Parte 1: La felicidad; Capítulo 9: Dar a nuestra vida un brillante capítulo final [9.7]

9.7 Cambiar nuestra actitud hacia la vejez

El presidente Ikeda explica la actitud budista hacia el envejecimiento citando una enseñanza de Shakyamuni según la cual ignorar la realidad de la vejez, la enfermedad y la muerte era una forma de arrogancia. Al término de este apartado, se incluye un fragmento sobre este tema, extraído de su propuesta de paz presentada en 2013, alusiva al Día de la SGI.

En las escrituras budistas, se dice que Shakyamuni meditó sobre la vejez, la enfermedad y la muerte, y superó las tres clases de arrogancia u orgullo.1 En otras palabras, la aversión a los ancianos es la arrogancia del joven; la aversión a los enfermos es la arrogancia del sano; la aversión a los muertos es la arrogancia de los vivos.

Estas tres clases de soberbia que menciona Shakyamuni no son, de ningún modo, un asunto del pasado.

A la hora de debatir sobre los problemas del envejecimiento demográfico, la gente suele atribuir las causas a los cambios sociales y a la falta de instituciones adecuadas. Desde luego, estos son factores importantes, pero creo que debemos centrarnos en un aspecto más esencial, que es la arrogancia que anida en nuestro corazón, y esforzarnos por transformar interiormente al ser humano.

La gente tiende a despreciar las cosas que son distintas o a burlarse de ellas. En una conferencia que di en la Universidad de Harvard [«El budismo Mahayana y la civilización del siglo XXI»], propuse que esto provenía de un mecanismo mental relacionado con el prejuicio, un énfasis irracional en las diferencias entre individuos. Shakyamuni lo describía como una filosa flecha invisible que atravesaba el alma humana.

La conducta que generamos, aferrados a estas estructuras mentales prejuiciosas, degradan y limitan nuestra propia vida. En verdad, nos limitamos a nuestra posición actual y nos negamos a cambiar.

Mientras la gente persista en ignorar la realidad de la vejez, la enfermedad y la muerte, también estará negando sus propias posibilidades de cara al futuro.

Necesitamos cambiar nuestras actitudes hacia la tercera edad. La enorme experiencia de vida que posee la gente mayor es un tesoro sin precio, y no solo para los propios ancianos, sino también para la sociedad, el mundo y las personas que viven a su alrededor.

En uno de sus escritos, Nichiren Daishonin observa que la larga dinastía Chou de la China antigua, vigente durante ocho siglos, floreció porque su fundador, el rey Wen, se ocupó de cuidar a los mayores y respetó su sabiduría.2

Las palabras de los mayores, ricas en madurez, suelen sorprendernos por su sabiduría y pertinencia. Conozco muchos ancianos que irradian una belleza sublime.

Brillan porque han construido una identidad indestructible con su asidua dedicación a las actividades por el kosen-rufu. Por favor, vivan toda su existencia con valentía y confianza en ustedes mismos.

De libro Daisan no jinsei o kataru (Conversaciones sobre la tercera edad: La vejez en la sociedad actual), publicado en japonés en octubre de 1998.

Lectura complementaria

En la India antigua, el budismo surgió en respuesta a la pregunta universal de cómo confrontar las realidades del sufrimiento humano y ayudar a quienes están atrapados en esa aflicción.

El fundador del budismo, el buda Gautama o Shakyamuni, era de sangre real, lo que le aseguraba una vida cómoda y llena de lujos. Afirma la tradición que cuando era joven, tras experimentar «cuatro encuentros» con personas que encarnaban las aflicciones de la vejez, la enfermedad y la muerte, decidió abandonar esa vida de privilegios y buscar la verdad a través de la práctica espiritual.

Pero Shakyamuni nunca tuvo el propósito de reflexionar pasivamente sobre la evanescencia de la vida y el carácter inevitable de las aflicciones humanas. Describió así sus sentimientos de aquella época: «En su necedad, aun sabiendo que ellos mismos crecerán y envejecerán de manera inexorable, cuando los mortales comunes ven a alguien declinar y volverse anciano, se angustian cavilando sobre ello y experimentan vergüenza y aversión a la vejez, sin siquiera pensar que están ante su propio destino»3 y afirmó que otro tanto era cierto respecto de nuestras actitudes hacia la enfermedad y la muerte.

La preocupación de Shakyamuni siempre fue la arrogancia interior que nos hace tratar a las personas como objetos y aislar a quienes sufren por la vejez y la enfermedad. Por ende, el Buda era incapaz de ignorar a quienes convalecían a solas o a los ancianos que eran separados de la sociedad.

Una anécdota de su vida ilustra su postura:

Un día, Shakyamuni se encontró con un monje que padecía en soledad a causa de una dolencia física. Le preguntó: «¿Por qué estás sufriendo y por qué estás solo?». El monje replicó que era perezoso por naturaleza e incapaz de soportar las dificultades de cuidar a los demás. Por consiguiente, no había nadie que se ocupara de él. Shakyamuni replicó: «Buen hombre, yo cuidaré de ti». Llevó al enfermo afuera, cambió las sábanas sucias de su lecho, lo lavó y lo vistió con prendas nuevas. Y luego lo alentó firmemente a establecer una práctica religiosa más profunda. El monje se recuperó y, de inmediato, sintió que su cuerpo y su mente se impregnaban de dicha.

