Crear una ola de cambio hacia un siglo sin guerras

El 1 de agosto de 2025, el presidente de la Soka Gakkai, Minoru Harada, presentó la siguiente declaración con motivo del octogésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial.

Una ola poderosa con un arcoíris reflejado en la espuma.
[© Philip Thurston/Getty Images]

Este año, se conmemora el 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, una conflagración mayúscula que involucró a los pueblos de numerosos países. Se calcula que las víctimas superaron con creces los 60 millones, que representa más del 3 % de la población mundial, en su inmensa mayoría civiles, entre ellas mujeres y niños.

Deseo expresar mi profunda condolencia a todos, por la pérdida de tantas vidas valiosas en cada nación; como practicante budista, estoy orando sinceramente por su sereno reposo.

El dolor de perder a familiares y seres queridos es el mismo para todos, cualquiera sea nuestra nacionalidad u origen étnico.

A la vez, como ciudadano japonés guiado por una honda reflexión sobre esta historia, quiero reafirmar mi solemne promesa de trabajar en aras de la paz, no solo en la región de Asia y el Pacífico, donde las pasadas acciones del Japón causaron enorme devastación y angustia, sino también en todo el orbe.

En vísperas del 15 de agosto, fecha que, para el Japón, significó el final de la guerra, recuerdo la extensa oda «Quince de agosto: El amanecer de un nuevo día», que Daisaku Ikeda —tercer presidente de la Soka Gakkai— compuso en agosto del 2001.

La tragedia bélica, acaecida durante su adolescencia, dejó gravosas huellas en su vida; su familia debió sobreponerse en dos oportunidades a la destrucción de su casa por los bombardeos, y el mayor de sus hermanos, perdió la vida en combate. Años después, en el primer verano del siglo XXI, escribiría un poema testimonial sobre su vivencia bélica en aquel flagelo. Una de las estrofas dice:

Mi familia se había desgarrado,
mi familia había conocido
las simas profundas de la angustia.
Mas no éramos los únicos
pues, en muchas como la nuestra,
padres e hijos habían vertido lágrimas de
infelicidad, de amargo sufrimiento,
de infausto dolor, a causa de la guerra.
Cada año, cuando llega el quince de agosto
la indignación estremece mi alma.1

En este poema, el presidente Ikeda también observaba que el sufrimiento indescriptible impuesto a la gente común se había extendido a cada rincón del globo. Quienes quieran gobernar —declaró— deberán recordar eternamente, lo que los pueblos del mundo habían vivido a causa de la guerra.

Los orígenes del movimiento por la paz de la Soka Gakkai se remontan a la lucha de nuestro presidente fundador, Tsunesaburo Makiguchi, y del segundo presidente, Josei Toda. Incluso sometidos a la represión del régimen militarista, que desembocó en su encarcelamiento en julio de 1943, ambos mantuvieron incólume su dedicación a la paz y al bienestar humano, basados en el respeto a la dignidad de todo individuo, principio central del budismo Nichiren.

La segunda conflagración global también dejó una huella indeleble en mí personalmente. Nací en Asakusabashi, un distrito céntrico de Tokio, en noviembre de 1941, un mes antes de que el Japón se sumara a la guerra del Pacífico. A mis tres años, en mitad de la noche entre el 9 y el 10 de marzo de 1945, una lluvia de bombas incendiarias cayó sobre los barrios más densamente poblados de la ciudad; los fuegos incontrolables devoraron zonas enteras de la metrópolis, dejando un saldo de 100 mil muertos. El terror que sentí, mientras mi madre y yo corríamos desesperados entre las calles en llamas, no se ha borrado jamás de mi memoria.

Si bien, aun por poco margen, hemos podido evitar la hecatombe de una tercera conflagración global, desde finales de la Segunda Guerra Mundial no han dejado de intensificarse las acciones bélicas. Incluso hoy día, los choques y enfrentamientos armados continúan en diversas partes del planeta, incluyendo las calamitosas situaciones que se vive actualmente en Ucrania y en Gaza. En particular, el número cada vez más alto de muertes civiles y el agravamiento de la crisis humanitaria son causas de consternación.

