mi corazón el llamamiento de los hibakusha: «¡Nunca más!».
Actualmente, presido la Junta Consultiva en Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas, que asesora directamente al secretario general. A la junta se le ha encomendado analizar el futuro de la paz y la seguridad internacionales a la luz de los avances científicos y tecnológicos, así como examinar de qué manera el mecanismo de desarme de la ONU puede responder de forma proactiva, incluidos los riesgos y las oportunidades. Por ejemplo, en escenarios de alto riesgo, la convergencia de la inteligencia artificial (IA) y las armas nucleares podría reducir la supervisión humana, aumentar el riesgo de errores de cálculo y elevar la probabilidad de una escalada involuntaria.
La ciencia y la tecnología deben estar al servicio de la humanidad –promoviendo la paz, el desarrollo sostenible y la equidad mundial– y nunca ser herramientas de destrucción. Por lo tanto, el control humano es una de las cuestiones centrales que hemos estado debatiendo, especialmente en lo que respecta a la IA y los sistemas de armas autónomas.
La creación de una nueva norma contra las armas nucleares
Entre 2012 y 2016, usted ocupó el cargo de representante permanente adjunto de Jamaica ante las Naciones Unidas y participó en las negociaciones para la creación del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), el primer instrumento jurídicamente vinculante que prohíbe estas armas. ¿Podría contarnos más sobre este logro histórico?
Aunque el representante permanente adjunto de Jamaica ante la ONU suele estar a cargo de la Quinta Comisión de la Asamblea General, que delibera sobre el presupuesto y otros asuntos, –resuelta a cumplir la promesa que hice a los hibakusha unos siete años atrás– yo elegí ser miembro de la Primera Comisión, que se ocupa de cuestiones de desarme y seguridad internacional. Fue durante mi trabajo en esta comisión cuando participé en las negociaciones para el establecimiento del TPAN.
En 2013, la rama de América Latina y el Caribe de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN) se puso en contacto conmigo y me presentó el concepto de las «consecuencias humanitarias de las armas nucleares». Era la primera vez que escuchaba sobre esta manera de enfocar el discurso sobre las armas nucleares, así que empecé a investigar el tema. Ese mismo año se celebró en Oslo, Noruega, la primera Conferencia sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares. En 2014 colaboré con ICAN en la creación de una de las primeras mesas redondas regionales sobre las consecuencias humanitarias de estas armas y las perspectivas de un tratado de prohibición. El taller tuvo lugar en Bahía Montego, Jamaica.

Luego, en 2016, el presidente del Grupo de Trabajo de Composición Abierta (GTCA) me instó a participar en las deliberaciones del grupo de trabajo que se celebrarían en Ginebra, Suiza. Se trataba de una labor fundamental, ya que el informe final que se presentó a la Primera Comisión dio lugar a las negociaciones para el establecimiento del TPAN.
Como «delegación de una sola mujer», en representación de los pequeños Estados insulares del Caribe, hice una declaración cada uno de los días que estuve allí. El último día, con la aprobación del presidente, compartí mis reflexiones sobre el desarme nuclear, después de mi declaración nacional. Hablé de mi viaje a Hiroshima y Nagasaki en 2005 como becaria de desarme de la ONU y de la promesa que hice a los hibakusha, que son la razón de mi participación en el grupo de trabajo. Hice hincapié en la necesidad de priorizar la educación sobre el desarme, transmitir la realidad de los bombardeos atómicos e incluir las perspectivas de las mujeres. Es necesario que participen actores más diversos en los debates sobre el desarme, porque se trata de «nosotros, los pueblos», como se afirma en la Carta de las Naciones Unidas.
La adopción del TPAN en 2017 fue un logro histórico que no se produjo de la noche a la mañana. Fue el resultado de la determinación y la convicción de una amplia red de personas: estados, sociedad civil y organizaciones internacionales que trabajaron juntos, una coalición que dijo: «Ya basta. Necesitamos una prohibición categórica. Necesitamos una nueva norma contra el uso de armas nucleares». Son las personas las que deciden actuar.
Aunque los Estados poseedores de armas nucleares no hayan firmado el TPAN, no debemos rendirnos. Afianzamos la norma, la codificamos y seguimos adelante.
