Parte 1: La felicidad; Capítulo 3: La práctica para transformar nuestro estado de vida [3.1]

3.1 El Gohonzon como objeto de devoción fundamental

El budismo Nichiren enseña la importancia de entonar Nam-myoho-renge-kyo con fe en el Gohonzon para transformar nuestra vida y manifestar el estado de budeidad. Aquí, el presidente Ikeda explica el significado del Gohonzon como objeto de devoción fundamental.

La palabra japonesa «Gohonzon» significa «objeto fundamental de respeto». Dicho de otro modo, el objeto devocional que adoptamos como base de nuestra vida. Por lo tanto, es de esperar que la naturaleza de ese objeto de consagración influya fuertemente en el rumbo que los practicantes dan a su vida.

Según la tradición budista, los objetos devocionales solían ser estatuas del Buda, aunque, en algunos casos, este también era retratado en pinturas. Aunque en el budismo temprano no existían estatuas del Buda, tiempo después comenzaron a surgir en la región de Gandhara, en el noroeste de la India, por influencia de la cultura helénica. La imaginería budista fue producto del intercambio cultural derivado de la antigua Ruta de la Seda. A través de estatuas y de pinturas, la población se familiarizó con la imagen del Buda, y este mayor acercamiento fomentó la reverencia en su figura y la fe en el budismo.

Sin embargo, en el budismo Nichiren el objeto de respeto fundamental es el Gohonzon,1 que consta de caracteres escritos. Con todo, lejos de ser una simple representación gráfica o visual, diría que es la expresión más noble y consumada del intelecto y de la gran sabiduría del Buda del Último Día de la Ley. Tan solo en este sentido, el objeto de devoción de Nichiren Daishonin se diferencia radicalmente de los que se veneraban en el budismo tradicional.

La palabra escrita es prodigiosa y tiene un poder inmenso. Tomemos, por ejemplo, los nombres propios de la gente. Cuando alguien firma con su nombre, condensa en él todo lo que esa persona representa como sujeto: su carácter, clase social, poder, estado emocional y físico, historia personal y hasta su karma.

De manera análoga, el daimoku de Nam-myoho-renge-kyo [que aparece inscrito de arriba abajo en el centro del Gohonzon] concentra todo cuanto existe en el universo. Todos los fenómenos son expresión de la Ley Mística, como lo indica el gran maestro T’ien-t’ai cuando señala [en Gran concentración e introspección]: «El surgimiento es el surgimiento de la naturaleza esencial de la Ley, y la extinción es la extinción de dicha naturaleza».2

En el Gohonzon está expresado el verdadero aspecto del universo, en estado de cambio incesante (es decir, todos los fenómenos). Y el verdadero aspecto del macrocosmos universal es exactamente el mismo que el del microcosmos de nuestra vida individual. Esto es lo que señala el Daishonin en sus escritos. Por otro lado, el Gohonzon expresa el estado de vida iluminado de Nichiren Daishonin, el Buda del Último Día de la Ley.

En tal sentido, ya que en el Gohonzon inscrito por el Daishonin está plasmada la Ley esencial del universo que todas las personas deben respetar, resulta de ello que es un objeto de devoción fundamental.

En el universo existen funciones positivas y negativas. El Gohonzon contiene inscripciones que simbolizan los diez estados:3 desde el estado de budeidad, representado por los budas Shakyamuni y Muchos Tesoros, hasta el de infierno, cuyo representante es Devadatta. El Daishonin enseña que todos estos elementos, que representan las funciones positivas y negativas del universo, están iluminados sin excepción por la luz de Nam-myoho-renge-kyo; esto, que es la facultad del Gohonzon, les permite exhibir «los dignos atributos que poseen en forma intrínseca».4

Cuando hacemos el gongyo y entonamos Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon, las tendencias positivas y negativas de nuestra vida manifiestan «los dignos atributos que poseen en forma intrínseca». El estado de infierno con su dolor agobiante; el estado de las entidades hambrientas y sus pulsiones insaciables; el estado de los asuras o de ira, con su furia perversa… Todos orientan su funcionamiento hacia la felicidad y la creación de valor. Si basamos nuestra vida en la Ley Mística, los estados que nos arrastran al sufrimiento y a la desdicha se encauzan en sentido opuesto y obran positivamente. Es como si los sufrimientos se convirtiesen en la «leña» que aviva las llamas de la alegría, la sabiduría y el amor a los seres. La Ley Mística y la fe son lo que atiza ese fuego.