El dolor de perder a familiares y seres queridos es el mismo para todos, cualquiera sea nuestra nacionalidad u origen étnico. La Segunda Guerra Mundial afectó a la población de todo el mundo; en años recientes, aunque de manera diferente, la pandemia del coronavirus hizo que muchas personas experimentaran, globalmente, una análoga sensación de duelo y de vulnerabilidad.

Siento una enorme aflicción pensando en todos los que han fallecido y en las familias que han dejado atrás.

La hostilidad entre Israel e Irán que hizo eclosión en junio, sumiendo a la comunidad internacional en estado de alarma, afortunadamente llegó a contenerse sin mayores consecuencias. Del mismo modo, en lo que respecta al prolongado uso de las fuerzas bélicas en Ucrania y la situación en Gaza, espero sinceramente que el diálogo permanente y la labor diplomática incesante entre todas las partes involucradas, den lugar, lo antes posible, al cese del conflicto y abran el camino hacia una solución duradera.

En el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, promulgada en 1945 como reflexión sobre las lecciones de las dos conflagraciones mundiales, se enuncia el compromiso de: «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles». Y sin embargo, ¿cuántos países han estado realmente a salvo del azote de las tragedias bélicas en las últimas ocho décadas? En tal sentido, debe reconocerse que la tarea de establecer un mundo de paz, vislumbrada en el texto de la Carta, aún está pendiente.

Lazos de amistad con los países vecinos

En diciembre de 1964, el presidente Ikeda me entregó una serie de manuscritos: las primeras trece partes de su novela La revolución humana, cuya publicación en entregas sucesivas emprendería el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai, donde yo trabajaba como periodista. En esa misma época, comenzaba a arreciar el conflicto armado en Vietnam, uno de los más letales desde la Segunda Guerra Mundial.

«No hay nada más atroz, o más cruel que la guerra».

Estas dos frases, las primeras de toda la novela, habían sido acuñadas por el presidente Ikeda en Okinawa, sitio donde se desató la batalla terrestre más cruenta que sufrió el Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Al leer estas palabras sobre el papel, comprendí de inmediato la profunda indignación y la ira legítima con que habían sido escritas.

Texto japonés escrito a mano en papel blanco cuadriculado impreso.
La frase inicial de La revolución humana escrita a mano por Daisaku Ikeda: «No hay nada más atroz, o más cruel que la guerra». [© Seikyo Shimbun]

El diario comenzó a publicar las entregas el 1.º de enero de 1965, y me asignó ciertas funciones dentro del proyecto, como la de coordinar los encargos con el ilustrador. Cada día a lo largo de ese período, pude percibir claramente, entre línea y línea del texto, la férrea determinación del presidente Ikeda de construir una red de solidaridad indestructible para avanzar hacia un mundo sin guerras, superando todos los obstáculos.

Mi participación en el proyecto se limitó a los tres primeros volúmenes, pero en abril de 1969, poco antes de que empezaran a publicarse las entregas del capítulo «Guerra y paz», perteneciente al volumen 5, el presidente Ikeda escribió el siguiente artículo para una revista:

«De las muchas fotografías que se han tomado sobre el complejo enfrentamiento armado en Vietnam, ninguna es tan elocuente ni tan conmovedora como la imagen de una madre que huye de los disparos llevando consigo a su hijo. […]

De no haber sido por la tragedia bélica, habrían vivido, muy probablemente, una existencia dichosa. ¿Por qué, entonces, con qué propósito, tuvieron que robarles esa felicidad?».2

Recuerdo vívidamente esas palabras porque la imagen de esa madre y de su hijo, plasmadas en la fotografía, me hicieron revivir lo que yo mismo había experimentado durante aquella contienda armada.

