Volumen 30: Capítulo 3, Vuelo audaz 61–65

Vuelo audaz 61

El mismo día, al atardecer, se llevó a cabo en la Universidad Estatal de Moscú un festival estudiantil soviético-japonesa.

Comenzó con un magnífico desfile de las Ángeles de la Paz –la banda de pífanos y tambores– en la plaza frente a la universidad. Luego, el escenario se trasladó al Palacio Cultural donde tuvo lugar una celebración de paz y amistad.

El coro Ginrei de la Universidad Soka y otros miembros de la delegación de la Soka Gakkai cantaron varias melodías japonesas, como Kuroda Bushi y Haha (Madre). Cuando interpretaron la canción popular de Rusia, Katyusha, la audiencia entera respondió acompañando al coro con palmadas. Los estudiantes de la Universidad Estatal de Moscú hicieron presentaciones de piano, música de cámara y cantos y bailes folclóricos con sus trajes tradicionales. Hacia el final, los coros de ambas universidades interpretaron juntos Shiki no Uta (Canción de las cuatro estaciones) en japonés y el Vals de la amistad en ruso. Los corazones de todos, rusos y japoneses, se fusionaron en uno envueltos en la emoción.

Shin’ichi guardaba afectuosos recuerdos del Palacio Cultural. Seis años antes, en mayo de 1975, había dictado allí la conferencia titulada «Un nuevo camino de intercambio cultural entre Este y Oeste». En ese discurso había trasmitido su convicción de que el intercambio cultural podría abrir una nueva Ruta de la Seda espiritual y unir a las personas de todo el mundo.

Ahora, al observar el evento amistoso y cultural entre los jóvenes soviéticos y japoneses, Shin’ichi sentía que realmente se estaba dando paso a una nueva Ruta de la Seda espiritual. Desde su asiento aplaudió efusivamente cada actuación, inclinándose hacia adelante.

En la tarde del 14 de mayo, Shin’ichi visitó el Kremlin y se reunió con el primer ministro soviético Nikolai Tikhonov. Como ese día se festejaba el 76.º natalicio del premier ruso, le obsequió un ramo de flores.

Luego, Shin’ichi le dijo: «No soy político, tampoco empresario ni diplomático. Soy un simple ciudadano que ama la paz. Y como tal, ¿me permitiría hacer algunas sugerencias con toda franqueza?».

–¡Por supuesto!» –respondió el primer ministro, y ambos mantuvieron un intercambio ameno.

Toda persona, en esencia, desea la paz. Lo que hace aflorar esa naturaleza intrínseca no es una retórica adornada ni las palabras fingidas, sino el diálogo abierto e impregnado de honestidad que refleja un sincero sentimiento como ser humano.

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Shin’ichi le dijo al premier Tikhonov: «Evitar los enfrentamientos bélicos es el anhelo de todos. Si usted y el secretario general Brezhnev se reuniesen en un lugar fuera de Moscú, como Suiza, por ejemplo, para conversar detenidamente con el presidente de los Estados Unidos y los líderes de China y Japón, brindarían inmensa tranquilidad al mundo. Le pido que convoque a una cumbre para dialogar sobre la posibilidad de erradicar guerras. Será importante quitar el peso de ese temor a la gente».

En relación con el vínculo entre la Unión Soviética y Japón, Shin’ichi agregó: «Antes de cuestionar el contenido de los documentos tratados, pienso que es preciso fomentar intercambios culturales que permitan conocernos mejor y cultivar una relación de confianza mutua. Los líderes de nuestros países deberían reunirse con mayor regularidad para intercambiar ideas, de modo que, dejando de lado las posturas que pudiesen haber tenido en el pasado, puedan proyectarse hacia el futuro e interactuar de manera que puedan obtener la comprensión y el apoyo de los ciudadanos de ambas naciones».

El primer ministro Tikhonov se refirió a los problemas bilaterales en el aspecto económico y comercial, y a su vez, reconoció el posible retraso en el intercambio cultural por lo que consideró un punto importante la sugerencia de Shin’ichi. Y manifestó su intención de buscar en lo sucesivo una mayor conexión entre ambas naciones en aras de la paz y la cultura.

A su vez, Shin’ichi le encomendó al primer ministro una carta dirigida al secretario general Brezhnev donde le agradecía su invitación a la Unión Soviética.

En su propuesta de paz de 1983 y 1985, presentada el 26 de enero, día de la SGI, instó una vez más a mantener la cumbre entre EE. UU. y la URSS. Esto se debía a que muchas personas se mostraban preocupadas por las serias tensiones que continuaban entre ambos países.