La seguridad desde una perspectiva humana
¿Qué papel desempeñan las naciones pequeñas y la sociedad civil en la configuración de las normas mundiales?
Los países insulares del Caribe, incluida Jamaica, son Estados pequeños. No hay muchos expertos. Por eso, la cooperación con países afines y con la sociedad civil ha sido muy útil. Estoy convencida de que, si trabajamos juntos, podemos cambiar el statu quo.
Contribuir significa tomarse en serio el problema en cuestión y encontrar vías para lograr avances. Cuando te pica un mosquito, aunque sea diminuto, lo sientes, ¿verdad? Tiene un impacto. Por eso, por muy pequeño que seas, por muy pequeña que sea tu contribución, intenta aportar algo, porque tendrá un impacto.
El desarme no tiene que ver con las armas, sino con las personas. No se trata solo de reducir el armamento. Solo podremos alcanzar el objetivo último del desarme cuando se logre la seguridad humana.
Muchas personas no saben que los Estados pequeños desempeñaron un papel importante en la negociación del TPAN, ya que se trata de un tratado no discriminatorio. Todos los Estados tuvieron voz, independientemente de su tamaño o nivel de desarrollo. Porque todos nos vemos afectados. Si se produce una detonación de un arma nuclear, no solo afectará a los Estados que poseen las armas. Afectará a toda la humanidad.
Por eso es necesario una perspectiva que abarque a toda la sociedad. Los problemas mundiales de la actualidad no pueden resolverse desde un punto de vista aislado. Necesitamos un enfoque amplio, en el que participen todos los actores, y que se sustente en valores fundamentales y universales como la libertad, el derecho a la vida y la dignidad.
El desarme no tiene que ver con las armas, sino más bien con las personas. No se trata solo de reducir el armamento. Solo podremos alcanzar el objetivo último del desarme cuando se logre la seguridad humana.
Lo que allanó el camino hacia el TPAN fue que, en lugar de limitarse a debatir el aumento o la disminución del número de ojivas nucleares, se adoptó un nuevo enfoque centrado en las personas, que se cuestiona la forma en que las armas nucleares afectan a las vidas humanas, el bienestar y el futuro de la humanidad. Debemos seguir preguntándonos constantemente «¿Qué es la seguridad y para quién es?»
El concepto de la seguridad nacional o la seguridad militar por sí solo es insuficiente. La seguridad es multidimensional e incluye la protección de la vida de las personas frente a fenómenos como el cambio climático y las pandemias.
Lecciones de guerra y paz de Okinawa
El Centro de Conferencias Soka Gakkai de Okinawa y el cercano Monumento a la Paz Mundial de Okinawa se construyeron en el emplazamiento de una base estadounidense de misiles nucleares MACE-B desmantelada. ¿Qué impresiones le causó la visita al Centro de Formación Soka Gakkai de Okinawa en 2025?
Visité el Centro de Conferencias Soka Gakkai de Okinawa el 26 de marzo, el mismo día en que comenzó la batalla de Okinawa hace ochenta años, cuando las fuerzas estadounidenses tomaron las islas Kerama, próximas a Okinawa. Aunque muchas personas en el mundo conocen Hiroshima y Nagasaki, pocas saben de la batalla que se libró en ese lugar.
El Monumento a la Paz Mundial de Okinawa y las exposiciones del centro me permitieron ver de primera mano la tragedia y el horror del sufrimiento. Vi dibujos de supervivientes de la batalla de Okinawa, fue como si escuchara experiencias describiendo la horrible naturaleza de la guerra. La guerra es un mal absoluto, debemos condenarla.

Siempre habrá desacuerdos, diferencias y conflictos, pero contamos con otras herramientas para gestionarlos. El diálogo es una de ellas. El presidente Ikeda lo mencionaba a menudo; su vida misma fue un ejemplo de diálogo. La guerra y la intervención militar no son la solución. Mi visita a Okinawa hizo que me reafirmara en la decisión de seguir contribuyendo, de forma modesta, a fomentar una cultura de paz y a apoyar el desarme y la educación para la paz.
Una vez más, aquellas dos palabras, «¡Nunca más!», han quedado grabadas en mi mente. La decisión visionaria de Daisaku Ikeda de transformar un espacio bélico en un sitio de paz para que nunca olvidemos el absurdo error de la guerra fue un mensaje muy fuerte para mí.