Asimismo, cuando entonamos Nam-myoho-renge-kyo, las funciones positivas del universo —representadas por todos los budas, bodisatvas y deidades celestiales como Brahma y Shakra [deidades protectoras del budismo]— brillan mucho más aún, y su potencia e influencia aumentan y se expanden de manera continua. Las deidades del sol y de la luna que existen en el microcosmos de nuestra vida también se intensifican para iluminar la oscuridad interior. Todas las funciones —positivas y negativas— de los diez estados y de los tres mil aspectos contenidos en cada instante vital5 se despliegan sin restricciones, impulsándonos a vivir con regocijo y a experimentar las cuatro virtudes de la eternidad, la felicidad, la verdadera identidad y la pureza.

En el transcurso de la vida, es natural que a veces caigamos enfermos. Sin embargo, si nos basamos en la enseñanza de la Ley Mística, podemos considerar la enfermedad como un aspecto inherente a la vida. Con este enfoque, cuando tengamos un problema de salud, la dolencia no nos derrotará ni será para nosotros una causa de dolor o de desdicha. Desde la perspectiva de la vida eterna, nos orientaremos a establecer un «yo superior», siempre dirigido hacia la felicidad absoluta. Además, podremos superar cualquier obstáculo que se alce en nuestro camino, tomándolo como un trampolín para desarrollar un nuevo estado de conciencia mucho más amplio. La vida será un motivo de gozo, y la muerte, un pacífico y solemne periplo hacia una espléndida existencia siguiente.

Cuando llega el invierno, los árboles quedan desnudos por un tiempo, despojados de sus flores y hojas. Pero poseen la fuerza vital para emitir nuevos brotes cuando llegue la primavera. De manera análoga —aunque en un nivel profundo—, para los practicantes de la Ley Mística la muerte es un proceso de transición dinámica en el cual, sin dolor, nuestra vida se prepara para iniciar prontamente una nueva existencia colmada de misión.

Del discurso pronunciado en una actividad de capacitación juvenil de la SGI de Estados Unidos, el 20 de febrero de 1990.

La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1La palabra japonesa «Gohonzon» se forma anteponiendo el prefijo honorífico «go» a la raíz «honzon», que significa «objeto fundamental de respeto o devoción».
  • *2Citado en La herencia de la Ley suprema de la vida, en Los escritos de Nichiren Daishonin (END), Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 226.
  • *3Diez estados: Son el estado de infierno, el de las entidades hambrientas, el de los animales, el de los asuras, el de los seres humanos, el de los seres celestiales, el de los que escuchan la voz, el de los que toman conciencia de las causas, el de los bodisatvas y el de los budas. También se los mencionan como los diez estados de infierno, hambre, animalidad, ira, humanidad, éxtasis, aprendizaje, comprensión intuitiva, bodisatva y budeidad.
  • *4El verdadero aspecto del Gohonzon, en END, pág. 873.
  • *5Tres mil aspectos contenidos en cada instante vital: Doctrina desarrollada por el gran maestro T’ien-t’ai de la China y basada en el Sutra del loto. Los «tres mil aspectos» indican los aspectos y fases variables que adopta la vida a cada momento. A cada instante, la vida manifiesta alguno de los diez estados. Cada uno de estos diez estados posee en sí mismo el potencial de los diez, lo cual da un total de cien estados posibles. Cada uno de estos cien estados posee los diez factores y opera dentro de cada uno de los tres planos de la existencia, totalizando tres mil aspectos. En otras palabras, todos los fenómenos están contenidos en cada instante vital, y cada instante vital impregna los tres mil estados de la existencia; es decir, la totalidad del mundo fenoménico.