Parte 1: La felicidad; Capítulo 1:
¿Qué es la felicidad verdadera? [1.6]

1.6 Los seis componentes de la felicidad

El presidente Ikeda expone seis factores fundamentales para tener una vida feliz, en un discurso ofrecido durante la reunión general de la SGI de Estados Unidos. Allí recalca que estos seis componentes están implícitos en la práctica del budismo Nichiren.

En sus escritos, Nichiren Daishonin señala: «No vivan su existencia en vano, para lamentarse los diez mil años siguientes».1

¿Cómo encarar la existencia? ¿Cuál es la manera de vivir más digna y valiosa? Un célebre poema japonés dice: «La vida de una flor es breve; los sufrimientos se suceden en hilera interminable».2 El significado de estos versos es que las flores se abren en un instante y luego, también en un instante, se marchitan y dejan caer sus pétalos secos; en última instancia, lo único que parece perdurar y no acabar nunca es el sufrimiento. En algunos momentos, diríase que la vida adopta este cariz…

Un filósofo destacó que quizá la única forma de determinar la felicidad o la desdicha era sumar, al término de nuestros días, todos los gozos y todas las tristezas que uno había experimentado y comparar ambos totales para ver cuál era mayor.

Hay muchas personas que, a pesar de lograr una posición social prominente y gran riqueza económica, nunca llegan a sentirse felices. Otras tienen vínculos o matrimonios excelentes, pero en última instancia la muerte los separa del cónyuge amado. Uno de los sufrimientos inevitables e inherentes a la condición humana es tener que separarnos de nuestros seres queridos. También hay celebridades que alcanzan la cúspide de la fama, pero fallecen al cabo de largas y terribles enfermedades. Y otras nacen con una belleza excepcional que, en muchos casos y a pesar de ser una aparente ventaja, termina siendo la causa de su desventura.

¿Entonces dónde reside la felicidad? ¿Dónde podemos encontrarla? ¿Cómo ser felices? Son preguntas fundamentales, que el ser humano viene haciéndose desde siempre y seguirá planteándose mientras viva. Las enseñanzas de Nichiren Daishonin y la fe en la Ley Mística proveen respuestas esenciales a esos interrogantes.

En definitiva, la satisfacción profunda depende de que construyamos una identidad sólida. La dicha que se basa en factores externos, como tener una casa hermosa o una buena reputación, es «felicidad relativa». No deriva en una plenitud absoluta que perdure de manera firme y perpetua. Algunos parecen tener circunstancias envidiables, pero si experimentan la vida como algo vacío y triste, no pueden ser considerados felices.

Otros residen en mansiones espléndidas, pero, estando allí, no hacen más que pelear. Hay gente que trabaja en empresas prestigiosas donde todos quisieran estar, pero deben soportar los gritos de sus superiores, un ambiente de tensión insostenible y una carga laboral excesiva, que sofoca en ellos toda alegría de vivir.

La felicidad no yace en presumir ni en las apariencias externas. Tiene que ver con lo que sentimos por dentro; es una profunda resonancia vital. Por lo tanto, me permito sostener que el primer requisito de la felicidad es el bienestar interior.

Las personas felices son las que, cada día, experimentan una plenitud exultante, una satisfacción vinculada con el sentido de propósito y con la conciencia de la labor cumplida. Quienes sienten esta gratificación interior, aunque vivan llenos de quehaceres y de actividades, son mucho más felices que los que tienen mucho tiempo libre en sus manos, pero están vacíos por dentro.

Como practicantes del budismo Nichiren, cada mañana nos levantamos y hacemos el gongyo. ¡Algunos, probablemente a regañadientes! No obstante, hacer el gongyo es algo realmente noble y grandioso. Es una solemne ceremonia en la cual, por así decirlo, contemplamos el universo entero y dialogamos con la vida cósmica.

Hacer daimoku y el gongyo ante el Gohonzon representa el amanecer, el alba de un nuevo día en nuestra vida; es la salida del sol; es un acto que nos infunde una satisfacción profunda e incomparable que brota desde lo más hondo del ser. Aunque consideremos solo este punto, somos inmensamente afortunados.

Algunos parecen ser felices, pero comienzan cada día deprimidos. Hay otros que, desde las primeras horas de la mañana, reciben quejas y recriminaciones de sus parejas y sintiéndose abatidos, se preguntan: «¿Quién me mandó meterme en un matrimonio así?». En este estado mental, no hay lugar para la satisfacción interior ni para la alegría. Con solo observar el inicio de la jornada, podemos ver que los miembros de la SGI vivimos conectados con un firme sentimiento de propósito y de alborozo.

