Parte 1: La felicidad; Capítulo 6: El principio de la floración de los «cerezos, ciruelos, duraznos y albaricoques» [6.1]

6.1 «Así y todo, me propongo florecer»

El budismo enseña el principio de la floración de los árboles frutales: cerezos, ciruelos, durazneros y albaricoqueros. Este significa que cada ser es valioso y bello tal como es, y que no necesita parecerse a ningún otro.

Todos poseemos la semilla de una preciada misión. El propósito de nuestra existencia es hacer que esa simiente germine, florezca y dé fruto.

En un viaje a la prefectura de Yamagata, el presidente Ikeda explica este principio y nos exhorta a vivir para cumplir esa misión.

Hacía nueve años que no visitaba Yamagata. Estaba ansiando llegar lo antes posible para encontrarme con ustedes, así que vine en tren desde Niigata. Por la ventanilla, vi pasar bosques verdes, ríos azules y picos con las últimas nieves del frío. Frente a mis ojos pasaron campos de forsitias amarillas, narcisos, velos de novia y capullos de cerezo en plena flor.

Y mientras me deleitaba con ese espectáculo, recordé que, en el Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, Nichiren Daishonin se refiere a los ciruelos, cerezos, durazneros y albaricoqueros diciendo que cada uno de estos árboles frutales representaba la verdad suprema con sus propias características, tal como son, sin tener que sufrir ningún cambio.1 Esta enseñanza nos brinda una lección básica que puede aplicarse a nuestra forma personal de vivir.

El cerezo florece como solo él puede hacerlo, fiel a su propia naturaleza y condición. Lo mismo cabe decir del ciruelo y de todos los demás árboles frutales. Y nosotros deberíamos vivir teniendo presente este principio. Cada uno posee una personalidad distintiva. No somos iguales a otros en temperamento o en características, pero todos somos respetables y nobles por igual. Por eso, debemos siempre aspirar a construir una sólida identidad, para vivir de la manera más auténtica y fiel a sí mismo.

Cada uno de nosotros tiene una misión y un modo de vivir que le son propios. No hace falta que tratemos de parecernos a otros. El cerezo tiene su propia vida y es cerezo en virtud de sus causas inherentes. También el ciruelo, el albaricoquero y el duraznero tienen sus propias causas intrínsecas. Según la perspectiva del budismo, nosotros poseemos una tarea única que hemos nacido para cumplir en este mundo, y causas inherentes que nos han conducido a ser quienes somos en esta existencia. La práctica de la Ley Mística nos permite experimentar la alegría de descubrir esta dimensión de nuestro ser.

La dicha más esencial es activar la budeidad latente a través de la firme fe en esta Ley.

Algunos de ustedes quizá envidien a la gente que vive en grandes metrópolis, como Tokio. Otros posiblemente sueñen con tener un trabajo excitante o con vivir en una mansión. Pero, en Tokio, nadie tiene la suerte de contemplar bellezas naturales [como las de Yamagata], disfrutar del aire puro; ni de las impactantes noches estrelladas, ni de las montañas suavemente cubiertas de nieve, como el monte Zao que, en esta región, muestra su silueta todas las mañanas. Dicho esto, recordemos que nuestra felicidad en la vida no depende del lugar ni del medio ambiente donde vivimos, ni de nuestro empleo o de los metros cuadrados que tenga nuestra casa.

La hierba siempre parece más verde en la casa del vecino, dice el refrán. Para los que residen en Yamagata, la vida en una metrópolis podrá parecer fascinante, pero los habitantes urbanos darían todo por poder vivir rodeados de paisajes extraordinarios como los de este sitio. La clave está en reconocer y desplegar al máximo todas nuestras capacidades, y en cumplir la misión en el lugar donde nos toque estar, sea cual fuere, sin depender de las circunstancias inmediatas o de los factores externos.

Un escritor observó una vez: «Voy a florecer si me observan, y voy a florecer así me ignoren».2 El Gohonzon está al tanto de todas nuestras acciones. Es importante que vivamos fieles a nuestra propia singularidad, siempre abrazados por la Ley Mística, ya sea que los demás reparen en lo que hagamos o no. De eso se trata el principio sobre la floración de los árboles frutales.

Del discurso pronunciado en una reunión general de la prefectura de Yamagata, en la localidad homónima, el 18 de abril de 1983.

La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1El Daishonin afirma: «El ciruelo, el cerezo, el durazno y el albaricoquero, cada uno con su propia entidad, sin experimentar ningún cambio, poseen los tres cuerpos [del buda] de los que están eternamente dotados». (The Record of the Orally Transmitted Teachings (Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente), trad. ingl. Burton Watson, Tokio: Soka Gakkai, 2004, pág. 200).
  • *2Mushanokoji, Saneatsu: Mushanokoji Saneatsu zenshu vol. 11 (Obras completas de Saneatsu Mushanokoji), Tokio: Shogakukan, 1989, pág. 81.