Parte 1: La felicidad; Capítulo 4:
«Lo importante es el corazón» [4.1]

4.1 Vivir conscientes de que lo importante es el corazón

Nuestra transformación interior, proceso en el cual revelamos la budeidad intrínseca, no solo cambia nuestra vida, sino también el lugar donde vivimos y el mundo entero. El presidente Ikeda siempre ha recalcado esta filosofía para construir una felicidad imperecedera; en este capítulo, se exponen importantes enseñanzas sobre este particular.

Ayer estaba hablando con alguien, y en la charla surgió la pregunta: ¿cuál era el mensaje fundamental de los escritos de Nichiren Daishonin? Llegamos a la conclusión de que el primer mensaje esencial era basarnos en el Gohonzon. Es decir, adoptar «sólo Nam-myoho-renge-kyo»1 como base de nuestra fe; practicar y entonar con diligencia solo la Ley Mística. El segundo mensaje esencial es que «lo importante es el corazón».2 Estos dos puntos —acordamos— eran las piedras angulares de los escritos del Daishonin.

¿Por qué es importante el segundo punto? Porque la fe no solo es cuestión de abrazar el Gohonzon y hacer Nam-myoho-renge-kyo, sino que involucra, también, la postura con la cual practicamos. ¿Está nuestro corazón enfocado en el kosen-rufu? Nuestra actitud más íntima, la disposición que tenemos en lo más hondo de nuestro ser, es lo que determina todas las cosas.

Que seamos felices, construyamos una vida iluminada, avancemos hacia la budeidad o terminemos enredados en una trama de sufrimiento, todo eso es el resultado exacto de las funciones sutiles de nuestra mente o corazón. No hay cómo recalcar este punto lo suficiente.

El universo, como nosotros, también posee un aspecto inmaterial. Nuestra actitud hacia la fe se transmite al universo. Las funciones de la mente humana son realmente asombrosas.

El egoísmo, la queja, la duda, la astucia, la soberbia, la arrogancia y tantas otras actitudes perniciosas son causa de infelicidad para nosotros mismos y para los semejantes. Cuando consentimos en ser gobernados por este tipo de fuerzas, somos como un avión que ha perdido el rumbo y queda atrapado en una densa niebla, con visibilidad cero. En esas condiciones espirituales, se desdibuja la diferencia entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto. Pero no solo nos condenamos a la desdicha personal, sino que arrastramos en esa caída de aflicción a los demás «pasajeros»: nuestros amigos y seres queridos.

Cuando la arrogancia toma control de la vida, la mente se vuelve un caballo desbocado, que galopa ciegamente en círculos sin poder detenerse. En este estado, perdemos toda conciencia de nosotros mismos y terminamos lastimando a quienes nos rodean. Ese no es un estado benéfico del ser humano. Y aunque alguien así se crea superior o mejor que los demás, en realidad es todo lo contrario. Según el budismo, la gente más peligrosa es la que vive entregada a la vanidad y a la arrogancia.

En cambio, hay otras actitudes que multiplican infinitamente la buena fortuna, no solo en la esfera personal, sino en beneficio de nuestra familia, seres queridos y descendientes; por ejemplo, el sincero cuidado a los demás; el compromiso tenaz con las propias convicciones; el sentido de responsabilidad hacia nuestra misión por el kosen-rufu; el deseo de alentar y apoyar a los compañeros de fe sin escatimar la vida; el sentimiento de gratitud, estima y alegría… Estas son posturas que activan la protección de las deidades celestiales —las funciones positivas del universo— y nos permiten avanzar directamente por el camino que conduce al logro de la budeidad.

Por lo tanto, vivamos grabando en nuestra mente las palabras del Daishonin —«Lo importante es el corazón»—, de manera profunda e indeleble.

Del discurso pronunciado en una reunión con representantes de las distintas divisiones, en Tokio, el 25 de febrero de 1988.

La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1La enseñanza para el Último Día, en Los escritos de Nichiren Daishonin (END), Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 946.
  • *2La estrategia del «Sutra del loto», en END, págs. 1045-1046.