En ese momento, el presidente Ikeda reclamó con insistencia el inmediato cese del fuego en Vietnam y la negociación de un acuerdo de paz, exhortando a la comunidad internacional a acelerar las iniciativas diplomáticas para poner fin al conflicto armado. Su labor infatigable para impulsar la rápida resolución de estas tragedias siempre se basó en su honda preocupación, de ser humano a ser humano, y en su profunda conciencia del sufrimiento que los conflictos bélicos imponían a la gente.

El presidente Ikeda siempre oró por las víctimas de las guerras, en cada uno de sus viajes a los países que habían sufrido penurias y pérdidas inimaginables a manos del Japón durante la Segunda Guerra Mundial: Birmania (actualmente, Myanmar), Tailandia, Camboya y la India —sitios que visitó en 1961, un año después de haber asumido la tercera presidencia de la Soka Gakkai—, así como la China, Corea del Sur, las Filipinas, Singapur, Malasia y Australia. Ciertamente, dedicó su vida a promover la amistad con estas naciones.

Solo sería posible abrir caminos hacia la paz si manteníamos una profunda reflexión constante sobre los hechos del pasado y si trabajábamos permanentemente para crear lazos de amistad con los países vecinos.

En sus diálogos con personas de estos países, así como de Vietnam, Indonesia y otros Estados de la región del Pacífico, escuchó de manera seria y sincera los testimonios de todas ellas sobre las atrocidades cometidas por el Japón durante la contienda bélica. Se esforzó sin descanso por registrar cada una de estas palabras en bien de la posteridad y de hacerlas constar en artículos publicados por el Seikyo Shimbun o en sus conversaciones en forma de libro.

He tenido el privilegio de observar en varias ocasiones sus diálogos con sus interlocutores y el honor de acompañarlo durante su primera visita a la China, entre mayo y junio de 1974. Mientras me ocupaba de los preparativos del viaje como secretario en jefe de la delegación, el presidente Ikeda me inculcó la convicción de que solo sería posible abrir caminos hacia la paz si manteníamos una profunda reflexión constante sobre los hechos del pasado y si trabajábamos permanentemente para crear lazos de amistad con los países vecinos. Con esa premisa en el corazón, viajamos vía Hong Kong a Pekín. Una vez en destino, durante una reunión con representantes de la Asociación para la Amistad Chino-Japonesa, el presidente Ikeda propuso planes concretos para establecer intercambios entre jóvenes y mujeres de ambas naciones.

En su segundo viaje a la China, en diciembre de ese mismo año, se reunió con el primer ministro Zhou Enlai. El mandatario chino, gravemente enfermo en esos momentos, manifestó su firme deseo de forjar entre la China y el Japón una amistad que perdurase a través de las generaciones. También destacó que el presidente Ikeda, en reiteradas ocasiones, había insistido en la importancia crucial de cultivar relaciones fraternas entre ambos países y que eso lo alegraba profundamente. Estas dos visitas a la China sentaron los cimientos de intercambios culturales, educativos y juveniles que han perdurado y siguen vigentes hasta el día de hoy.

Cumplir las disposiciones del derecho internacional humanitario

La determinación del presidente Ikeda de construir un mundo a salvo de las tragedias bélicas, donde todos los seres humanos puedan convivir en armonía en cada lugar de la tierra —claramente enunciada en La revolución humana—, es un legado que recibió del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda.

En mi juventud, estuve presente en el estadio Mitsuzawa de Yokohama, el 8 de septiembre de 1957, el día en que el presidente Toda enunció su «Declaración para la abolición de las armas nucleares». Ese año, yo había empezado la escuela secundaria; la mayoría de las cincuenta mil personas allí reunidas éramos adolescentes y jóvenes, pero, ampliando la mirada, vi que estaban representadas todas las generaciones; incluso niños, llevados por sus madres. En ese acto, el presidente Toda declaró la necesidad de condenar el uso de armamentos nucleares en cualquier circunstancia, para proteger el derecho inalienable a la vida de todos los pueblos del orbe.

