Parte 2: La revolución humana
Capítulo 13: Fe para la armonía familiar [13.2]

13.2 «Gracias», la palabra milagrosa

Una prueba de nuestra revolución humana es poder sentir agradecimiento hacia quienes nos rodean. La gratitud a los demás acelera nuestro cambio interior.

«Gracias» es una expresión milagrosa. Nos sentimos revitalizados al decirla, y alentados al escucharla. Constantemente, digo «gracias», desde que me levanto hasta la noche, día tras día. Cuando visito otros países, es la expresión que más aprendo y uso. A la hora de decir Thank you, Merci, Danke, Gracias, Spasibo o Xie-xie, siempre agradezco con profunda sinceridad, mirando a la otra persona a los ojos.

Cuando decimos o escuchamos esa palabra, nos despojamos de la coraza que cubre nuestro corazón y podemos comunicarnos en el nivel más profundo. «Gracias» es la raíz de la no violencia. Contiene respeto hacia el otro, humildad y una profunda afirmación de la vida. Irradia un optimismo activo. Posee fuerza. La persona capaz de decir «gracias» de manera sincera tiene un espíritu sano y vital; cada vez que lo decimos, nuestro corazón resplandece y nuestra vitalidad se eleva poderosamente, desde lo más hondo de nuestro ser.

Ser agradecidos por el apoyo que tantas personas nos han brindado —esta conciencia, este sentimiento, este júbilo— nos dará una dicha mucho más grande aún. Más que sentir gratitud porque somos felices, deberíamos pensar que el solo hecho de saber agradecer es, en sí, una causa de dicha. Las oraciones imbuidas de gratitud, además, armonizan muy eficazmente con el ritmo del universo y orientan nuestra existencia en dirección positiva.

Cuando no podemos decir «gracias», es porque nuestro crecimiento personal se ha detenido. Cuando seguimos creciendo, vemos qué magníficos son también los demás. Pero cuando dejamos de desarrollarnos, solo vemos los defectos de las otras personas.

En el ámbito familiar, en lugar de empeñarnos en cambiar a nuestra pareja o a nuestros hijos, ¿por qué no comenzar por un simple «¡gracias!»?

Una miembro de la División Femenina se vio afectada de demencia senil y no podía recordar siquiera los nombres de sus familiares. Pero cuando el doctor le preguntó cuál había sido el mejor momento de su vida, de inmediato respondió:

—Cuando mi hija nació. ¡Fui tan feliz!

Al escuchar estas palabras, a la hija —que estaba cerca— se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Gracias —dijo—. Gracias, mamá. Era todo lo que necesitaba escuchar.

Al mismo tiempo, la hija se reprochó la forma en que reprendía continuamente a su propio hijo. «Después de todo, el momento más feliz de mi vida también fue cuando lo tuve a él». Sin embargo, con los años, compelida por alguna imagen mental de lo que debía ser un hijo perfecto, trató de moldear al suyo de acuerdo con este marco, pensando siempre que el niño no se adecuaba al ideal y recalcando todo el tiempo sus fallas o falencias. Así y todo, pese a sus exigencias interminables, el niño hacía todo lo que podía por responder a la expectativa de su madre, siendo siempre cariñoso con ella. En el instante en que se percató de ello, la mujer sintió un profundo agradecimiento hacia él: «Gracias… Estoy tan feliz de que tú hayas nacido. El solo hecho de tenerte aquí conmigo me hace feliz… Te agradezco tanto…».

Vio a su hijo con nuevos ojos, y de pronto encontró sobradas razones para sentirse agradecida y dichosa. Después de todo, aunque costaba sacarlo de la cama por las mañanas, terminaba haciéndolo, aunque más no fuera en el último minuto. Eso, de por sí, le pareció algo admirable. Tal vez fuese un poco quisquilloso con la comida, y sus calificaciones no fueran las mejores de la clase, pero ella se sentía feliz de que su hijo concurriera a estudiar cada mañana y que siempre luciera una sonrisa brillante.

A partir de entonces, le agradeció todo, incluso cuando no hacía nada especial más que regresar a casa sano y salvo, cada tarde. Comprendió que dar tantas cosas por sentadas y exigir tanto de manera inflexible habían sido una tremenda arrogancia.

Del mismo modo, hay quienes cuando se les diagnostica una grave enfermedad comprenden por primera vez en qué medida habían dado por sentado el tesoro de la salud y cuán poco lo habían valorado.

Por eso es tan importante que, aunque sea cada tanto, le den las gracias a su pareja mirándole a los ojos. Y, en lugar de sentarse a comer en silencio, le expresen su sincera gratitud. Tal vez al principio les dé un poco de vergüenza, pero inténtenlo, y verán cómo cambia su vida.

De la serie de ensayos «¡Qué hermosa es la vida!», publicada en japonés en el Seikyo Shimbun el 29 de mayo de 2004.

La sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.