También disfruté mucho en la interacción con los jóvenes de la Soka Gakkai en Okinawa. Los jóvenes son los líderes del futuro, pero en realidad los necesitamos como líderes del presente. Su entusiasmo e interés me animaron mucho. Representan la esperanza y la transformación. Pueden ayudar a cambiar el statu quo, pero tenemos que equiparlos.
El 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial es un hito importante. Su significado me llena de energía.
Eliminar la amenaza de la guerra nuclear
En enero de este año, la SGI (Soka Gakkai Internacional) emitió una declaración en la que pedía la construcción de un mundo sin armas nucleares basado en el compromiso de «no ser el primero en recurrir a ellas» y el establecimiento de un centro de prevención de la guerra nuclear, ambas cosas reclamadas por el presidente Ikeda en sus propuestas y declaraciones de paz. ¿Qué opina de estas medidas como pasos prácticos hacia el desarme?
Como lo muestra el Reloj del Juicio Final, el riesgo de que se utilicen armas nucleares es hoy mayor que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría, y la seguridad mundial se encuentra gravemente amenazada.
El uso de armas nucleares puede ser causado por errores técnicos, accidentes, o decisiones tomadas por el líder de un país.
A la luz de esta situación, creo que la propuesta de la SGI de promover el principio tradicional de «no ser el primero en recurrir» a las armas nucleares es más urgente que nunca. Algunas potencias nucleares se han comprometido a ello. Sin embargo, para reducir el riesgo de que se utilicen armas nucleares, es crucial que todas las potencias nucleares asuman este compromiso.
Además, la creación de un centro de prevención de guerras nucleares integrado por expertos de los Estados poseedores de armas nucleares que compartan información es una propuesta muy importante para calmar la situación actual.
En momentos como la crisis de los misiles en Cuba, los canales de negociación alternativos a los diplomáticos oficiales también desempeñaron un papel fundamental a la hora de evitar su avance. Ahora, esas alternativas están desapareciendo. Contar con un lugar o una alternativa de este tipo en forma de centro de prevención de guerras nucleares no solo evitaría lanzamientos basados en información errónea, sino que generaría confianza y evitaría todo tipo de guerras nucleares.
Creo que la abolición de las armas nucleares es la mejor manera de eliminar su amenaza a largo plazo. Sin embargo, la propuesta de «no ser el primero en recurrir» a ellas, que no sustituye al desarme nuclear, es muy valiosa para responder a la amenaza inmediata.
Las organizaciones religiosas como brújula moral
¿Cómo ve el papel de las organizaciones religiosas en los esfuerzos de la comunidad internacional por alcanzar la paz?
Una de las credenciales más importantes de las Organizaciones Basadas en la Fe (OBF) es que aportan una perspectiva ética a la comunidad internacional. Actúan como autoridad moral. En el núcleo de las creencias de Soka Gakkai se encuentra una filosofía que valora la dignidad de la vida, la libertad y la solidaridad. Estos son los valores que la SGI aporta al discurso internacional sobre las armas y los conflictos.
Las OBF ayudan a redirigir el gasto militar hacia áreas como el desarrollo sostenible, el cambio climático, la seguridad alimentaria, la energía, la educación y la salud. Está en su ADN ayudar a dar forma y orientar el discurso internacional sobre estas cuestiones en el plano multilateral.

Como parte de la sociedad civil en general, las organizaciones religiosas desempeñan un papel fundamental porque son la voz del pueblo. A medida que avanza el siglo XXI, el foco debe estar en las personas. La sociedad civil ofrece los medios para que la voz de la gente sea escuchada.
La SGI ha proporcionado documentos de trabajo y declaraciones, además de organizar eventos paralelos, lo que nos ha ayudado a comprender los problemas y a crear conciencia sobre un mundo sin armas nucleares.
A través de la cultura, la educación y el diálogo, la SGI también promueve la formación de ciudadanos globales con valores como la empatía, la tolerancia, la diversidad y el entendimiento mutuo. Hoy en día, estos valores son vitales en la comunidad internacional.
Espero que los miembros de la Soka Gakkai sigan contribuyendo a la paz en todo el mundo.
Adaptado de un artículo publicado el 14 de mayo de 2025 en Seikyo Shimbun, Soka Gakkai, Japón.