Cada vez que, a lo largo de los años, vuelvo a leer esta declaración, siempre siento la misma convicción: nunca más, en ninguna parte del planeta, debía repetirse la catástrofe que las armas nucleares habían provocado en Hiroshima y Nagasaki. En virtud de ello, la misión social de la Soka Gakkai es trabajar en forma sostenida para hacer realidad un mundo sin cabida para estos armamentos.

Cuando observo el panorama actual, veo con honda inquietud la erosión permanente de la dignidad de la vida individual, sometida a continuos conflictos armados y a guerras civiles, agravados otra vez por la amenaza de las armas nucleares que sigue intensificándose cada vez más.

El derecho internacional humanitario se desarrolló a partir de una clara conciencia colectiva que, tras la colosal devastación de la Segunda Guerra Mundial, reconoció la necesidad de proteger a la población civil de los estragos de ese flagelo. En su propuesta de paz de 2019, el presidente Ikeda se refirió al trasfondo que precedió el acuerdo sobre los Convenios de Ginebra. Allí, planteó:

«Los convenios que sentaron las bases del actual derecho internacional humanitario manifestaron esta enfática determinación, precisamente porque los participantes en las rondas de negociación habían sentido profundamente la tragedia y la crueldad de la guerra.

Si no retornamos una y otra vez a los orígenes de los Convenios de Ginebra, quedaremos capturados en una lógica argumental que justifica y legitima cualquier acción mientras no viole de manera explícita la letra de la norma».

Se ha informado ampliamente sobre la violación al derecho humanitario internacional que se está cometiendo en los actuales conflictos bélicos del mundo. Se trata de algo inaceptable. Aun reconociendo que quizá no sea factible la erradicación total e inmediata de las guerras, quiero instar a todas las partes involucradas a aprovechar este octogésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial como una oportunidad para reafirmar su compromiso de cumplir las disposiciones del derecho internacional humanitario. En particular, recordemos que la renovación de las Convenciones de Ginebra en la posguerra fue impulsada por el clamor de establecer zonas seguras para los niños, las mujeres, los ancianos y la población enferma o herida.

El juramento de poner fin a todos los sufrimientos

Los miembros de la Soka Gakkai urgimos imperiosamente a reforzar las «defensas contra la guerra» mediante la solidaridad ciudadana, con el fin de impedir que los conflictos y las divisiones escalen y se conviertan en enfrentamientos armados. Es lo que el presidente Ikeda expuso una y otra vez en las propuestas anuales que presentó durante cuarenta años, entre 1983 y 2022.

En su segundo de estos planteamientos en aras de la paz de 1984, destacó: «Es fundamental que profundicemos y ampliemos nuestra labor en pos del desarme y que, a la vez, fortalezcamos el compromiso permanente de crear un mundo sin guerras». Lo que contribuyó a acelerar el final de la Guerra Fría fue la conjunción de dos tendencias crecientes: un mayor impulso diplomático hacia el desarme y un mayor peso de la opinión pública a favor de la paz.

Jóvenes sentados escuchan a los panelistas en una pequeña sala de conferencias.
En septiembre de 2024, la Cumbre de Jóvenes por la Renuncia a la Guerra reunió a representantes de todo Japón, en Hiroshima. En el encuentro, escucharon el testimonio de una sobreviviente de la bomba atómica en Hiroshima y dieron a conocer sus actividades por la paz. [© Seikyo Shimbun]

Hoy, en un mundo que pretende normalizar no solo el uso de la fuerza militar sino incluso el saldo de muertes civiles que deja la lucha armada, nos vemos ante una encrucijada que nos exige redoblar el esfuerzo en esas dos dimensiones cruciales.