Cuando Mijaíl Gorbachov asumió como secretario general en 1985, dirigió el timón de la política hacia el cese de la Guerra Fría. En noviembre del mismo año, se concreta la cumbre con el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, en Ginebra, acelerando de esta manera el acercamiento entre Oriente y Occidente.

En diciembre de 1989, Gorbachov se reunió con el mandatario estadounidense George H. W. Bush en Malta. Juntos declararon la finalización de la Guerra Fría y su decisión de embarcarse a la empresa de construir un nuevo orden mundial a través de la cooperación entre la Unión Soviética y los Estados Unidos.

En 1990, Shin’ichi se reunió con Gorbachov, quien había sido electo el primer presidente de la Unión Soviética. Ambos mantuvieron una amistad de muchos años y juntos publicaron el diálogo, Lecciones morales del siglo XX.

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El 14 de mayo por la noche, después de reunirse con el primer ministro Tikhonov, Shin’ichi ofreció en el hotel donde se alojaba un banquete para agradecer a quienes les habían asistido durante la permanencia en la Unión Soviética y para agasajar a los invitados de los diferentes ámbitos de la sociedad.

Al día siguiente, Shin’ichi y su comitiva visitaron la Casa de Tolstoi y el Museo Estatal de Literatura León Tolstoi, ambos en Moscú.

La Casa de Tolstoi era un edificio de madera de dos plantas. Había sido construido en el siglo XIX y mantenía su forma original. El crujido del piso al caminar hacía recordar el tiempo transcurrido. Tolstoi pasó los últimos 19 años de su vida en este modesto hogar. Su estudio se conservaba intacto con el escritorio, la silla, el portalápiz y hasta el tintero. Tolstoi se encargaba él mismo de preparar la leña para la estufa de su habitación, y el delantal que utilizaba para esa labor también estaba en exhibición.

En esta casa había escrito Resurrección, la última novela publicada en vida del autor, además de muchas otras obras.

Luego, Shin’ichi y su comitiva se dirigieron al museo. En el histórico edificio señorial, de techo alto, estaban exhibidas composiciones que Tolstoi había redactado en su infancia, el diario que escribió a lo largo de toda su vida, manuscritos de Guerra y paz y Ana Karenina, además de retratos y un busto.

Shin’ichi se vio atraído, en particular, por un pisapapeles de vidrio color verde colocado al costado de uno de los manuscritos que habían sido censurados. Era un obsequio de los trabajadores de una fábrica de vidrio, y llevaba grabado el nombre de cada uno de ellos y sus palabras de reconocimiento: «Has compartido el destino de las grandes figuras que vivieron en la vanguardia de sus tiempos… El pueblo ruso te contará siempre entre estos nobles hombres y te guardará un eterno respeto».

Tolstoi luchó incansablemente para que la calidad de vida de las personas que estaban forzadas a soportar la pobreza mejorase. Se valió de la pluma para combatir la mentira y la hipocresía de la Iglesia y el Estado. Como resultado, les pusieron trabas para que sus libros no fuesen publicados, y terminó excomulgado de la iglesia ortodoxa. Sin embargo, el pueblo defendió a Tolstoi y alzó su voz por la verdad y la justicia.

El pueblo concienciado descubrió los engaños de la iglesia y exigió una religión realmente comprometida con el bienestar de la gente. La sabiduría llevó a la gente a rechazar los elementos falsos y deshonestos de la iglesia y abrazar lo auténtico y humano.

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Tolstoi siguió indagando sobre la verdadera naturaleza de la religión y preguntándose en qué consiste la fe religiosa. Percibía a Dios dentro del ser humano. No era el Dios del que se hablaba en las iglesias, sino el Dios que constituye el pináculo del espíritu humano, la expresión de la conciencia ética y moral. Fue un hombre comprometido con la paz y la felicidad de sus congéneres. Rechazaba la violencia y abogaba por la regeneración moral y la no violencia como medio para ofrecer resistencia al mal. Su postura era incompatible con las enseñanzas de la Iglesia Ortodoxa Rusa de su época, que mantenía estrechos vínculos con el Estado.

Debido a esto, no se le permitió publicar libremente en territorio ruso su novela Resurreción y otros escritos sobre religión como ¿Cuál es mi fe? y El Reino de Dios está en Vosotros. La única alternativa era hacerlo en forma clandestina o en otros países.

Víctor Hugo (1802-1885), que fue profundamente influenciado por Tolstoi, declaró: «El vituperio de hoy es recibido por la posteridad como voces de honra y estima».1

Mientras el gobierno y la iglesia intensificaban sus maniobras para silenciar a Tolstoi, quienes le dieron apoyo fueron las personas de las filas anónimas del pueblo. El respeto y la confianza hacia Tolstoi fue acrecentándose en el mundo. Una de las figuras que fueron profundamente inspiradas por las ideas de Tolstoi fue Mahatma Gandhi (1869-1948).

