Parte 3: El kosen-rufu y la paz mundial
Capítulo 31: Una gran ruta hacia la paz mundial [31.26]

31.26 El diálogo es el camino certero y seguro hacia la paz

El 11 de setiembre de 2001, el mundo se estremeció ante la noticia de los atentados terroristas en los Estados Unidos. En un clima de creciente pavor ante el ataque del terrorismo y la posibilidad de una nueva carrera armamentista, el presidente Ikeda recalca la importancia de mantener el compromiso con el diálogo.

En los años transcurridos desde los atentados terroristas del 11 de setiembre de 2001, el mundo ha experimentado un extraordinario recrudecimiento de las tensiones. Los gobiernos extreman cada vez más las medidas de seguridad para prevenir actos terroristas que pueden acaecer en cualquier momento, mientras la existencia cotidiana de innumerables ciudadanos comunes se va hundiendo en el temor y en la incertidumbre. Lamentablemente, no hay indicios de que la situación pueda revertirse.

Si bien las condiciones que imperaban durante la Guerra Fría, en alguna medida, fueron similares, la amenaza que hoy se cierne sobre todos nosotros tiene características más difíciles de desentrañar. Es imposible identificar a los potenciales perpetradores de actos terroristas; a la vez, la búsqueda de respuestas atinadas que den solución real al problema ha sido infructuosa hasta ahora. En un contexto de angustiante vulnerabilidad, resultan inútiles incluso las acciones militares más agresivas y las medidas de seguridad más severas.

En muchos países, la prioridad que se confiere a la seguridad nacional ha exacerbado la tendencia a incrementar la acumulación de armamentos. Cada vez más a menudo se esgrime el tema de la seguridad interna como excusa para restringir los derechos y las libertades de las personas. Esto obra como un distractor que desvía la atención y la energía de las acciones internacionales necesarias para solucionar graves problemas globales como la pobreza y la degradación ambiental. Entonces, a las consecuencias trágicas del terrorismo y de las medidas para combatirlo, se suma un mayor agravamiento de las amenazas contra la vida y la dignidad de las personas.

¿Cómo puede la humanidad del siglo XXI superar las crisis de la época?

Desde luego, no existen soluciones simples; no podemos agitar una varita y arreglar las cosas por arte de magia. Nos aguarda una senda llena de dificultades, antes de hallar una respuesta adecuada a la clase de violencia que rechaza de plano el compromiso y el diálogo.

Aun así, no hay por qué caer en un pesimismo inútil e improductivo. Si estos problemas han sido creados por el ser humano, ello significa que la solución también reside en las personas. Por mucho tiempo que nos lleve, mientras no abandonemos la tarea de desenredar la confusa madeja que entrelaza estas cuestiones, podemos estar seguros de que hallaremos la ansiada solución.

El objetivo primordial de estas gestiones debe ser, antes que nada, desplegar todo el potencial del diálogo. En tanto prosiga su curso la historia de la humanidad, tendremos por delante el desafío perenne de establecer, mantener y fortalecer la paz a través del diálogo, y de hacer de ello el camino certero y firme hacia la paz. Debemos sostener y proclamar esa convicción una y otra vez, sin inmutarnos ante el frío menosprecio o las críticas escépticas que esgriman los demás.

El año 1975, en que se fundó la Soka Gakkai Internacional (SGI), fue una época de graves conflictos y divisiones en el orbe. Las secuelas de la cuarta guerra árabe-israelí (1973) y de la guerra de Vietnam todavía estremecían al mundo; ese año, además, se llevó a cabo la primera cumbre de las naciones más industrializadas para fortalecer la unidad del bloque occidental, en tanto que, en el bloque comunista, la confrontación entre la China y la Unión Soviética cobraba ominosa intensidad.

Por mi parte, resolví dedicar todo el año de la fundación de la SGI a un trabajo intensivo de diálogo. En 1974 había viajado por primera vez a la China y a la Unión Soviética. Consciente de que en cualquier momento podían estallar tensiones latentes, me reuní repetidas veces con las máximas autoridades de ambos países y entablé con ellas un sincero diálogo.

En aquella época, la Unión Soviética y su pueblo despertaban una violenta hostilidad en el Japón. Muchos censuraron mi decisión de viajar a ese país; se preguntaban con qué propósito un líder religioso debía visitar una nación que negaba oficialmente la validez de la fe. Sin embargo —y esta era mi sincera convicción como budista— yo no podía concebir la paz sin reconocer e incluir al tercio de la población mundial que representaba el bloque comunista. A mi criterio, era crucial entonces promover un avance en ese terreno lo más rápidamente posible.

En oportunidad de mi primera visita a la China, en mayo de 1974, pude comprobar personalmente la gran cantidad de refugios subterráneos que se estaban construyendo en Pekín, ante el peligro de un ataque soviético. Unos tres meses después (en setiembre), me encontré con el primer ministro soviético Aleksei N. Kosygin. Le transmití las preocupaciones que había advertido en la China con respecto a las intenciones soviéticas y le pregunté sin rodeos si su país tenía planeado un ataque contra el territorio vecino. El primer ministro respondió que la Unión Soviética no tenía ningún plan de atacar la China o de aislarla.

Cuando en diciembre del mismo año viajé a la China, fui portador de ese mensaje, que transmití fielmente a los líderes del gobierno chino. En dicha visita conocí al primer ministro Zhou Enlai y pude dialogar con él sobre la importancia de ahondar y de fortalecer la amistad entre la China y el Japón, y de esforzarnos juntos por el bienestar del mundo entero.

En enero de 1975, viajé a los Estados Unidos y presenté ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) una petición con más de diez millones de firmas reunidas por los jóvenes miembros de la Soka Gakkai del Japón reclamando la abolición de las armas nucleares. También he tenido oportunidad de intercambiar opiniones al respecto con el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger.

La SGI se fundó precisamente en medio de esa febril actividad para promover el diálogo, hace treinta años, un día como hoy, 26 de enero de 1975. La reunión inaugural se llevó a cabo en la isla de Guam, escenario de cruentas batallas durante la Segunda Guerra Mundial, con la participación de representantes de cincuenta y un países y territorios. Desde sus inicios, la SGI ha procurado aunar la energía y la creatividad del pueblo, con el objetivo de establecer un fructífero movimiento ciudadano en pos de la paz.

Desde aquella primera reunión, los miembros de la SGI han mantenido inalterable su convicción de que el diálogo representa una vía certera e indubitable hacia la paz. Por mi parte, me he consagrado a ejercitar la «diplomacia humana»; es decir, una labor diplomática orientada a terminar con las divisiones y a unir nuevamente al mundo en el espíritu de la amistad y de la confianza; paralelamente, me he dedicado a entablar todo tipo de intercambios entre la ciudadanía común, en los campos de la educación y de la cultura.

Con la determinación de trascender las diferencias nacionales e ideológicas, he discurrido con líderes internacionales de los más diversos ámbitos del quehacer humano. Me he reunido a intercambiar ideas con personas de creencias filosóficas, culturales y religiosas sumamente diversas; entre ellas, representantes del judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el confucianismo. Mi convicción más profunda, confirmada a través de estas experiencias, es que la base del diálogo que debemos cultivar en el siglo XXI tiene que ser el humanismo, un humanismo que vea el bien en todo lo que nos une y nos acerca, y el mal, en lo que nos divide y nos distancia.

De la propuesta de paz presentada con motivo del 30.º Día de la SGI, el 26 de enero de 2005.

Sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.