En el 2015, cuando se cumplieron setenta años del final de la guerra, el presidente Ikeda presentó a la División de Jóvenes de la Soka Gakkai una muy memorable propuesta sobre el significado de renunciar a la contienda bélica. Allí sugirió que la Cumbre de la Paz, que anualmente organizaban los miembros juveniles de Hiroshima, Nagasaki y Okinawa, fuese actualizada como una Cumbre de Jóvenes por la Renuncia a la Guerra.

¿Por qué, en lugar de referirse a la «paz», mencionó la «renuncia a la guerra»? Su verdadero propósito quedó expresado en su propuesta de paz de ese año:

«Para cualquier persona, las expresiones de violencia o de opresión basadas en prejuicios contra el individuo o la familia resultan inaceptables. Pero cuando esa misma violencia se dirige contra los grupos étnicos o contra los pueblos, no es tan infrecuente que se la justifique en nombre de algún defecto o error atribuido a las víctimas. Para impedir que estas situaciones cobren magnitud, el primer paso es desarrollar un medio que nos acerque al otro y nos permita mirarnos a los ojos sin incurrir en este tipo de pensamiento generalizador. […]

»Sin esta autodisciplina [necesaria para comprender al otro y ver las cosas desde su perspectiva] —especialmente en épocas de tensiones sociales— a nuestra mente le es muy fácil esgrimir ideas subjetivas sobre lo que es la “justicia” o la “paz”, y en nombre de ellas amenazar la vida y la dignidad de los otros».

En el mundo de hoy, la palabra «paz» suele emplearse disociada de su significado original; a menudo incluso se la esgrime como pretexto para legitimar la agresión y la violencia. El mensaje clave que expresa el presidente Ikeda es que, en lugar de aceptar esa distorsión, debemos ahondar nuestro compromiso con la paz mediante el juramento explícito de renunciar a la guerra, basándonos en la convicción de que ningún habitante de nuestro planeta se vea expuesto a tal atrocidad.

Dado que la amenaza de las armas nucleares parece estar normalizándose en el mundo actual, considero que una de las tareas urgentes que competen a la humanidad es promover una opinión pública global favorable a la abstención de todo uso bélico nuclear, lo cual fortalecería el impulso hacia la prohibición y la abolición, y permitiría dar pasos colectivos para que el hito de este siglo sea, al fin, la renuncia al conflicto armado.

Debemos ahondar nuestro compromiso con la paz mediante el juramento explícito de renunciar a la guerra, basándonos en la convicción de que ningún habitante de nuestro planeta se vea expuesto a tal atrocidad.

Así pues, por medio de la presente los miembros de la Soka Gakkai declaramos nuestro compromiso a seguir trabajando denodadamente en tres áreas clave para resolver los desafíos globales:

La primera es el intercambio en el nivel de la juventud. Así como los seres humanos somos los que iniciamos las guerras, también somos los que podemos superar las divisiones y las conflagraciones bélicas para evitar los conflictos. Como tal, es importante construir una sociedad resiliente ante la agitación violenta y la manipulación psicológica colectiva.

Nuestro movimiento lleva largos años promoviendo intercambios a nivel de la ciudadanía —especialmente entre la juventud— con nuestros vecinos asiáticos; en particular, con China y Corea del Sur. Creemos firmemente que las relaciones de amistad entabladas por estos jóvenes del futuro servirán como el basamento más potente para un baluarte contra la guerra. A fin de establecer una sociedad que repudie el enfrentamiento armado, será necesario asegurar que cada nueva generación tenga oportunidad de experimentar tales intercambios.

La segunda área es el diálogo interreligioso. No cabe ninguna duda de que las diferencias entre credos, a lo largo de la historia humana, han sido causa frecuente de graves confrontaciones. Al mismo tiempo, muchas religiones han brindado enorme sustento espiritual a los seres humanos en su búsqueda de la paz y de la dignidad. Teniendo en cuenta ambos aspectos, las personas de fe debemos ponernos en acción de maneras concretas para edificar un mundo mejor, y ampliar la esfera de un diálogo que profundice el entendimiento mutuo, a fin de no repetir los errores que, en el pasado, tantas veces fueron causa de discordia.

