Pintando el mundo de color

por Ronaldo Robles, Brasil
Ronaldo y su esposa Silvia sonriendo alegremente
Ronaldo y su esposa Silvia Godoy [© Rafael Soares]

Ronaldo Robles quiere añadir color y esperanza a la vida de los demás. Su convicción en el poder transformador del arte lo ha llevado desde los barrios marginales de São Paulo, en Brasil, a los campos de refugiados de Grecia.

¿Cómo fue tu vida de niño?

A lo largo de toda mi infancia, mi madre padeció problemas de salud mental. Cuando yo tenía cinco años, estuvo ingresada en un hospital psiquiátrico durante nueve meses. Salía y entraba del hospital; aquello resultaba muy desconcertante para mi hermano y para mí. Debido a que mis padres se habían separado, no teníamos a mi padre cerca. Cuando mi madre estaba en el hospital yo no podía ir a verla porque, en aquella época, los niños no tenían permitido realizar visitas.

Recuerdo que el Día de la Madre me resultaba muy duro pues todos mis amigos de la escuela hacían dibujos y preparaban regalos para sus madres. Mientras yo hacía los regalos y los dibujos, pensaba en mi situación familiar. Tenía muchas preguntas sobre por qué mi madre no estaba a nuestro lado y por qué había nacido en esta familia. Cuando llegaba a casa, mi madre no estaba allí, pero aun así yo tenía aquellos regalos que entregarle. Se los daba a mi abuela porque era ella quien nos cuidaba a mi hermano y a mí.

Mi abuela fue la que nos introdujo al budismo. Ella era muy cariñosa. Como éramos muy pobres tenía que trabajar muy duro. Recuerdo como, ya a altas horas de la noche, después de que ella nos hubiera acostado, la oía recitar Nam-myoho-renge-kyo. Este es un bonito recuerdo de mi infancia.

¿Qué aprendiste del budismo cuando eras niño? ¿Qué impacto ha tenido en la forma en la que vives hoy?

Las reuniones budistas de nuestra área local eran como un jardín de paz para mí. El hecho de ver personas cantando, personas recitando, personas hablando de sus vidas, resultaba muy cálido y reconfortante. Escuchar sus historias me hacía sentir que yo no era el único que tenía problemas.

La gente habla sobre muchas cosas, pero raramente acerca de la vida. En estas reuniones, las personas hablaban realmente de la vida y, al estar cerca de este tipo de conversaciones, comencé a comprender que no se puede tener una vida sin problemas. Escuchar cómo la gente enfrentaba sus problemas me hizo más fuerte y me dio la esperanza de que algún día todo estaría bien, que algún día mi madre estaría mejor.

También tocaba la trompeta en la banda de música juvenil de la SGI de Brasil. Fue estupendo tener esa oportunidad pues al ser pobres no teníamos la posibilidad de asistir a buenas escuelas donde enseñasen música y otras artes.

Gracias a la banda, comencé a sentir que podía expresarme a través del arte. Podía tocar mi trompeta y hacer feliz a la gente. Fue ahí cuando comencé a pensar en que quería hacer algo para impactar en la vida de las personas y llevarles felicidad. Aunque no sabía cómo podía llegar a hacerlo, yo practicaba para ser capaz de crear valor y esperanza, y tal vez esto es lo que trajo el arte a mi vida.

¿Cómo te convertiste en un artista?

Ronaldo con unos jóvenes pintan de color una casa de la favela y su muro
Ronaldo con otros jóvenes pintando una de las casas en las favelas [© Carla Venuso]

Mi madre y mi tío tenían una fábrica de ropa. Empecé a dibujar diseños y, cuando tenía 18 años, comencé a crear ropa a partir de recortes, lo que se hizo bastante popular. Comencé mi propio pequeño negocio, pero desapareció durante la crisis económica de los años 90.

Cuando eso sucedió, decidí mudarme a Londres y encontré trabajo como jardinero paisajista. En el Reino Unido la jardinería paisajística es una especie de arte. La gente de allí se enorgullece de sus hermosos jardines. Me gustó este trabajo porque quería hacer algo de valor para la sociedad inglesa, no solo ganar dinero.

Decidí que me quedaría en el Reino Unido pero entonces mi abuela tuvo un derrame cerebral, así que regresé a Brasil para estar con ella. Quería hacer algo útil mientras estaba de vuelta y pensé que, de la misma manera que la jardinería paisajística en el Reino Unido podía modificar el entorno, yo podría pintar las casas de las favelas, las áreas de barrios marginales, para mejorar también aquel entorno. Primero lo empecé haciendo yo solo, pero allí había muchos jóvenes, así que los invité a que se unieran a mí.