Además, cada uno de ustedes se está esforzando por dar lo mejor en su trabajo y en cada ámbito de sus actividades, y por triunfar en todos sus retos, dedicando su tiempo libre a trabajar por el budismo, el kosen-rufu, y el bienestar de sus semejantes y de la sociedad. En este Último Día de la Ley, en que abunda la mala fe, ustedes están avanzando enérgicamente, a menudo en circunstancias personales adversas y atravesadas de obstáculos, entonando daimoku por la dicha de los demás y viajando largas distancias para dialogar con amigos y rodearlos de comprensión y de solidaridad. Son verdaderos bodisatvas. No hay una vida más noble ni una existencia basada en una filosofía más sublime. Cada uno de ustedes está poniendo en acto los principios fundamentales del budismo, mientras difunde su mensaje ampliamente. Poseer una filosofía de valor tan elevado es, en sí, una increíble fortuna. Por tal razón, el segundo componente de la felicidad es tener una profunda filosofía de vida.

El tercer elemento de la felicidad es la convicción. En la época actual, a la gente le cuesta distinguir lo correcto de lo incorrecto, y el bien, del mal. Es una tendencia que se observa en todo el mundo. Si las cosas siguen así, el género humano terminará encaminándose al caos y a la declinación moral. En una época como esta, ustedes están practicando y exponiendo sinceramente el budismo Nichiren, cuya enseñanza expone el máximo bien.

En La apertura de los ojos, el Daishonin escribe: «Declararé lo siguiente: que las deidades me abandonen; que todas las persecuciones se abatan sobre mí. Así y todo, daré mi vida por la Ley».3 En ese mismo texto, instruye a sus creyentes a no dejarse influir ni siquiera por las tentaciones más grandes —en su caso, que le ofrezcan, por ejemplo, el gobierno del Japón— o por las peores amenazas —como que decapiten a sus padres—.4

Lo importante es mantener valientemente nuestras convicciones pase lo que pase, tal como nos enseña el Daishonin. Los que poseen esta confianza inamovible podrán ser felices, sin excepción. Y cada uno de ustedes es alguien así.

El cuarto componente de la felicidad es vivir con júbilo vibrante. Las personas que siempre están quejándose y despotricando no solo generan su propia desdicha, sino que vuelven infelices a los que están a su alrededor. En cambio, quienes avanzan con entusiasmo, brío y actitud positiva, quienes hacen gala de un espíritu luminoso y alegre, quienes alumbran y entibian el corazón de todos sus conocidos, no solo disfrutan de la vida y son dichosos, sino que, incluso, inspiran y dan esperanza a los otros.

Las personas que siempre muestran una expresión sombría y triste, y no sienten asombro ni alegría por nada, llevan una existencia gris y apagada.

Pero los que cultivan el optimismo y el buen talante pueden escuchar cualquier palabra —incluso la reprimenda de su pareja— como una dulce melodía; o recibir de sus hijos una pobre libreta de calificaciones sintiendo que encierra la promesa de un gran avance futuro. Es importante aprender a ver las cosas y las situaciones bajo una luz positiva. La felicidad se construye haciendo valer la sabiduría, la fortaleza y el júbilo que derivan de esta clase de postura.

Sin embargo, quiero aclarar que la buena voluntad o la mirada positiva de las cosas no son lo mismo que ser crédulos o necios, ni tampoco dejar que los demás se aprovechen de nuestra buena naturaleza. Por el contrario, esa postura es el resultado de una sabiduría y una perspicacia que nos permiten inclinar las cosas en dirección positiva, justamente porque podemos ver su mejor aspecto, sin jamás apartar los ojos de la realidad.

La fe y las enseñanzas del budismo nos permiten forjar este tipo de enfoque sobre la vida. Llegar a tener una personalidad así constituye un capital mucho más valioso que cualquier otro tesoro material que podamos adquirir.

El quinto componente de la felicidad es la valentía. Las personas valerosas pueden superar cualquier obstáculo. Por otro lado, los cobardes nunca llegan a descubrir las alegrías más intensas y esenciales que nos depara la vida. Qué gran desventura…

El sexto y último componente de la dicha genuina es la tolerancia. La gente se siente cómoda y a gusto en compañía de personas amplias y tolerantes. En cambio, los individuos cerrados e inflexibles, que hacen problemas por cualquier cosa y reprenden a otros ante el menor percance, agotan e intimidan a los demás. Lo que hace sentir tranquilas y cómodas a las personas es la aceptación y la cordialidad de sus responsables. Quienes poseen un corazón bondadoso y amplio como el océano son felices y hacen felices a sus semejantes.

Estos seis aspectos que acabo de mencionar están comprendidos en la palabra «fe». Una existencia basada en la Ley Mística es, por lo tanto, una vida de felicidad insuperable.

El Daishonin declara: «Nam-myoho-renge-kyo es la mayor de todas las alegrías».5 Espero que todos se permitan experimentar íntimamente el significado de estas palabras y demuestren esa alegría de manera tangible en su realidad personal.

Del discurso pronunciado en una reunión general de la SGI de Estados Unidos, el 23 de junio de 1996.

La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1El problema que debemos ponderar día y noche, en Los escritos de Nichiren Daishonin (END), pág. 652.
  • *2De la escritora japonesa Fumiko Hayashi.
  • *3La apertura de los ojos, en END, págs. 296-297.
  • *4Véase ib., pág. 297.
  • *5Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, pág. 212.