En mayo del 2024, viajé a la Ciudad del Vaticano para reunirme con el papa Francisco y conversar sobre la imperiosa necesidad de lograr un mundo sin guerras y sin cabida para las armas nucleares. A la vez, este mes de junio, me encontré con el Prof. Dr. Datuk Abdelaziz Berghout, decano del Instituto Internacional de Pensamiento y Civilización del Islam perteneciente a la Universidad Internacional Islámica de Malasia, con quien dialogamos sobre las filosofías de paz expresadas en el budismo y en la tradición musulmana.

Tanto la Soka Gakkai como la Soka Gakkai Internacional (SGI) han entablado intercambios con otras organizaciones religiosas y confesionales, no solo en cónclaves de las Naciones Unidas sino también en diversos foros, que se tradujeron en declaraciones conjuntas sobre temas de interés recíproco. En los años próximos, seguiremos activamente dedicados al diálogo interreligioso.

La tercera área es expandir la acción solidaria global entre personas dispuestas a trabajar juntas para resolver los diversos problemas que afronta el mundo. La acción colaborativa para lograr metas en común ofrece una base muy sólida para establecer relaciones de confianza que trasciendan las diferencias étnicas y nacionales. Esta idea se ha visto confirmada y reforzada por nuestra labor de apoyo a diversas iniciativas de las Naciones Unidas en materia de derechos humanos, cambio climático y otras cuestiones de alcance global.

Jóvenes que conversan en pequeños grupos.
En agosto de 2024, los jóvenes de la Soka Gakkai de 14 países dialogaron en el Curso Europeo del Departamento de Estudiantes, celebrado en Fráncfort, Alemania. El tema del curso fue «El futuro reside en el presente: avanzar juntos como protagonistas de la nueva era».

Hoy, más que nunca, la comunidad internacional debe encaminarse, de una era en que la desconfianza mutua lleva a la acumulación de arsenales militares, hacia otra en que las naciones trabajen unidas para hacer frente a las amenazas y retos comunes que afronta la humanidad. A medida que se avance en esa dirección, seguramente se irá revelando con claridad el camino que nos llevará a un siglo caracterizado por la renuncia a la guerra.

En una oportunidad, el presidente Ikeda citó estas palabras de Shakyamuni: «Poniéndote en la posición del otro, no mates ni hagas que otro mate»,3 y recalcó:

«En virtud de ser seres humanos, estamos dotados de las herramientas necesarias para esa labor: el diapasón de la reflexión, que nos permite imaginar el dolor de los demás como si fuese el nuestro propio; el puente del diálogo, que nos hace llegar a cualquier persona, en cualquier lugar; y la pala y la azada de la amistad con las cuales cultivar incluso los páramos más áridos y desolados».4

Enarbolando este espíritu, en este octogésimo aniversario del final de la conflagración global reafirmamos nuestra determinación inamovible de seguir actuando y trabajando, junto a nuestros compañeros de 192 países y territorios del mundo, para crear un siglo de renuncia a la guerra, en que todos los seres humanos podamos vivir en paz y con dignidad.

  • *1IKEDA, Daisaku: Journey of life: Selected poems of Daisaku Ikeda (La travesía de la vida: Poemas escogidos de Daisaku Ikeda), Nueva York: I. B. Tauris, 2014, pág. 348.
  • *2IKEDA, Daisaku: «Haha to naru koto» (Ser una madre), Josei Sebun, 28 de abril de 1969.
  • *3ACHARYA BUDDHARAKKHITA (trad.), The Dhammapada: The Buddha’s path of wisdom (El camino de sabiduría del Buda), Kandy: Buddhist Publication Society, 1996, pág. 53.
  • *4IKEDA, Daisaku: «Amor compasivo, sabiduría y valentía: Por una sociedad global de paz y de coexistencia creativa», propuesta de paz, 26 de enero de 2013.