Parte 2: La revolución humana
Capítulo 17: Aprovechar cada día al máximo [17.5]

17.5 La clave de la victoria en la vida es cómo empezamos el día

El presidente Ikeda cuenta, a partir de su experiencia personal, sobre la importancia de empezar bien cada jornada y mantener un ritmo de vida regular para extraer el máximo provecho diario y tener una vida triunfal.

En bien de nuestros jóvenes, por su crecimiento y su futuro, quisiera transmitirles que la clave de la victoria en la vida es dar un buen comienzo a cada jornada.

En 1973, viajé al Reino Unido y mantuve un extenso diálogo con el célebre historiador británico Arnold J. Toynbee. En ese momento, el doctor Toynbee tenía 84 años. Y aun a esa edad avanzada, seguía trabajando enérgicamente en su investigación académica todos los días, fiel a la consigna que había adoptado como lema: Laboremus (en latín, ¡Trabajemos!).

Hasta el día de hoy recuerdo con claridad sus reflexiones sobre este tema. Me contó que seguía trabajando y que regularmente se levantaba todas las mañanas a las 6.45. Después de preparar el desayuno para él y su esposa, y de tender la cama, ya a las nueve de la mañana estaba dedicado a su labor.

En esta sencilla descripción de su ritmo matinal, sentí que estaba ante una persona de espíritu juvenil, que valoraba cada día y seguía mejorando y aprendiendo cotidianamente. Su ejemplo también me permitió observar que las personas en verdad sobresalientes, a cualquier edad y en cualquier circunstancia, mantienen siempre un compromiso con el saber y la autosuperación.

Al mismo tiempo, las palabras del doctor Toynbee me recordaron que empezar bien la mañana y tener un buen ritmo diario son factores indispensables para vivir cada día de manera productiva y satisfactoria. Los que adquieren eminencia en algún campo de la actividad humana suelen valorar estos principios básicos.

En el Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, el Daishonin afirma:

Hoy Nichiren y sus seguidores, quienes entonan Nam-myoho-renge-kyo, son personas que «habitan en el mismo lugar que El Que Así Llega (el Buda)». Por ende, Fu Ta-shih [un practicante budista laico de la China a quien se veneraba como la reencarnación del bodisatva Maitreya] afirma en su comentario: «Mañana tras mañana nos levantamos con el Buda; noche tras noche nos tendemos a descansar con el Buda».1

Los discípulos de Nichiren Daishonin recitamos y practicamos la Ley Mística día tras día. En tal sentido, cada uno de nosotros inicia y concluye el día con el Buda [es decir, el Gohonzon].

En primer lugar, nuestra práctica matinal y vespertina del gongyo es la base para avanzar por el camino correcto en la vida y construir la existencia más significativa. Este camino está alineado con la Ley que atraviesa el presente, pasado y futuro. Como indica la frase «mañana tras mañana nos levantamos con el Buda», es sumamente importante hacer un gongyo revitalizante cuando empezamos el día.

No triunfar en las horas matinales puede determinar una jornada insatisfactoria. Y una serie interminable de días así puede redundar en una vida de frustración. Por otro lado, comenzar con entusiasmo, arrancar la jornada de manera decisiva, nos orienta en las coordenadas de un día pleno y de un progreso firme; en última instancia, esto culmina en una existencia de victoria y de satisfacción.

Por eso es tan importante triunfar en la mañana y empezar un vigoroso día. Este es un desafío especialmente importante para los jóvenes, pues es una causa de crecimiento y de victoria en todas las esferas.

El señor Toda era muy estricto con respecto a la puntualidad laboral. Siendo él un empresario de talento excepcional, sabía muy bien cuán importante era tener disciplina en la vida. Recuerdo entrañablemente sus observaciones con respecto al trabajo. Decía que una empresa donde todos comenzaban el día con determinación enérgica y renovada sin falta iba a prosperar. Insistía en que la persona de mayor cargo en el sitio de trabajo debía ser la primera en llegar, para inculcar al resto de los empleados el sentido de responsabilidad e infundir entusiasmo ante la tarea. De esa manera —decía—, no solo se podía asegurar el éxito del proyecto entre manos sino también de la empresa en su totalidad. Si las personas que ocupan puestos de responsabilidad llegan tarde al trabajo, y sus empleados también descuidan la puntualidad —aseguraba el señor Toda—, la empresa estará en problemas, y tarde o temprano declinará.

