Parte 3: El kosen-rufu y la paz mundial
Capítulo 28: Los tres presidentes fundadores y el camino de maestro y discípulo [28.8]

28.8 Hacer realidad la visión de los dos primeros presidentes

Esta selección de La nueva revolución humana describe la solemne 17.ª ceremonia fúnebre en memoria del señor Makiguchi (correspondiente al 16.º aniversario de su muerte), celebrada el 18 de noviembre de 1960.

Shin’ichi nunca había conocido en persona al señor Makiguchi, pero Josei Toda le había enseñado minuciosamente las ideas, la filosofía y las convicciones del presidente fundador. De ahí que llevaba grabada en su vida una clara imagen de su difunto mentor.

Cada vez que Toda evocaba el momento en que le habían informado de la muerte de su maestro, sus ojos fulguraban y su voz temblaba de indignación. Una vez, contó esta historia:

—El señor Makiguchi murió en la cárcel cuando se acercaba el invierno, el 18 de noviembre de 1944, a causa de la desnutrición y la debilidad, habiendo soportado condiciones inhumanas a una edad avanzada.

»El otoño anterior habíamos tenido un breve encuentro en el cuartel general de la policía de Tokio, poco antes de que a cada uno nos llevasen por separado a una celda de aislamiento. Esa fue la última vez que lo vi.1 Día tras día, oraba pensando: “El señor Makiguchi ya está anciano. Que la responsabilidad por los cargos elevados en contra de ambos recaiga únicamente sobre mí, para que mi maestro pueda salir de este lugar lo antes posible”.

»Pero el señor Makiguchi falleció. Y no me enteré hasta el 8 de enero del año siguiente (1945), más de cincuenta días después. Yo había comparecido para una audiencia preliminar con el juez de instrucción, que me estaba interrogando, cuando, de pronto, este me dijo sin mayor preámbulo: “Makiguchi ha muerto”. Sentí como si el corazón se me partiera en dos. Cuando regresé a mi celda solitaria, me puse a llorar afectado por una honda amargura, desgarrado de dolor. Recuerdo que clavé las uñas en las paredes de cemento y me golpeé la cabeza en medio de una profunda angustia.

»Nadie puede negar que el señor Makiguchi falleció con dignidad y compostura imperturbables. Fue un mártir que dio la vida en defensa de sus creencias. Pero, así y todo, ¡lo mataron, y no hay cómo negarlo! Lo hicieron el gobierno militarista, el sintoísmo estatal, los cobardes que se inclinaron ante los militaristas para cuidarse las espaldas y no verse en problemas… Pero me pregunto, ¿por qué crimen? Por proclamar la libertad de creencias y de pensamiento.

»Supe luego que el cuerpo de mi maestro salió de la prisión cargado a cuestas de un empleado de uno de los parientes del señor Makiguchi. Las condiciones de la guerra no habían permitido enviar siquiera un coche fúnebre. La esposa de mi mentor lo recibió en su hogar, con silenciosa congoja. A su funeral asistieron tan pocas personas que se podían contar con los dedos de las manos. Sin duda, muchos prefirieron no hacer acto de presencia para evitar la mirada vigilante de la gente y de las autoridades.

»El señor Makiguchi fue un educador, erudito y filósofo sobresaliente; un gran practicante budista que luchó con ardor por la felicidad del pueblo. ¡Y el Japón retribuyó su contribución enviándolo a morir a la cárcel!».

Josei Toda siempre terminaba cualquier mención a la muerte del presidente Makiguchi con palabras de ira legítima, diciendo: «Voy a reivindicar a mi mentor, decididamente. ¡Esta vez, no fracasaré! ¡Sin falta, haré realidad el sueño del kosen-rufu, el gran anhelo de mi maestro, y crearé una sociedad donde la paz prevalezca eternamente! Demostraré al mundo la grandeza del señor Makiguchi. ¿No estás de acuerdo conmigo, Shin’ichi, en que ese es el desafío que debe asumir un discípulo?».

Shin’ichi jamás olvidaría la indignación con que Toda temblaba cada vez que evocaba este recuerdo.

Nunca, ni siquiera un instante, abandonaba su repudio a la naturaleza demoníaca de la autoridad que había causado la muerte de su mentor ni su febril decisión de oponerse a ella. Sin personas que deploren el mal, la justicia perecerá. Paralelamente, si la gente deja de luchar activamente contra la iniquidad y la injusticia, solo existirá una justicia hipócrita, conducente a la perpetuación del mal.

En noviembre de 1960, durante la 17.ª ceremonia fúnebre en memoria del presidente Makiguchi (con motivo del 16.º aniversario de su muerte), Shin’ichi Yamamoto pensó en los sentimientos que habría experimentado el señor Toda en cada uno de los servicios en memoria de su mentor.

Una vez concluida la ofrenda de incienso, y al cabo de la elegía de un miembro que practicaba desde los tiempos del señor Makiguchi, Shin’ichi se acercó al micrófono y comenzó a hablar en voz serena:

—Si consideramos al maestro Toda como a un padre, el señor Makiguchi sería entonces nuestro abuelo. A los que hemos sido forjados por el primero, esto nos convierte en discípulos de segunda generación; en nietos, por así decirlo. Aunque yo, como discípulo de segunda generación, nunca tuve oportunidad de conocer al señor Makiguchi en persona, el señor Toda me hablaba constantemente sobre la personalidad de su maestro y sobre la nobleza con que se había levantado a luchar por el bienestar y la dicha de la sociedad.

»Tras la muerte del señor Makiguchi, el señor Toda heredó plenamente el grandioso espíritu de su mentor de propagar la Ley con altruismo. Así construyó la Soka Gakkai de hoy, asumiendo un sinfín de luchas, a cuál más terrible, por su país, por la Ley y por la felicidad del pueblo.

»Aunque todavía soy joven e inexperto, he sido nombrado tercer presidente para continuar la labor de estos dos grandes hombres: nuestro fundador, Tsunesaburo Makiguchi, y mi maestro, Josei Toda. No obstante, estoy firmemente decidido a vivir fiel a las expectativas de ambos, y de hacer lo mejor, de dar todo de mí, con absoluta sinceridad y devoción.

»En la Soka Gakkai palpita con fuerza el espíritu colosal del primer presidente. El señor Makiguchi expresó, una vez: “La reforma religiosa no es algo difícil”. En efecto, hoy se está desplegando ante nuestros ojos una revolución religiosa y, tal como vislumbró el señor Makiguchi, las flores del kosen-rufu comienzan a abrirse en magnífica profusión.

»Si bien carezco de capacidad, he de valerme de esta ocasión, de esta ceremonia recordatoria, para renovar mi compromiso inamovible de hacer realidad los ideales del señor Makiguchi, y de asumir cualquier esfuerzo o dificultad que esta tarea conlleve.

Sus palabras fueron un juramento apasionado.

Del capítulo «Esfuerzo denodado», del volumen 2 de La nueva revolución humana.

Sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1El 6 de julio de 1943, ambos fueron arrestados por las autoridades militaristas del Japón, quienes los acusaron de lesa majestad y de violar la oprobiosa Ley de Preservación de la Paz. Ese breve encuentro frente a frente, el último que tendrían, tuvo lugar mientras se cruzaron en el Departamento de Policía, el 25 de setiembre, en momentos en que el señor Makiguchi era transferido al Centro de Detención de Tokio en Nishi-Sugamo, en el distrito municipal de Toshima.