Parte 3: El kosen-rufu y la paz mundial
Capítulo 23: Valorar a cada persona [23.11]

23.11 La dedicación del presidente Toda a la orientación individual

El presidente Ikeda describe con vigor la forma en que el maestro Toda orientaba a personas que padecían un sinfín de problemas, dando todo de sí mismo para revitalizarlas. Ese espíritu, dice, sustenta el compromiso de la Soka Gakkai de apoyar y alentar a los demás.

A fines de mayo de 1951, poco después de que el señor Toda asumiera la presidencia de la Soka Gakkai, su empresa —en la cual ocupaba el cargo de asesor— se mudó a una nueva oficina cerca de la estación de Ichigaya, en Tokio. Yo tenía solo 23 años, y trabajaba denodadamente como jefe del Departamento de Ventas. El nuevo lugar consistía en una única sala en el edificio Ichigaya, de tres plantas, cerca de la muralla exterior que, en el pasado, había rodeado el Castillo Edo.

En el mismo edificio funcionaba la oficina editorial del Seikyo Shimbun [el diario de la organización, que había publicado su primer número el 20 de abril de 1951]. Y allí mismo también había un anexo de la sede central de la Soka Gakkai, que en aquel entonces estaba en Nishi-Kanda. Estas dos oficinas, vinculadas con la organización, así como también la empresa del señor Toda, ocupaban la segunda planta.

El anexo de la Soka Gakkai tenía aproximadamente 15 metros cuadrados. Contra la pared trasera, donde había un ventanal, se ubicaba el escritorio del presidente Toda. Y, al otro lado, había siete u ocho sillas. Todos los días, de 14 a 16, daba aliento y orientación individual a los miembros que iban a verlo a este lugar.

La joven que, en esos años, trabajaba como recepcionista en el edificio relató recientemente sus recuerdos de esa época. La asombraba la cantidad de gente que acudía a ver al señor Toda. Muchos de los que se acercaban a su escritorio preguntando por la Soka Gakkai le parecían, incluso en ese breve contacto circunstancial, individuos abrumados de problemas y de aflicciones. Pero, más que esto, lo que la sorprendía era ver el cambio que mostraban cuando se iban del edificio; salían sonriendo, felices y rebosantes de energía.

El anexo era más sencillo y despojado que la sala de espera de una clínica, pero para quienes iban a buscar aliento, era un oasis de revitalización y un puerto de esperanza.

Eurípides, el dramaturgo y poeta de la antigua Grecia, decía que los seres humanos no tenían mejor remedio para el pesar que el solaz de un amigo y de una buena persona.1

Mi maestro hablaba de manera franca y abierta con los miembros que iban a verlo. Cuando preguntaba «A ver… ¿qué le aflige…?», con voz cálida y ojos refulgentes de bondad detrás de las gafas, la gente se tranquilizaba de inmediato y le confiaba sus problemas.

Estos eran de toda clase: económicos o laborales, de salud o de relaciones humanas, de pareja o referidos a los hijos; a veces eran cuestiones relacionadas con el karma, con decisiones que debían tomar o con objetivos, y, en ocasiones, incluso le confiaban situaciones de vida o muerte. Cada persona parecía preguntar: «¿Alguien como yo podrá ser feliz algún día?».

El presidente Toda escuchaba sus graves preocupaciones y, con enorme empatía, como si fuesen sus propios sufrimientos, los alentaba de una manera que conmovía su corazón y los inspiraba a desplegar el inmenso poder de la fe y la práctica.

«No se inquieten… —los tranquilizaba—. Si practican esta fe, no hay modo de que no sean felices. Por favor, sean campeones del espíritu. Vivan toda su existencia al máximo, orgullosamente, como dignos miembros de la Soka Gakkai».

Cada una de sus sesiones de orientación era un reto sin reservas para ayudar a quien tenía frente a él. En sus palabras, brillaba la proclama infinitamente benevolente del Daishonin: «Los diversos sufrimientos que experimentan los seres son los propios sufrimientos de Nichiren».2

Entre la gran cantidad de gente que iba a solicitar aliento, había líderes que, por ejercer un cargo organizativo, se avergonzaban de tener problemas personales. El señor Toda los tranquilizaba y les decía que afrontar dificultades era algo natural para los que procuraban esforzarse al máximo en la vida. En cambio, era severo con quienes, por su arrogancia, menospreciaban a sus compañeros de fe que enfrentaban adversidades.

Los sufrimientos que afronta uno mismo ayudan a entender las aflicciones de los demás. Los problemas nos vuelven más fuertes.

El presidente Toda había perdido a una hija, había tenido que capear reiteradas crisis de negocios, y había pasado dos años preso a causa de su fe en el Sutra del loto. Tiempo después, diría reflexivamente que esas experiencias de duelo, pesar y lucha contra tantas dificultades lo habían capacitado para ser presidente de la Soka Gakkai.

El célebre escritor francés Víctor Hugo declaró: «Los grandes dolores son una dilatación gigantesca del alma».3

Con ese fin, es importante dar aliento exhaustivo a las personas que afrontan esa clase de penurias, llenar su vida de valor y de esperanza para que no sean vencidas.

La orientación en la fe debe basarse en los escritos de Nichiren Daishonin. La capacidad de orientar a otros e infundir inspiración no se desarrolla echando mano de opiniones y de criterios personales. Se cultiva mediante el esfuerzo en los dos caminos de la práctica y el estudio, dentro de la organización para el kosen-rufu.

De la serie de ensayos «Reflexiones sobre “La nueva revolución humana”», publicado en japonés en el Seikyo Shimbun el 24 de mayo de 2003.

Sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1Véase EURÍPIDES: Fragments: Oedipus–Chrysippus, Other Fragments (Fragmentos de Edipo, Crisipo y otros textos), edit. y trad. ingl. Christopher Collard y Martin Cropp, Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2008, pág. 607. (Fragmento N.o 1079).
  • *2The Record of the Orally Transmitted Teachings (Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente), trad. ingl. por Burton Watson, Tokio: Soka Gakkai, 2004, pág. 138.
  • *3HUGO, Víctor: Noventa y Tres, México: Editorial Porrúa, S. A., 1990, pág. 223.