Estas reflexiones estrictas pero pertinentes eran el resultado de muchos años de experiencia de mi maestro al frente de diversos negocios.

El señor Toda nunca fue impuntual. Nunca faltaba al trabajo, salvo por una circunstancia excepcional o por algún viaje de negocios. Y como él actuaba así, sus empleados también tomábamos su conducta como referencia. Para mí, cada mañana era una batalla; me esforzaba al máximo por llegar a tiempo. A veces, en lo más recóndito de mis pensamientos, deseaba que mi mentor se demorara… ¡Pero ese sí era un deseo imposible…!

Fue una época muy difícil para mí. Pero estoy profundamente agradecido por el entrenamiento valioso que adquirí en ese período.

Trabajé casi una década junto al señor Toda, haciendo todo lo que fuese necesario para apoyarlo y ayudarlo. En ese período, llegué tarde dos o tres veces por razones de salud.

En los primeros años de nuestro movimiento, las reuniones de la Soka Gakkai solían extenderse hasta tarde y a menudo regresábamos a casa a altas horas de la noche. Pero el señor Toda nunca permitía usar las actividades de Gakkai como excusa por la falta de puntualidad. Decía que eso era aprovecharse de la fe.

En cambio, en su visión de las cosas, cuanto más alta era la posición organizativa que uno ocupaba, más responsable debía ser y más ejemplar en su conducta, para ofrecer un modelo a los demás. Era estricto con los líderes que hablaban mucho, pero no ponían sus palabras en práctica; decía que ese proceder era una deshonra y una autoindulgencia imperdonable.

Es importante que los responsables den el ejemplo, que triunfen en la mañana y que comiencen cada día de manera vital y decidida.

La fe se manifiesta en la vida cotidiana, y el budismo se expresa en la sociedad. Sería en verdad lamentable si, aun practicando el budismo, uno tuviese un ritmo de vida caótico y eso trajera consecuencias negativas en su lugar de trabajo. Un mal ejemplo así llevaría a las personas a cuestionar el valor del budismo.

Cada uno de nosotros debe esforzarse por mostrar la grandeza del budismo Nichiren en la sociedad y por ganar la confianza y la aceptación de quienes lo rodean. Debemos dar el ejemplo, para que aquellos que nos conozcan digan: «Los que practican este budismo son diferentes de los demás; tienen una conducta admirable». Quienes merecen la confianza inamovible de sus semejantes son auténticos practicantes del budismo Nichiren.

El señor Toda también decía: «Llegar tarde al trabajo es señal de que algo está fallando en nuestra práctica budista. Dar pretextos todo el tiempo los conducirá a la mentira y la astucia, y eso destruirá la confianza de las personas en ustedes. Cuando se quieran acordar, cometerán un grave error y terminarán abandonando la práctica por completo».

Las pequeñas cosas son fundamentales. Para bien o para mal, lo pequeño se acumula y conduce a grandes diferencias en los resultados. Por eso, la mejor manera de lograr sus importantes metas futuras es prestar suma atención a los detalles cotidianos y triunfar en cada uno de ellos.

Nichiren Daishonin escribe: «Si alguien se muestra incapaz de cruzar un vado de tres metros de ancho, ¿cómo pretende atravesar una corriente de treinta o de sesenta metros?».2 Los pequeños desafíos y los pequeños logros, cuando se repiten y se acumulan, dan lugar a grandes victorias y se traducen en una vida de éxitos gloriosos.

Del discurso pronunciado en la reunión de líderes de la región de Chubu, en Aichi, el 28 de marzo de 1988.

La sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.

  • *1Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, pág. 83.
  • *2El comportamiento del devoto del «Sutra del loto», en END, pág. 804.