A mi modo de ver, lo que mejoró tanto al monje no fueron solo los inesperados y devotos cuidados que recibió de Shakyamuni. En realidad, ser alentado por él con el mismo lenguaje estricto pero cálido con que instruía a sus discípulos sanos revivió en el enfermo la llama de la dignidad, que estaba a punto de extinguirse en su vida.

La versión de este episodio es la que figura en el Registro de la gran dinastía Tang sobre las regiones occidentales.4 Sin embargo, cuando la comparamos con la que se lee en otros sutras, surge un nuevo aspecto de la motivación que animó a Shakyamuni.

Allí se nos dice que, una vez que hubo cuidado del monje enfermo, Shakyamuni se reunió con otros monjes y les preguntó qué sabían sobre el estado de salud del religioso. Resultó ser que todos estaban enterados de su grave enfermedad, pero nadie había hecho esfuerzo alguno por atenderlo.

Los discípulos del Buda se justificaron en términos casi idénticos a los del monje: él jamás se había ocupado de ninguno de ellos cuando la enfermedad los había aquejado.

Este argumento corresponde a la lógica de la obligación o reciprocidad, tan a menudo esgrimida en ámbitos contemporáneos, con la cual es fácil desentenderse del cuidado de los demás. En el monje doliente, esa actitud generaba un sentimiento resignado y, en los otros discípulos, se manifestaba como una arrogante justificación de su desinterés. Una lógica así solo servía para atrofiar el espíritu del enfermo y nublar el de sus compañeros.

«Quienquiera me asista a mí, debe asistir a los enfermos». Con esas palabras, Shakyamuni buscaba despejar las ilusiones que confundían la mente de sus discípulos y guiarlos hacia una comprensión correcta.

En otras palabras, practicar el camino del Buda significa compartir activamente las alegrías y los sufrimientos de los demás, sin volverles las espaldas a quienes atraviesan momentos de tribulación y de angustia, a la par de responder con sincero compromiso a las experiencias ajenas, como si fuesen las propias. Esta clase de postura restituye el sentido de la dignidad no solo a los que sufren, sino también a los que se involucran con las penurias ajenas haciendo valer su solidaridad y empatía.

La dignidad inherente a la vida no se manifiesta en condiciones solitarias. Por el contrario, es a través de nuestro contacto activo con otras personas como se expresa su naturaleza única e irreemplazable. Al mismo tiempo, la determinación de proteger esa dignidad contra cualquier atropello engalana y brinda esplendor a nuestra propia vida.

Al dejar sentada la igualdad esencial entre él mismo y el monje enfermo, el Buda inculcó en la gente la idea de que el valor de la vida humana permanece intacto en la enfermedad o en la vejez; Shakyamuni no dejaba en pie ninguna lógica que validara la exclusión o las conductas discriminatorias. En tal sentido, creer que los sufrimientos de los enfermos y ancianos son un signo de derrota o de fracaso en la vida no solo es un error de juicio, sino una postura que degrada también la dignidad de quienes piensan de ese modo.

La base filosófica de la Soka Gakkai Internacional son las enseñanzas de Nichiren, quien exaltó la importancia del Sutra del loto, que revela la clave esencial de la iluminación de Shakyamuni. En el texto, una colosal torre enjoyada emerge desde lo profundo de la tierra como símbolo de la dignidad y el valor de la vida. Nichiren comparó los cuatro lados de la torre de los tesoros con las «cuatro aflicciones» del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte,5 y enseñó a confrontar las crudas realidades de la vejez, la enfermedad y la muerte transformando los sufrimientos que suelen acompañarlas. Podemos convertir esas experiencias, normalmente consideradas negativas, en el ímpetu para lograr una condición de vida más elevada y valiosa.

La dignidad de la vida no es algo separado de las pruebas inevitables que conlleva la existencia humana; debemos interactuar activamente con los demás, compartir sus sufrimientos y esforzarnos al máximo de nuestras posibilidades, para allanar un camino que guíe, a nosotros y a los demás, a una felicidad auténtica.

De la propuesta de paz en conmemoración del 38.º Día de la SGI, presentada el 26 de enero de 2013.

La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1Véase “The Book of Threes” (El libro de los tercetos), en The Book of the Gradual Sayings (Anguttara-Nikaya) or More-Numbered Suttas (El libro de los dichos graduales o Más sutras numerados), trad. ingl. F. L. Woodward, Oxford: Pali Text Society, 1995, vol. 1, págs. 129-130.
  • *2Véase Reseña sobre «La transferencia» y otros capítulos, en Los escritos de Nichiren Daishonin, pág. 959.
  • *3NAKAMURA, Hajime: Gotama Budda I (Gautama Buddha Vol. I), Tokio: Shunjusha, 1992), pág. 156.
  • *4Véase XUANZANG: The Great Tang Dynasty Record of the Western Regions (Registro de las regiones occidentales de la gran dinastía Tang), trad. Li Rongxi, Berkeley, California: Numata Center for Buddhist Translation and Research, 1996.
  • *5Véase Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, pág. 90.