La comunidad comenzó a cambiar. Los colores y las imágenes que pintábamos en las casas crearon un ambiente más feliz y la violencia disminuyó. Varios periódicos y también la televisión, me presentaron como un artista haciendo cosas buenas; después otros artistas comenzaron a contactar conmigo. Así es como me involucré en el mundo del arte brasileño.

En aquel tiempo conocí a mi esposa, Silvia. Ella posee experiencia en el mundo del circo, del teatro, la danza y el diseño de iluminación. En el año 2002 pusimos en marcha nuestra compañía de teatro de sombras, Cia Quase Cinema. Uno de nuestros enfoques es llevar el arte a las comunidades más pobres.

Todo se remonta a mi infancia. Esta es la razón por la que decidí dirigirme a los campos de refugiados y a los niños de allí. Están en peor situación de la que yo viví. Tienen hambre, no tienen casas en las que vivir, no tienen escuelas a las que ir, y sus padres les han sido arrebatados por la guerra.

Cuando el presidente de la SIG, el presidente Daisaku Ikeda en su propuesta de paz de 2016 habló acerca de hacer algo por los refugiados, fue como si me estuviera diciendo: “Ronaldo, haz algo por los niños, porque tú ya sabes cómo es”. Debido a que tengo esta experiencia en lo más profundo de mi vida, tuve que actuar.

¿Cómo decidiste ir a los campos de refugiados de Grecia?

Hace tres años, mi esposa y yo fuimos al festival internacional de teatro de sombras de Alemania. Un amigo artista viajaba a Siria la semana siguiente para organizar talleres para niños desplazados. Nos sentimos muy inspirados por su trabajo, por poner en riesgo su vida y entrar en una zona de guerra para dar esperanza a los niños de allí.

Unos meses más tarde, salió publicada la propuesta de paz del presidente Ikeda. Ese fue el punto de inflexión; decidimos que teníamos que ir. Hicimos algunas investigaciones y encontramos a UNIMA (la Unión Internacional de la Marioneta), una organización internacional de títeres. Nos presentaron a artistas griegos que organizaban el acceso a los campamentos, proporcionaban traductores, y nos ayudaron a ejecutar las actividades.

Llegasteis a Grecia en julio de 2016 ¿Cómo eran los campamentos?

Ronaldo, Silvia y niños refugiados, actuando en el teatro de sombras
Absorto en el mundo de los títeres de sombras, campo de refugiados del Pireo, Grecia [© Cyrus Moussavi]

Se podía ver y sentir el impacto de lo que supone estar en una guerra. No nos podríamos haber imaginado esto antes. El campamento del puerto del Pireo, un importante punto de entrada de refugiados, fue el peor campamento en el que estuvimos. Era un lugar muy tenso.

En este campamento había alrededor de tres mil personas viviendo en tiendas de campaña y con tan solo cuatro baños portátiles. Algunas tiendas albergaban a dos o tres familias. Algunos niños no tenían padres; no puedo imaginar lo que debe suponer ser un niño de cuatro o cinco años y estar allí solo, sin padres.

¿Cómo reaccionaban los niños ante vosotros?

Cuando montábamos los espectáculos, los niños se entusiasmaban tanto que no podían permanecer sentados mirando. ¡Venían con nosotros detrás de la pantalla, agarraban los títeres y se nos unían! Jugaban y reían, era un caos, pero muy divertido. Al final, devolvían los títeres al lugar donde los habían encontrado. Mostraban un gran respeto hacia nosotros. Fue increíble.

También hacíamos talleres de dibujo y pintura con ellos. Les dábamos papel, cartón y tijeras para que así pudieran hacer sus propios títeres. Luego utilizaban linternas para hacer su propio teatro de sombras.

Repartimos a los niños títeres que los estudiantes de la Escuela Soka de Brasil habían hecho para ellos. No teníamos suficientes para darle uno a cada niño, así que decidimos dárselos solo a los niños más pequeños. Había una niña, tenía como 11 años, que comenzó a llorar porque no había recibido un títere; ella además quería tener un amigo brasileño. Me sentí realmente mal por ella, así que tomé una flor hecha por los estudiantes Soka y se la di. Se puso tan contenta por tener ese trozo de papel, estaba tan feliz. Los niños refugiados ni siquiera tienen papel y bolígrafos, realmente no tienen nada. Eso me hizo comprender que tenemos que hacer más; no podemos permitir que continúe este tipo de situación causada por la guerra.

¿Pensáis en continuar con este trabajo?

Ahora estamos pensando en ir a África o a Haití, donde hay poblaciones de refugiados más estables. Queremos seguir llevando el arte a la gente y ofrecerles un poco de esperanza y belleza. Hemos recibido de los refugiados más de lo que les hemos dado. Fue nuestro privilegio conocerlos así como representar a todas aquellas personas que quisieran hacer este tipo de acciones pero que no pueden hacerlas.

[abril 2018]