Parte 3: El kosen-rufu y la paz mundial
Capítulo 28: Los tres presidentes fundadores y el camino de maestro y discípulo [28.1]

28.1 La fortaleza y la bondad del presidente Makiguchi

El presidente Ikeda ha reiterado en numerosas ocasiones que la relación de maestro y discípulo, en el budismo Nichiren, depende enteramente del discípulo. Lo ha mostrado con su extraordinario ejemplo personal, como discípulo del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda.

En su diario juvenil del 7 de enero de 1951, a sus 23 años, cuando estaba entregado a una contienda sin reservas para apoyar a su mentor, cuyas empresas estaban pasando por una difícil situación, escribió: «Por muchos sufrimientos que me esperen, siempre consideraré que mi honor más inmenso, más grande, es haber estudiado bajo la tutela de este hombre [Josei Toda]».

En este capítulo, se reúnen orientaciones del presidente Ikeda que versan sobre el noble espíritu de mentor y discípulo que unió a los tres primeros presidentes del movimiento.

La primera parte se centra en la vida del presidente fundador, Tsunesaburo Makiguchi. Este, además de geógrafo y autor de
Jinsei Chirigaku (Geografía de la vida humana), fue un eminente educador y director de varias escuelas primarias. Su obra culminante sobre la educación es Soka Kyoikugaku Taikei (El sistema pedagógico de la creación de valores). Aunque el presidente Ikeda nunca conoció en persona al fundador de la organización, ha trabajado con denuedo para dar a conocer al mundo la admirable vida y las contribuciones del señor Makiguchi.

Josei Toda fue un hombre de incomparable fortaleza y de consideración sin límites, increíblemente compasivo con la gente pobre o en situación desfavorecida. La persona a quien él más admiró fue Tsunesaburo Makiguchi, un individuo tan fuerte como bondadoso.

En los fríos días de invierno, cuando daba clases en una escuela primaria de Hokkaido, el señor Makiguchi salía a esperar a los alumnos que venían caminando a la escuela y, al término de la jornada, acompañaba a algunos de ellos hasta su casa. En esas caminatas, se aseguraba de que los más débiles no quedaran rezagados, y a veces cargaba a los más pequeños a las espaldas mientras llevaba a los demás de la mano. A la mañana, preparaba agua tibia para poner en remojo las manos de los niños, agrietadas por el frío. «¿Ya te sientes mejor?; ¿Estás más aliviado?»; «Sí, pero todavía duele un poco…». ¡Qué escena tan bella y conmovedora!

Tiempo después, luego de mudarse a Tokio, el señor Makiguchi se destacó por su excelente labor como director de escuela, pero, por su postura alejada de toda obsecuencia o servilismo, perdió el favor de las autoridades. Así pues, fue perseguido y transferido de un puesto a otro.

En este período, fue director de una escuela (la Escuela Primaria de Mikasa) a la cual asistían niños de hogares pobres, con tantas carencias que ni siquiera podían costear paraguas para que sus hijos no se mojaran los días de lluvia. Con sus magros ingresos —y pese a que apenas podía mantener a su familia de ocho personas—, el señor Makiguchi compraba bollos de arroz con legumbres, u otros alimentos básicos, para los alumnos que iban a clase sin poder llevar viandas. Y para que estos no se avergonzaran y pudieran comer sin llamar la atención, dejaba la comida discretamente en el cuarto del bedel.

Tan grande era su corazón, que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que los niños fueran felices. Refiere, en su propio testimonio, que lo devoraba el deseo de hacer algo, lo que fuese, para rescatar a los niños a quienes veía sufrir bajo un sistema educativo que tronchaba la individualidad y se asentaba en el aprendizaje rutinario.1

Cuando estaba en juego el interés superior de los jóvenes, no dudaba en confrontar a las autoridades educativas. Y actuaba movido por la ira justa y legítima. En una ocasión, argumentó con elocuencia contra la política institucional que prevalecía entonces de enviar inspectores a las escuelas —funcionarios con poder y autoridad inapelables— para observar el desarrollo de las clases y asegurar que estas se impartieran con rígida uniformidad pedagógica.

Sus actitudes y su práctica docente lo malquistaron con los estamentos de poder, pero, en la misma medida, también le valieron el amor y la admiración de las familias y de los alumnos. Cada vez que lo removían a otra escuela, sus estudiantes lloraban; hasta los padres y sus colegas, reprimían las lágrimas. Así de sincero era el cariño que inspiraba el señor Makiguchi.

Finalmente, murió en la cárcel como prisionero de conciencia, por negarse a obedecer las exigencias del gobierno beligerante del Japón. Sin pensar en su propia vida, rechazó con bravura el militarismo que causaba tanta angustia al pueblo, y rehusó aceptar la ideología errónea del gobierno.

La verdadera bondad se mantiene firme y recta ante la injusticia. El budismo Nichiren enseña que la ira puede servir para el bien o para el mal. La ira que fomenta el bien es necesaria. Pero la furia como mera reacción emocional es algo «propio de las bestias».2 Cuanto más grande es un ser humano, mayor es su capacidad de brindar amor compasivo. Esa profunda benevolencia lo vuelve fuerte y considerado.

De Conversaciones sobre la juventud, publicado en japonés en marzo de 1999.

Sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1Véase Makiguchi, Tsunesaburo: «Shogen» (Prefacio) de Soka Kyoikugaku Taikei (El sistema pedagógico de la creación de valor), en Makiguchi Tsunesaburo Zenshu (Obras completas de Tsunesaburo Makiguchi), Tokio: Daisanbunmei-sha, 1982, vol. 5, pág. 8.
  • *2Carta desde Sado, en Los escritos de Nichiren Daishonin, Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 320.