La excomunión declarada por la iglesia rusa terminó en un completo fracaso. El mundo respaldaba a Tolstoi, de modo que ni el gobierno ni la iglesia podían accionar en su contra. A cambio, dirigieron sus ataques a los discípulos de Tolstoi, condenando al destierro a Vladimir Chertkov (1854-1936). Paul Biriukov (1860-1931) también fue obligado a vivir el exilio en un sitio remoto del país durante ocho años, pero jamás se dejó doblegar. Años más tarde, publicó el texto bibliográfico titulado León Tolstoi: su vida y obra en el que dio a conocer la verdadera historia de la vida de su mentor y sus logros.

Los ciudadanos comunes también fueron objeto de persecución por apoyar a Tolstoi, a tal punto que la mera posesión de sus libros proscritos era motivo de arresto. Pero la gente, que lo conocía como persona sincera y respetaba sus ideas religiosas, siguió dándole su respaldo inamovible.

La religión tiene valía en tanto hace aportes a la gente. Un credo cuya preocupación está centrada en la felicidad de las personas infunde valentía, esperanza y sabiduría; da fortaleza interior y le abre las posibilidades de liberarse de las cadenas del sufrimiento.

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En la Casa de Tolstoi y en el Museo Estatal, Shin’ichi se sintió fuertemente inspirado por la vida de este gran coloso de la literatura rusa. Grabó en lo hondo de su corazón las palabras que Tolstoi escribió en su último diario: «Haz lo que debes, pase lo que pase».2

Sentía en su fuero interior que su misión era entregarse por entero al desafío de realizar la paz mundial, es decir, el kosen-rufu.

Luego, la comitiva visitó el pabellón espacial de la Exposición de los Logros de la Economía Nacional de la URSS. En el recorrido percibió la firmeza con que la Unión Soviética estaba llevando adelante su programa espacial. Shin’ichi manifestó su impresión al funcionario de gobierno que servía de guía: «¡Es un maravilloso despliegue de destreza tecnológica! Qué fantástico sería que todo esto fuera utilizado en beneficio de la paz y la prosperidad del género humano. Es lo que la gente del mundo está esperando…».

El 16 de mayo era el último día de la estancia de ocho días en la Unión Soviética. Esa noche, Shin’ichi tenía previsto dirigirse a Frankfurt, Alemania Occidental para comenzar su gira por Europa.

Antes de partir, fue invitado por Vyacheslav Yelyutin, ministro de Educación de Enseñanza Media y Superior y su esposa para hacer un recorrido por el canal que conecta los ríos de Moscú y Volga. Durante el trayecto, conversaron acaloradamente sobre temas de la educación.

Desde la ventana del barco, se extendía un hermoso paisaje lleno de verdor en ambas orillas. El canal había convertido a Moscú en una ciudad portuaria, el centro de una extensa red fluvial que unía cinco mares: el Mar Blanco, el Mar Báltico, el Mar Caspio, el Mar de Azov y el Mar Negro.

Shin’ichi sintió que el intercambio educativo tenía mucho parecido con la obra de construir un canal, ya que permite enlazar a personas de las más diferentes nacionalidades, ideologías y formaciones con miras al futuro, y construir puertos de amistad para hacer el cabotaje hacia el océano de la paz.

Shin’ichi y su comitiva dejaron atrás el Aeropuerto Internacional de Sheremetyevo a las 19 hs. Allí estaban el rector Anatoli Logunov y otros funcionarios de la Universidad Estatal de Moscú para despedirse. La ciudad nórdica de Moscú se regía con el horario de verano, de modo que aún había un sol brillante. El avión partió bañado por el sol enceguecedor del atardecer.

Shin’ichi sabía que muchos compañeros de Europa lo estaban esperando, y esto lo llenaba de expectativas.

(Aquí concluye el capítulo 3 «Vuelo audaz» del volumen 30 de La nueva revolución humana).

  • *1Victor HUGO: Actes et Paroles, III: Depuis l’Exil (Hechos y palabras, III: Desde el exilio), en Obras completas, editado por Jean Massin, París: Le Club Français du Livre, 1970, vol. 15, pág. 1382.
  • *2Véase TOLSTOI, León: Tolstoy’s Diaries (Diarios de Tolstoi, 1895-1910), edit. y trad. por R. F. Christian, Londres: The Athlone Press, 1985, vol. II, pág. 677.